miércoles, noviembre 25, 2020

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE MANUELITA SAENZ, A 164 AÑOS DE SU PARTIDA.

Hoy 23 de noviembre de 2020, se conmemoran 164 años de la muerte de Manuelita Sáenz. Había nacido en Quito (Ecuador) el 27 de diciembre de 1795, hija del hidalgo español Simón Sáenz de Vergara, y la criolla María Joaquina de Aizpuru. Desde sus años juveniles se afilió al bando patriota, y levantó el grito contra la dominación española. Leía a Tácito y a Plutarco; estudiaba la historia de la península en el Padre Mariana, y la de América en Solís y Garcilaso; era apasionada de Cervantes. Sus criadas y fieles acompañantes fueron Jonotás, la del turbante rojo y la linda Natán. Palma nos refiere de ella estas características: “Cabalgaba Lima a manera de hombre, en briosos corcel, escoltada por dos lanceros de Colombia y vistiendo dormán rojo con brandeburgos de oro y pantalón bombacho de cotonía blanca. Mujer fuerte, sabía dominar sus nervios, apareciendo serena y enérgica en medio de las balas y espadas tintas de sangre, o del afilado puñal de los asesinos”. En 1817 casó con el Dr. James Thorne (inglés), y en 1822 figura entre las 112 Caballerosas de la Orden del Sol del Perú. Conoció al Libertador cuando éste entro triunfante a Quito el 16 Junio de 1822. Cuando se acercaba al paso del balcón donde se encontraba Manuela Sáenz, ella tomó la corona de rosas y ramitas de laureles y la arrojó para que cayera al frente del caballo de S. E.; pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caída, a la casaca, justo en el pecho de S. E. Se ruborizó de la vergüenza, pues el Libertador alzó su mirada y la descubrió aún con los brazos estirados en tal acto; pero S. E. se sonrió y le hizo un saludo con el sombrero pavonado que traía a la mano.

En un encuentro posterior, en el baile de bienvenida al Libertador, él manifiesta: «Señora: si mis soldados tuvieran su puntería, ya habríamos ganado la guerra a España». Manuela y Simón Bolívar se convirtieron en amantes y compañeros de lucha durante ocho años, hasta la muerte de éste en 1830. Fue Manuela quien la noche del 25 de septiembre de 1828, la favorita de Bolívar, salvó a éste del puñal asesino, y alcanzó por galardón el sobrenombre de “La Libertadora del Libertador”. .
Según referencias de la historiadora Inés Quintero, Manuela Sáenz acompañó a Simón Bolívar hasta el 8 de mayo de 1830. Ese día el Libertador Simón Bolívar abandono Bogotá con destino a Santa Marta. Más nunca se volvieron a ver, pocos meses después, el 17 de diciembre, Bolívar falleció.
La persecución y hostigamiento a Manuela no se hicieron esperar; los adversarios del partido bolivariano consideraban de primera necesidad evitar que los seguidores del Libertador pudiesen incidir en los destinos de la nación. Sigue relatando la historiadora Inés Quintero que " Manuela por sus carácter y vínculos políticos, representaba un peligro para la tranquilidad y estabilidad de la republica" y que en tal sentido, se difundieron pasquines y se publicaron artículos en su contra, se le exigió que entregará los papeles de Bolívar que se encontraban en su poder, a lo cual se opuso de manera rotunda. Destaca finalmente la historiadora Quintero, que para enero de 1834, durante la presidencia de Francisco de Paula Santander, se firmó el decreto, ordenando su expulsión del territorio de la Nueva Granada. Refiere además, que Manuela se negó a obedecer la orden del gobierno, fue sometida a la fuerza y conducida a la cárcel de mujeres de Bogotá. Al día siguiente se organizó su traslado hasta Honda en compañía de sus dos esclavas y de allí, por el río Magdalena, hasta embarcarlas rumbo a Jamaica. Este fue el primer destino del largo recorrido, que concluirá en el Puerto de Paita.

A Paita, puerto sobre el Pacífico cercano a los puertos del Ecuador, llegó Manuela Sáenz a finales de octubre de 1835, para enfrentarse con la soledad y la pobreza. Atrás quedó para siempre su infancia y juventud, el glamoroso mundo que vivió con Thorme en la Lima Virreinal, y la relevante posición como mujer del Perú, que adquirió en la Lima republicana al lado de Bolívar. Atrás quedó también para siempre el confort y el lujo que disfrutó en Bogotá, como “La Libertadora del Libertador”.

Manuela arrendo en Paita – Town, la única calle que por sus características iba subiendo del puerto hacia la sierras, las edificaciones parecían ladeados, una casa de dos niveles, la cual fue su morada por veintiún años. Para sobrevivir, puso en práctica el gran sentido comercial heredado de su padre, clavó en la entrada de su vivienda un cartel que decía “TOBACCO – ENGLIS SPOKEN” Manuela Sáenz. Tabaco, cigarrillos, ristras de ajo, arroz medido, dulces hechos por sus propias manos, ayudadas por Juana Rosa. Muchas veces salía de apuros vendiendo a los oficiales y marineros de los buques que tocaban en el puerto, sus maravillosos bordados en hilo de oro y plata que había aprendido en el convento de Santa Catalina. Mientras los marineros llevaban a la casa los bordados de Manuela, ella aliviaba sus penas económicas con la paga.

Para 1937, la vida de Manuela se deslizaba entre las maravillosas prendas, tejidos y bordados que elaboraba y atender su bodega. Le prestó asistencia a las autoridades del puerto para tramitar idiomas en inglés, los problemas de los balleneros Norteamericanos llagados de New Bedford Massachusets, o escribiendo cartas por encargo a los pobladores.

En 1839 recibe del Gral. Juan José Flores Presidente de Ecuador, salvoconducto para regresar a su país y lo rechaza, asqueada por el comportamiento y los vaivenes del mundo político que le había tocado vivir sin Bolívar.

Conmovida la refugiada Manuela recibe un día la noticia de la partida de Peroux de Lacroix, quien se había suicidado en 1837, a los 57 años en una solitaria buhardila en parís. Peroux de Lacroix fue fiel amigo del Libertador a quien le había dictado sus confidencias en 1828, en su Diario de Bucaramanga, a quien ella misma con el apoyo de Gral. Urdaneta, le había enviado en noviembre de 1830 una carta de amor para Bolívar, a quien suponía en Cartagena. D Lacroix había enviado a Manuela el 18 de diciembre de 1830 desde Cartagena, una carta con la más terrible noticia: la muerte se Simón Bolívar.
En 1841 al atracar en el Puerto de Paita un barco ballenero norteamericano procedente de New Bedford ante un conflicto entre sus tripulantes. Los marineros amotinados por el maltrato del capitán piden apoyo al Consul Norteamericano Alexander Ruden quien se había establecido en Paita desde 1839. Ruden pidió a Manuela que por su dominio del idioma inglés, lo ayude en la transcripción con los interrogatorios a los marineros que no hablaban español.

En 1842 Manuela recibe noticias de Francisco de Paula Santander, Vicepresidente de Colombia 1820-1828, cuando fue desterrado por haber participado en el atentado del 25 de septiembre de 1828 contra el Libertador, y quien como Presidente de Colombia había firmado el 1 de enero de 1834, el decreto que daba 24 horas a Manuela Sáenz, para que abandonara el país. Santander había fallecido en medio de grades sufrimientos físicos, en Bogotá, 1840.

En 1847 Manuela tuvo que soportar dos grandes penas: La caída que la dejó invalida por el resto de su vida, y la muerte por asesinato de James Thorme, su marido legalmente hasta entonces. En su casa Manuela subía una pequeña escalera de troncos comida por comejenes, cuando esta cede, cayó apartosamente dislocándose la cadera. Asistida por un medico traído de Piura se determinó, que el daño era irreversible, Manuela no podría volver a caminar, tampoco podría dar rienda suelta a su pasión de montar caballos y cabalgar. Así confinada en una hamaca de la cual sólo podría levantarse asistida por dos personas, continuó su vida Manuela en Paita. Su marido James Thorne, había muerto el 19 de junio de 1847, una banda de enmascarados lo sorprendió con su querida paseando y mutiló horriblemente sus cuerpos. Impactada con la noticia, manuela reflejó su impresión en una carta que entonces escribió: “ A 11 de agosto de 1847…No escribo otra ahora, porque estoy enferma con el horrible asesinato de mi marido, pues aunque no viva con él, no puedo ser indiferente ante este lamentable suceso. Ya he mandado a Lima para que vean lo que se pueda hacer y también los documentos que tenía. Mi cabeza está muy mal con este suceso”.

Refiere Giuseppe Garibaldi en sus Memorias Autobiográficas, que cuando en 1850 navegaba por aguas del Pacífico, desembarco en Paita (Lugar donde estaba Manuela, al Sur del Perú) “En este puerto dice, nos detuvimos un día y nos hospedamos en la casa de una generosa Señora del país, la cual estaba en el lecho hacía algunos años a consecuencia de un ataque de parálisis en las piernas. Parte de aquella jornada la pasé al lado de aquella señora, sentada en un sofá, pues aunque mejor de salud, tenía que estar recostada sin hacer movimiento” Más adelante apunta:” Doña Manuela Sáenz es la más simpática matrona que he conocido. Había sido amiga de Bolívar, lo que la hacía recordar los más minuciosos pormenores de la vida del gran Libertador de América, cuya existencia estuvo enteramente consagrada a la emancipación de su patria, y cuyas virtudes no fueron bastante para librarse del veneno de la envidia y del jesuitismo que amargaron sus últimas horas”. Refiere más adelante que:”después del día pasado con Manuelita, que por contraste con tantos otros pasados con dolor debilidad, puedo llamar delicioso- como pasado en la interesante compañía de esta invalida, me despedí de ella muy emocionado. Los dos teníamos lágrimas en los ojos, sabiendo con seguridad que era nuestro último adiós en esta tierra”.

El afío 1854 fue malo para Manuela. Había mantenido correspondencia con el Gral. Oleary, (Biógrafo del Libertador) llenando los días con los recuerdos del pasado, añadiendo sus propias reseñas de aquellos agitados años. Y este irlandés que veneraba a Bolívar había terminado sus memorias, en 29 volúmenes: 12 según explicó a Manuela, iban a ser de la correspondencia de Bolívar, 14 de documentos y 2 de narración. El volumen final, el apéndice, sería aquel en el que ella apareciera. Pero cuando las autoridades de Venezuela, que iban a imprimir toda la obra, vieron aquellos pasajes que detallaban los amores de Manuela con El Libertador, se horrorizaron y suprimieron el volumen. En Bogotá un gran legajo de papeles, titulado Correspondencia y documentos relacionados con la Señora Manuela Sáenz, que demostraban la estimación que en ella hacían vario jefes y particulares, desapareció misteriosamente de los estantes de los archivos nacionales.

Pero Manuela ya estaba fuera del alcance de la malicia. Sentada en su frágil vivienda, confinada eternamente en el lecho o la butaca, contemplaba durante horas el mar, la piel cambiante, suave y trémula del Pacifico. Estaba totalmente en paz consigo misma y con el mundo que había sido suyo. Ese año 1854 fue malo para ella. Murió el General Oleary. Después tocó el turno a Simón Rodríguez, quien se había echado de menos sus visitas semanales, porque el anciano estaba ahora en una extrema miseria y se sentía demasiado débil para montar en su burro. Estaba expirando en una oscura y pequeña habitación. Manuela lo supo, pero no podía moverse; todo lo que pudo hacer, fue encomendar a los Dioses aquella alma epicúrea. Y finalmente, con el cura de la aldea, como único testigo de su muerte, Simón Rodríguez termino su vida al estilo clásico, con el lenguaje de sus antepasados espirituales.

A mediados de noviembre de 1856, un marinero desembarcó en el Puerto de Paita con fiebres. Las autoridades locales trataron de contener el curso de la enfermedad, pero era un mal que desconocían: el marinero murió pidiendo aire, luchando con sus propias flemas. Y antes de que fuera sepultado, dos vecinos contrajeron la misma enfermedad, se consumieron de fiebre y murieron literalmente ahogados. Pasados unos días, aquello era ya una epidemia; los casos que sucedían ininterrumpidamente: apenas había una hora sin que un silencioso cortejo fúnebre no se arrastrara calle abajo, levantando una especie de nube de polvo gris. Cuantos podían hacerlo huían del bobbio, la difteria. Los barcos se negaban a recibirlos, por miedo al contagio, y partían a pie, en mulas o en carreta, a través del desierto, hacia localidades del interior. A fines de noviembre, la plaga se había enseñoreado de la población: no había tiempo para enterramientos individuales. El enmascarado grupo encargado de retirar los muertos, llegaba a las casas, cargaba los cadáveres en una carreta y los arrojaba a la fosa común. Detrás de este grupo llegaba un arrugado viejo, tan seco, que no era capaz de albergar ningún microorganismo, y actuaba de Cuerpo de Sanidad en Paita. Reunía los efectos de las víctimas de la plaga, los arrojaba a la calle y los quemaba.

Manuela estaba condenada. Así se lo dijo a su viejo amigo Antonio de la Guerrera, sorprendido en Paita por la epidemia. La inválida Manuela no podía huir. Tampoco podía tomar precauciones, porque, ¡que precauciones cabe tomar cuando todo el aire estaba saturado de las miasmas de la enfermedad? En esos días fallecieron dos de sus criadas, y la carreta de la muerte se las llevó. Luego sucumbió su vieja esclava y compañera Juana Rosa. El General Antonio de La Guerrera, actuando en representación de Manuela, sepultó personalmente a la fiel servidora. Cuatro días después, el 23 de noviembre de 1856 murió Manuela Sáenz.

Con fecha 5 de diciembre de 1856, el General Antonio de La Guerrera escribió a su amada Pepa":… El 23 del pasado a las 6 de la tarde, dejó de existir nuestra amiga Manuela Sáenz, y tres días antes enterraron a su sirvienta Juana Rosa; ambas fallecieron de la abominable e infernal enfermedad de la garganta...”
Así escribió Antonio de La Guerrera a su esposa, cuando llegó el grupo de los enmascarados, intentó impedir que le dieran a Manuela el mismo trato que a los demás; pero la muerte no conoce favoritos, se levaron el cadáver en su hamaca escaleras abajo, y lo pusieron en aquel carro de la muerte.

Cuando el viejo general volvió de la misa de difuntos, quedó horrorizado, al ver que el cuerpo de sanidad de Paita había cumplido su obligación muy bien, demasiado bien. Tan pronto como fue retirado el cadáver de Manuela, aquel viejo disecado, subió por las escaleras, y arrojó a la calle todas las pertenencias personales de la extinta. Frente a la destartalada casa, en la polvorienta calle, amontonó ropas, cuadros, medallas, recuerdos de la guerra y la paz. Y encima de todo, puso el cofre revestido de cuero castaño que contenía los cientos de cartas del amante. Luego prendió fuego a todo. La destrucción fue completa. Pero cuando el viejo general apartó melancólicamente con el pie las cenizas de un amor que había agitado antaño a toda la América de Sur, encontró una sola hoja renegrida, cuyo mensaje todavía podía ser leído:” El hielo de mis años se reanima con tus bondades y gracias. Tu amor da una vida que esta expirando. Yo no puedo estar sin ti, no puedo privarme voluntariamente de mi Manuela. No tengo tanta fuerza como tú para no verte; apenas basta una inmensa distancia. Te veo, aunque lejos de ti. Ven, ven, ven luego” Bolívar.

Alfonso Castro Escalante.
Secretario General
Sociedad Bolivariana del Estado Mérida.

Bibliografía:
Víctor W. Von Hagen. La Amante Inmortal. Caracas. Colección Libros Revista Bohemia N°23. Bloque de Armas. 1984
Arístides Rojas. Leyendas Históricas de Venezuela. Tomo II. Caracas. Colección Libros Revista Bohemia N°68. Bloque de Armas. 1985
Carlos Fagúndez y Carmen Marcano de Fagúndez. Simón Bolívar. Historia de un Gran Amor -Manuela Sáenz. Caracas. Ediciones Monte Sacro C.A. 2013
Inés Quintero M. Manuela Sáenz Expulsada de Colombia. Cuenta Instagram @inesquinterom 10 de noviembre de 2020.

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