Noventa años cumple hoy lunes la suscripción en la ciudad colombiana de Barranquilla, del plan político venezolano que lleva el nombre de la misma.
Los firmantes de ese documento fueron venezolanos que tenían una característica común, la de ser perseguidos por la tiranía gomecista que regía los destinos venezolanos.
He escrito en alguna oportunidad que si alguna característica tiene el exilio es que le permite a quienes tienen interés en los asuntos públicos, pensar los temas relativos a este con tranquilidad pues, a diferencia de quienes se encuentran en un país regido por un gobierno despótico –lo que implica estar sometidos a la zozobra diaria de su accionar- quienes afuera del mismo se encuentran solo tienen como gran preocupación, la de cubrir los gastos diarios. De hecho, ya aquí refugiado en Colombia -en enero del 2018- propuse a un grupo de venezolanos residentes en el país que, para ayudar a quienes en Caracas se enfrentaban a la gestión de señor Maduro, hiciéremos lo propio pues esa debía ser nuestra contribución a la causa de la democracia y la libertad.
El Plan de Barranquilla -pensado y escrito para la Venezuela del siglo 20- gracias a las prácticas desarrolladas en estos últimos veintidós años en nuestro país, recupera buena parte de su vigencia.
Parafraseando lo acordado en el mismo y aplicándolo a nuestra actual situación rescataría el retorno de los civiles al manejo de la cosa pública y la lucha contra el militarismo; el restablecimiento de garantías para la libre expresión del pensamiento, hablado o escrito, y para los demás derechos individuales (asociación, reunión, libre tránsito, etcétera), la creación de un tribunal especial para juzgar lo ocurrido desde el 2 de febrero de 1999 en nuestro país y la evaluación de la constitución a los efectos de ajustarla a los nuevos tiempos democráticos que vendrán.
Las líneas maestras del Plan de Barranquilla fueron ejecutadas en Venezuela con aciertos y errores, pero es lo cierto que el mismo fue una guía de actuación para la dirigencia política venezolana, posteriormente complementado con el Pacto de Puntofijo tan denostado por la actual gestión venezolana.
Cuando la situación cambie en Venezuela, quienes dirigirán la misma no pueden llegar a improvisar. Las condiciones políticas, económicas y humanitaria del país obligan a quienes pretendan tomar el timón nacional a tener muy bien definida la hoja de ruta en todos los ámbitos, tal como la tenían quienes lo asumieron –aún con sus errores- en octubre del 45 y que después nos condujeron en los mejores cuarenta años que el país tuvo, los de la democracia.
Al cumplirse ese aniversario de su suscripción, rescato en la Venezuela actual su pertinencia.
Gonzalo Oliveros Navarro
@barraplural