sábado, abril 26, 2025

Los nuevos fundadores

En la historia de los pueblos, siempre llega un punto de quiebre. Un instante en que las sombras del poder parecen invencibles, y sin embargo, surge una luz inesperada. No de grandes templos ni de altares oficiales. Surge desde las celdas, desde el silencio forzado, desde los rincones donde la dignidad resiste.

Hoy, esa luz tiene rostro humano.

Hay quienes han sido arrancados de sus hogares, alejados de sus familias, despojados de su libertad externa. Pero no han sido vencidos. Han sido elevados. Porque no están derrotados: están escribiendo, con su vida, el prólogo de la democracia que viene.

Son héroes civiles.
Hombres y mujeres que, aún tras las rejas, siguen enseñando con su ejemplo.
Personas cuya fortaleza interior trasciende cualquier muro.
Ciudadanos que decidieron no ser cómplices, que prefirieron el precio de la verdad antes que la comodidad de la resignación.

Desde una celda, se puede liderar. Desde el aislamiento, se puede iluminar. Desde el encierro, se puede enseñar. Porque cuando un ser humano se niega a traicionarse, cuando prefiere perderlo todo antes que rendir su conciencia, se convierte en un faro moral.

No tienen armas, pero tienen una voluntad inquebrantable.
No gritan discursos, pero sus actos resuenan más fuerte que mil consignas.
No están en las plazas, pero sus nombres deben estar en ellas.

Cada uno de ellos representa a millones que quieren un país distinto. Son el espejo donde mirarse sin vergüenza, el relato donde encontrar fuerza. Son prueba viviente de que se puede resistir sin odio, que se puede luchar sin violencia, que se puede perder todo menos la moral.

Ellos no callaron. Nosotros no olvidamos.

En tiempos de dictadura, la memoria es un acto de resistencia. Y el coraje, una forma de liderazgo silencioso. Por eso sus nombres no deben desaparecer. Deben resonar. Deben ser pronunciados en voz alta. No como súplica, sino como estandarte.

No están detrás de barrotes, están delante de la historia.

En cada sociedad que ha vencido al miedo, hubo presos que luego fueron presidentes, perseguidos que luego fueron íconos, silenciados que luego fueron himnos. Hoy, esos fundadores están entre nosotros, sin pedestal, sin toga, sin medalla. Solo con su verdad.

A ellos no les debemos lástima. Les debemos respeto. Admiración. Y sobre todo: continuidad. Porque su causa es nuestra brújula. Su ejemplo, nuestra antorcha. Su prisión, nuestra llamada a la acción.

La libertad llegará. Y cuando llegue, sus celdas estarán vacías y sus nombres, grabados en plazas. Como debe ser. Como ya es en el corazón de los que despiertan.

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FUENTE: >>R/S/W

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