La incertidumbre compartida permite salir al encuentro de la esperanza futura.
En el relato “La llorería” del argentino Martin Sivak, la trama gira en torno a la ruptura, al abandono y al duelo que somete al protagonista a una catarata incesante de lágrimas, un llanto que se vuelve una forma de estar en el mundo, de sobrevivir a la devastación personal.
El título no es casual, evoca ese llanto colectivo y solitario, que se repite casi mecánicamente, como una manera de mostrar y absorber el sufrimiento que desborda el cuerpo y el alma. Así las cosas, “La llorería” es, a la par, un espacio físico y emocional, un lugar donde se manifiesta y se procesa la pena, y a la vez un escenario de aguante y reflexión.
Esta obra literaria encuentra una resonancia inquietante en el estado de ánimo y la realidad que hoy atraviesa Venezuela. Esta Tierra de gracia, sumergida en años de incertidumbre y cambios abruptos, parece también habitada por su propia “llorería”.
Ahora bien, esta no es únicamente una narración de tristeza, es también un relato de persistencia. Así como el protagonista convive con el dolor de una separación definitiva, los venezolanos han aprendido a navegar aguas turbulentas de un presente incierto, marcado por la pérdida y la esperanza en dosis casi equivalentes.
La “llorería” venezolana no se agota en la mera lamentación o resignación, sino que se extiende como un fundamento emocional para hacer cara a las adversidades. Viene a ser el reconocimiento de que los momentos duros, particularmente esos en los que la incertidumbre domina, también pueden ser el terreno fértil para la siembra paciente de la esperanza.
La clave está en que, al igual que en “La llorería”, en Venezuela la esperanza no se pierde del todo, aunque el camino sea áspero y poco claro. El desafío reside en ver la dimensión humana detrás de las dificultades, en comprender que detrás de la angustia o congoja hay personas con ganas de superar la adversidad con dignidad.
Así las cosas, el relato de Martín Sivak nos invita a reflexionar sobre cómo el llanto no es señal de debilidad, sino una expresión legítima y necesaria ante la desventura o los infortunios. De igual manera, Venezuela no sólo se enfrenta hoy al dolor de la incertidumbre, sino también a un espacio donde la desesperanza actúa como detonante del cambio.
Este es el contraste persistente y el complejo presente venezolano. Así como el protagonista de “La llorería” reordena su mundo a partir del dolor, los venezolanos seguimos dando pasos, aún en medio de la angustia, como consecuencia de la incertidumbre, hacia la posibilidad de una vida mejor.
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FUENTE: >>José Luis Centeno
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