Ese es el nombre de una península venezolana, ubicada al oriente del país, muy cercana al lugar donde Cristóbal Colón tocó tierra firme en 1498 para denominar a lo que luego sería nuestro país -Venezuela- “tierra de gracia”.
Irónicamente, ese término también tiene connotación despectiva y la misma se refiere a personas con las cuales otros no quieren tener contacto alguno, al extremo de que, en la India, por ejemplo, aplica a personas que se considera indignas.
Muy a nuestro pesar, es esta última connotación la que nos está impactando por el mundo.
Antes, cuando en Venezuela había democracia y existía la posibilidad de que todos pudiéremos viajar por el mundo, éramos perfectamente recibidos, lo que se patentizaba en el hecho que limitados países del mundo nos exigían visa para visitarlos y aún aquéllos que tenían este requisito para acceder al mismo, eran laxos en su otorgamiento. Hoy, lamentablemente, las cosas han cambiado.
No solo en buena parte del mundo se nos exige ese requisito migratorio, sino que, adicionalmente, en otros, ni siquiera permiten que aeronaves nuestras toquen su suelo y si llegamos a buena parte de ellos en condición de irregularidad migratoria o se nos revoca la decisión administrativa que permitió llegar al respectivo país, corremos el riesgo de ser redireccionados, como lo he escrito en otras columnas, al resort carcelario mas cercano.
Esta semana, la Corte Suprema de Estados Unidos, aprobó la decisión de la administración de ese país relativa a anular los permisos temporales de permanencia otorgados por la precedente administración norteamericana; en simultáneo, el gobierno del señor presidente Milei, en Argentina, anunció la adopción de medidas restrictivas para ciudadanos extranjeros, aún en condición migratoria regular.
No discuto, siempre lo recuerdo, el derecho de cada Estado de disponer normativamente lo que estimen conducente respecto de la presencia en su territorio de nacionales de otro país. He aprendido sí, por experiencia propia, que la nacionalidad es consecuencia de dos circunstancias no necesariamente concurrentes, la primera la imposición por parte del Estado como consecuencia del nacimiento, el parentesco y/o el domicilio, de la misma a quien en ella nació, bien la decisión libérrima de la persona de hacerse nacional del país.
Cualquiera sea el caso, lo cierto es que, pareciere política de Estado en buena parte de la comunidad internacional, cerrar las fronteras a cal y canto, tanto para los que quieren llegar a otras tierras, como para los que en la misma se encuentren, cualquiera sea su condición migratoria, en especial, la de irregularidad.
Respecto de esta última sostengo que cada país puede decidir lo que estime conducente respecto de los mismos, bien expulsarlos de su territorio, bien regularizarlos y al respecto creo que, la segunda medida, es mucho más beneficiosa que la primera pues, cuando la misma se realiza, de manera juiciosa, tal como lo hizo Colombia en los dos gobiernos precedentes al actual, puede conocer las competencias y habilidades de quien llegó y -si tiene orden suficiente- redireccionarlo a la región donde estas sean mejor aprovechadas.
Perseguir a los migrantes en sitios de trabajo, vehículos, oficinas administrativas o juzgados, como hemos visto que lo está haciendo la administración Trump es una muestra de inhumanidad insuperable y si a ello se suma la política informativa de denostar de la migración como consecuencia de los delitos que habrían cometido alguno de los miembros de esa comunidad, la misma raya en evidente discriminación.
Nadie se va de su país por gusto, absolutamente nadie.
La migración es consecuencia de la búsqueda de mejores condiciones de vida por parte del ser humano; es, así lo creo, una muestra de la decisión de progresar que le otorga a la persona que adoptó la decisión, una ventaja adicional, la de que hará lo necesario para que su calidad de vida en el país que eligió, sea mejor que la que tenía en el sitio que motivó su decisión.
Cualquiera pensaría que lo que nos está ocurriendo generará en nuestro ánimo nacional una conducta distinta a la que previamente tuvimos con la migración que recibimos y allí afirmo que creo se equivocan, de allí que, no se sorprenda nadie si, mañana, cuando las cosas cambien en nuestra tierra -y cambiarán, nadie lo dude- trataremos a los extranjeros de la misma forma y manera, amplia y generosa, a como los tratamos antes de esta tragedia que nos ha tocado vivir.
Gonzalo Oliveros Navarro
@barraplural
@fundacion2paises
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FUENTE: >>Gonzalo Oliveros Navarro
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