Esas son las “credenciales” fundamentales que posee el heredero perverso, para desempeñarse en la vida pública nacional. Este tipo, quien ha terminado de empobrecer a Venezuela, tiene una característica que lo delata continuamente; las evidencias sobran al respecto. Cada vez que tiene el “agua al cuello”, cuanto más cerca está de perecer por “inmersión”, más fuerte grita. Por supuesto, se trata de un antiquísimo recurso para creer que así se puede librar del miedo; que, por cierto, en el caso específico del susodicho gritón, en vez de miedo, sufre de culipánico crónico.
Es público y notorio, y sobretodo comunicacional, que el heredero perverso (ustedes conocen bien al infrascrito), a sabiendas de que sus lastimeros gritos son insuficientes para disipar sus hórridos temores, entonces recurre a la soberbia, que es otra de sus áreas de conocimientos, con el propósito de autofortalecerse; objetivo éste que jamás puede lograr porque su copiosa afluencia fecal se lo impide. En estas condiciones, el heredero perverso, ya declarado agente predilecto de satanás por sus diabólicos actos, acude a su tercer nivel de “inteligencia”.
Es en este preciso momento cuando el ya bien conocido personaje, sin percatarse aún de su genética
mediocridad, se convierte en la muestra más elocuente de lo que es un fanfarrón; debilidad ésta que más lo exhibe como una desdichada víctima de su insignificancia. De aquí en adelante, el fatuo comportamiento del asqueroso tipo es imposible auditarlo; su discurso se traduce en un recorrido que lo presenta, desde el más auténtico cristiano, hasta un incurable enemigo de las jerarquías de la Iglesia católica. En ese mismo orden elogia y sataniza a sus adversarios políticos, a quienes amenaza con desaparecerlos del mapa nacional. Similarmente inventa temibles enemigos en el mundo, para después ofenderlos a sus anchas; todo esto, por supuesto, desde su ridículo rol de fanfarrón.
Es indispensable apuntar que esas tres “credenciales” son de las que más presume cuando está frente a una cámara de televisión. Es allí en ese espacio comunicacional donde el heredero perverso luce más ridículo y mediocre. Sin embargo, él actúa convencido de que “se la está comiendo”; y lo que es peor para él y su cúpula de cómplices: siente que sus repetidas peroratas tienen gran audiencia, sin llegar a intuir siquiera que apenas un 5% de la población nacional todavía le “para bola”. ¡El heredero perverso aún parece ignorar que ya está de despedida, y ocurrirá más rápido de lo que muchos creen!
ANTONIO URDANETA AGUIRRE
Educador – Escritor
urdaneta.antonio@gmail.com
@UrdanetaAguirre
sábado, diciembre 10, 2016
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