Si las ganas de verte fuesen el dinero con que pudiese pagar un viaje a mi tierra, te juro que hoy estuviese a tu lado, créeme. Pero estos son tiempos duros y difíciles. Yo tuve que salir de Venezuela perseguido, por lo que me vi obligado a luchar por un mejor futuro para mí, para ti, para todos los que amo y por Venezuela, pero aunque aquí vislumbro la esperanza que perdí en mi tierra, el camino es áspero, especialmente en estas fechas.
Te extraño mucho MI viejita. Sabes que estoy en una nación en la que nos señalan de robarles el trabajo a sus ciudadanos, en la cual a veces temo hablar y que se note mi acento, en la cual mi vida depende de que me otorguen el permiso para trabajar ya que sin eso no tengo ningún derecho a nada, me siento flotando, como si yo fuese un avión planeando en el cielo en espera por un permiso
para aterrizar que no llega, aun cuando estoy cargado de de ganas de trabajar. Esto es tan duro y difícil mi viejita, que todos los espacios en este país están ocupados y me siento extraño de pertenecer; extraño mi hogar, y la felicidad de mi hogar eres tú mi viejita. Cuando uno se va a otro país no sólo deja lo que te ha pertenecido durante toda la vida, también dejas atrás todos los hábitos, los olores, las texturas, las voces que te han hecho la persona que eres.
Por todo eso, y por mucho que intenté, no me cupo en la maleta el olor que deja tu cabello cenizo en la almohada, al igual que cada vez que me toca sentarme a comer algo, me doy cuenta de que la medida perfecta de una buena sazón, está entre las yemas de tus dedos marcadas por las arrugas. El olor a mango maduro que se respiraba me transporta directamente a nuestro patio. Igual que cuando llego a una casa en la que no me espera nadie, extraño el sonido lejano del televisor sintonizado en tus novelas, señalándole a Dios a toda hora que no se olvide de nosotros: mi país lo necesita. Esos pequeños detalles me arrugan y destrozan el alma…Mi viejita, cuando algo me sale mal, me pregunto si todo no hubiese estado mejor si tú me hubieses lanzado esa mañana la dulce señal de la cruz que derramabas sobre mí todos los días desde el marco de la puerta. “Vaya con Dios, hijo…”, decías. Y yo voy con Dios, mi viejita, pero también me hace falta ir contigo.
Al igual que cuando me entero de cómo actúan esos militares venezolanos indignos, pienso en esas madres que ya no pueden bendecir a sus hijos, porque una bala criminal del régimen les quitó la vida por estar protestando con una bandera, reclamando sus derecho y luchando por su futuro, o cuando recuerdo el reflejo de las caras de esos hijos que ya no tienen a sus madres para bendecirlos, porque el régimen les acabo la vida por no tener alimentos y murieron de hambre, o por enfermarse y no tener el medicamento a tiempo, o porque en el hospital no se contaban con los insumos necesarios y fallecieron. Todo eso me hace la piel de gallina, el corazón se me acelera, y corro hacer una llamada que me permita escuchar tu voz mi viejita.
Todos los días de Dios a esta distancia lejos de ti mi viejita duele, pero en navidad y noche buena duele aún más. Cuando te llamo, trato de que no se note mi voz quebrada y que tampoco se note demasiado lo mucho que los extraño a ti mi viejita, a mi viejo y a mis hermanos. Anhelo escuchar a través del teléfono el tintineo de las bambalinas, y qué no diera yo por vivir la premura de todos en la casa por estar listos antes de las doce de la noche. Intento incansablemente de experimentar a través de las fotos el contrastante sabor de las aceitunas y las pasitas en el pan de jamón, e imaginar que abro la nevera y la consigo repleta de los diferentes envases de los vecinos, llenos de arroz con leche y majarete, de dulce de lechosa con piña o ese delicioso quesillo que solo tú sabes hacer. Entonces es cuando me invade la nostalgia y mirando la pantalla del celular como un portal hacia mi país, hacia mi gente, rezo porque tu voz traspase la pantalla y me haga sentir que estoy allí, con ustedes, ayudando a mi viejo a menear el guiso de las hallacas o cambiando las bombillas de las luces de navidad que prenden hasta la mitad junto a mis hermanos, y luego ponerme a ver el cielo cruzarse de estrellas fugaces que explotan y se revientan en colores cuando llega la medianoche en Venezuela.
Yo trato de ser fuerte, pero más fuerte eres tú cuando inconscientemente te das cuenta de que por pura costumbre serviste un plato más en la cena familiar de fin de año y yo no estoy. Yo no llego. Más fuerte eres tú, mi viejita, cuando me prefieres lejos pero vivo, aunque eso te destroce el alma de tanto dolor. Y con todo y eso me dices que tenga fuerzas, que esto es por mi vida y el futuro… pero, ¿y mi presente?, ¿y el abrazo de feliz año que me perdí?, ¿Eso no lo puedes envolver en papel aluminio y enviarlo hasta aquí?, ¿Ustedes no pueden aparecer aquí, aunque sea sólo por un momento para besarlos y darles un fuerte abrazo?.
Esto es tan desgarrador que ¿Cómo hago yo para que la llamada del 31 me haga sentir que estoy en casa y me acorte la distancia, me haga escuchar las gaitas de fondo que tanto me fascinan, los cohetes del vecino, el bullicio de la gente?, ¿cuánta distancia debo recorrer arrastrando una maleta a las doce de la noche, para que se me cumpla el deseo de poder trasladar a mi gente y a mi hogar hasta aquí?. Créeme, mi viejita, le daría la vuelta entera a este país arrastrando esa maleta si eso fuese posible…
Lamentablemente a esto nos llevó este régimen, a esto que hoy vivimos. La época donde nos tocó ser testigos. La circunstancia que a millones de venezolanos nos toca superar. Si todos los venezolanos que estamos hoy fuera de nuestro país pudiésemos volver para comenzar el 2019 en nuestros hogares, estoy segura que la autopista la guaira desde el aeropuerto hasta caracas sería insuficiente para aglutinar tanta gente feliz a la espera de recibir a su ser querido y poderle dar el beso y el fuerte abrazo de Feliz año. Y, aunque claramente existen culpables, ya no hay alivio en señalarlos. No sirve de nada: sus rostros se hunden y se pierden en el dolor mayor que le han causado a millones de venezolanos. Y sé que, para los que no estamos allá, extrañar es un precio bajo…, Perder, enterrar, ver morir en la cama de un hospital a alguien que amas, sí que es un precio muy alto… hasta lo indecible. Y con eso en mente intento decirme a mí mismo que he perdido poco, que soy uno de los afortunados…pero, aun así, duele.
Las madres siempre dicen lo valioso que es presenciar los primeros años de vida de sus hijos, porque son los días donde gravan y hacen de todo. Como hijo, tiemblo de miedo pidiéndole a Dios que, por ir en busca de salvar mi vida y luchar por un futuro mejor, yo no me esté perdiendo de disfrutar tus últimos años, tus últimas navidades, mi viejita. Es un pensamiento espantoso y horrible, lo sé, pero en mi soledad toma fuerza. Sólo le pido a Dios y a la Chinita que me den fortaleza y me acompañen. Que Dios te haga fuerte, y que me haga fuerte, para que nos volvamos a ver y que éste sea un mejor año para todos y que, aunque esté muy lejos, a las doce de la noche cuando suenen las campanas y mires al cielo, pienses en mí. Que yo haré lo mismo, mi viejita. Cerraré los ojos y de golpe estaré frente a ti, correré a tus brazos para llenarte de besos y gritarte “Feliz Año, Mi adorada viejita. A todas estas ¿Ya te he dicho que te amo?”.
Atte.- Carlos Cangrejo…
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