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Yo no soy ni economista, ni experta en finanzas públicas. Pero, como casi todas las mujeres del mundo, soy una lince sacando cuentas. Como editora y directora de un medio de comunicación con base en Estados Unidos, direccionado hacia las comunidades de habla hispana que conviven en este país, tengo el deber de meter la cuchara en la evaluación de los primeros 100 día de gestión del presidente Donald
Trump.
Los Estados Unidos de Norteamérica, incluso antes de su intervención en la Segunda Guerra Mundial, han dedicado más de 80 años a la protección de lo que muchos llamamos el Mundo Libre.
Eso, que nadie es capaz de ponerlo en duda, significa dinero, mucho dinero. La riqueza y la prosperidad de este país se ha compartido por décadas con un descomunal gasto militar y de defensa para que unos pocos regímenes violentos y sin ninguna piedad o respeto por la dignidad y la vida humana se mantengan alejados de los hombres y mujeres que decidimos ser libres.
Insisto: libres porque hay alguien, en alguna parte del planeta, que fabrica armas, destina soldados y defiende al mundo en las últimas fronteras donde se enfrenta el ser humano decente con el mal. Entre tanto, rusos y chinos, solo por mencionar un par de ejemplos, llevan casi un siglo tragándose a todo aquel que no haya sido protegido por los enormes recursos con que cuenta Norteamérica.
Chinos y rusos se han tragado países, etnias, culturas completas. Han hecho del genocidio y de las matanzas una política pública permanente, en nombre de lo que unos pocos de sus líderes han llamado “revolución”.
Liquidaciones colectivas y cientos de matanzas sin responsable alguno, han sido por casi un siglo su impronta sobre la humanidad. Archipiélagos de prisiones y centros de trabajos forzados han sido, y en muchos casos aun lo son, la medicina social de quienes gobiernan a esos países.
Incluso, sin ir más lejos: una flota de tareas norteamericana se mantiene en alerta 24/360 en el Estrecho de Ormuz: América, hoy en día, custodia para el resto del mundo el principal callejón oceánico entre Oriente y Occidente.
A saber: por donde transita, diariamente, algo más del 30% de la carga que se mueve en los siete mares de la Tierra.
¿Y saben qué? América paga peaje sobre sus buques por el tránsito en el Canal de Suez.
Y lo defiende, cuida que los hutíes y los piratas, sí, en pleno XXI, no hagan trizas los barcos mercantes chinos, rusos, griegos, polacos, europeos y de todos los países sin que ninguno de ellos ponga, colabore con un solo centavo, para garantizar el libre paso por esas aguas.
Lo mismo que con el Canal de Panamá. América, el ejército norteamericano, con reales de los contribuyentes de este país, lo construyeron. Lo echaron a andar. Primero resolviendo el espantoso flagelo de la terrible fiebre amarilla que no dejaba vida quieta en aquella zona, y después entregándoselo a la República de Panamá. Ojo pelao: ¡regalándoselo!
Porque ahí, en toda esa zona, no existía ningún paso. Se tuvo que construir, América lo construyó. Esa vía no existía cuando la Provincia de Panamá le fue arrancada a Colombia.
Así que no le devolvieron nada, luego de los Acuerdos Carter-Torrijos, a los panameños del año 2000 Estados Unidos les hizo un regalo para que canal continuara sirviéndole al mundo. ¡Porque la América del Norte siempre ha sido grande y generosa!
Y años después, los chinos, quienes llevan a cabo una supuesta ampliación y modernización del canal que deja medio secas a las esclusas y están acabando con las aguas del Darién; les da por establecer un par de bases militares en cada uno de los océanos, para “defender” lo que no es suyo, lo que no construyeron ellos, así como tampoco tienen nada que ver tan lejos de sus casas. Así, como quien no quiere la cosa.
Lo mismo que en Suez, los barcos norteamericanos tienen que pagar por el paso interoceánico; porque Panamá lo administra. Y podría seguir, pero lo que quiero rescatar es que luego de casi 100 años, un hombre en solo 100 días ha tenido el valor de decir y llevar a cabo muchas de las acciones necesarias para que a este país no se le siga viendo la cara de “gringo-pendejo”; con que tanto han ridiculizado al norteamericano de a pie al sur de nuestro continente.
Como le gusta decir a los europeos, a los asiáticos, a los chinos y a todo el mundo, porque las “cosas” hay que pagarlas.
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FUENTE: >>https://venezuelaredinformativa.us/america-siempre-ha-sido-grande/
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