25 julio 2025
*Armando Johan Obdola* _Analista geopolítico canadiense_ |_Presidente de IOSI Global | Fundador, PRAEON ADVISORY Global Intelligence | Security Advisor | GLOBAL ORGANIZATION FOR SECURITY AND INTELLIGENCE | OBDOLA.PRO | VENEZUELA | TREEEC | GLOBAL
(_Aunque muuuy largo, vale la pena leerlo para tener una visión global de lo que ocurre en el mundo, y de lo que subyace detrás de las políticas de Trump, con sus efectos para nosotros y el resto del mundo_...)
*Introducción*:
_Ya estábamos enfermos antes de que regresara. El regreso al poder del presidente Donald J. Trump en 2025 no ocurrió en el vacío, ni fue un accidente. Era el eco de un colapso más profundo. Un mundo que se hunde bajo el peso de sus propias contradicciones: inestabilidad geopolítica, democracias corruptas, imperios criminales transnacionales y un planeta devorado por su propia negación_.
Su segundo mandato comienza en un momento de desorden global sin precedentes, posiblemente una de las crisis geopolíticas más graves de las últimas tres o cuatro décadas. En todos los continentes, los estados se están doblegando bajo la presión del crimen organizado, el extremismo ideológico, la parálisis institucional y la implosión de estructuras de gobierno que alguna vez fueron estables. Es un mundo que pierde el control de su propia trayectoria.
En este clima volátil, el regreso del presidente Trump no marca una transición ceremonial, sino que detona una onda expansiva política. Sus decisiones, contundentes, sin disculpas y, a menudo, poco ortodoxas, han generado no solo una profunda controversia interna, sino también un nivel de reacción internacional que rara vez se ve en el liderazgo moderno. El apoyo y la condena estallan en igual medida, trascendiendo fronteras y sacudiendo alineamientos diplomáticos.
Sin embargo, más allá de la polarización, un hecho sigue siendo claro: Ya sea que uno lo apoye o no, _Trump no rompió el mundo. Simplemente levantó el espejo_.
*I. La nueva era del poder desnudo: cuando mueren las pretensiones*
El presidente Trump ha abandonado las ilusiones guionadas de la diplomacia. Atrás quedaron los discursos huecos sobre la unidad y los "valores compartidos", mientras que las armas fluyen hacia los terroristas y las élites criminales se sientan en los paneles de la ONU.
En este segundo mandato, ya no toca para el público. Derriba el escenario. No finge preocuparse por el consenso. No baila alrededor de las contradicciones. Nombra enemigos, incluso cuando eso rompe los protocolos, incluso cuando ofende las tradiciones.
_Y eso, para muchos, es aterrador_.
Pero debería aterrorizarnos aún más que lo único que sostuviera el viejo orden fuera la simulación. Que, durante años, incluso décadas, los gobiernos de todo el mundo han operado sobre una base cada vez más frágil: virtud performativa, teatro institucional y distracción tecnocrática, mientras que el poder real ha migrado a manos de redes criminales, actores ideológicos e imperios financieros que no responden a ningún ciudadano.
_Seamos honestos_: *nuestros gobiernos no son saludables*. Están agotados, expuestos y, en muchos casos, moralmente en bancarrota.
_No importa si uno se inclina hacia la izquierda o hacia la derecha, la crisis no es ideológica. Es sistémica_. Si una encuesta global seria preguntara a los ciudadanos cuánta confianza depositan en sus gobiernos, no en los partidos, sino en la gobernanza misma, los resultados serían devastadores.
Esta erosión no es causada por un hombre o una administración. Es el producto de años, incluso generaciones, de decadencia institucional:
• Burocracias que ya no sirven al pueblo sino a su propia supervivencia.
• Clases políticas obsesionadas con la retención del poder, no con el avance social.
• Políticas públicas moldeadas por la ideología, no por la evidencia.
• Gobernanza construida para sostener la ilusión de control, no para generar transformación.
En todo el mundo democrático —en América del Norte, América Latina, Europa, África— estamos viendo una evolución peligrosa: la politización del Estado. No la política como un proceso democrático, sino la transformación de las funciones estatales en herramientas de preservación ideológica, impulsadas no por el bien colectivo, sino por narrativas de poder, identidad y dominio.
En este escenario, los líderes ya no gobiernan para resolver. Gobiernan para señalar, castigar, retener a sus tribus.
El Estado ya no media entre intereses, sino que se convierte en un arma para hacer cumplir las agendas. Y es precisamente en este vacío donde surgen figuras como el presidente Trump. No como anomalías. Pero como consecuencias.
No está fuera del sistema, es lo que queda cuando el sistema se derrumba sobre sí mismo.
*Trump no creó este mundo. Lo expuso*.
_Como analista geopolítico canadiense que ha estudiado el crimen transnacional, los estados fallidos y la erosión institucional en múltiples continentes, puedo decir esto con claridad_:
*Nuestras instituciones no son débiles debido a Trump. Son débiles porque la verdad ha sido reemplazada por el rendimiento.
*Porque la gobernanza se convirtió en una marca. Porque dejamos de preguntar si nuestros sistemas funcionaban, y comenzamos a preguntar solo si nos hacían sentir seguros en nuestras ideologías.
*El poder desnudo de Trump no es un acto de violencia. Es un acto de exposición.
_Y es por eso que es temido y seguido_...
*II. El orden mundial criminal: cuando el crimen se convierte en el Estado*
El siglo XXI ha sido testigo de una evolución aterradora: el crimen se ha convertido en la nueva arquitectura del poder.
Lo que antes operaba en las sombras ahora ocupa palacios presidenciales. Cárteles, mafias, milicias radicales, sectas ideológicas, señores de la guerra, ya no son enemigos del Estado. En muchos casos, son el estado. Financian elecciones, controlan instituciones, dictan leyes y dan forma a la política exterior.
En Venezuela, _la narco dictadura bolivariana exportó no solo a su gente, ahora más de 11 millones de desplazados forzosos, sino también a su red de terror_. He hablado de esto durante años, mucho antes de que el mundo reconociera el peligro. El *Tren de Aragua*, una organización que etiqueté como una entidad terrorista mucho antes de que llegara a los titulares internacionales, ahora tiene células en las Américas y Europa, traficando, extorsionando y difundiendo el miedo.
Esto no es un simple crimen. Esta es una infraestructura narcoterrorista incrustada en el ADN de un régimen.
Pero Venezuela no es una excepción. Es el prototipo.
En Haití, el colapso de la gobernanza ha dado paso a bandas armadas que controlan ciudades enteras, y el gobierno apenas funciona solo de nombre. Las misiones internacionales han fracasado repetidamente. Las pandillas no se esconden. Están gobernando. Puerto Príncipe ya no es una capital, es un campo de batalla gobernado por facciones.
En toda África, el patrón se repite. En el Sahel, grupos terroristas como Al-Qaeda en el Magreb Islámico y las ramificaciones del Estado Islámico se han fusionado con milicias tribales y economías ilícitas. La trata de personas, el contrabando de armas y la extracción de recursos forman una economía oscura que reemplaza al Estado con redes de fusión político-criminal.
En Oriente Medio, Estados como Irán actúan no sólo como actores geopolíticos, sino como patrocinadores y arquitectos de la guerra asimétrica global. A través de representantes como Hezbolá, Hamas y los rebeldes hutíes, Teherán proyecta influencia a través del terror, incrustándose en la inestabilidad regional.
Estas no son amenazas desconectadas. Estas son realidades coordinadas. Los grupos radicales, los imperios criminales y los regímenes autoritarios ahora están convergiendo, trabajando en sincronización. Esto no es ficción. Este es el modelo de nuestro desorden actual.
*Este Orden Mundial Criminal no es accidental. Es el resultado de décadas de complacencia global, hipocresía institucional y diplomacia selectiva*.
Mientras se debatían los derechos humanos en los pasillos de Ginebra, naciones enteras estaban siendo secuestradas por criminales con uniformes y trajes.
Y en medio de esta oscuridad, la migración se ha convertido en la cortina de humo. Los actores criminales se mueven a través de las fronteras no como fugitivos, sino como sistemas organizados.
_La desesperación está armada. Los corredores humanitarios se convierten en rutas de tráfico. Lo llamamos una crisis de refugiados, pero en muchos casos, es un desplazamiento estratégico, diseñado para desestabilizar, infiltrarse y confundir_.
Lo que el presidente Trump llama, a menudo con un lenguaje crudo, es una realidad que pocos se han atrevido a abordar: ya no estamos lidiando con el crimen como un fenómeno social. Estamos lidiando con el crimen como un sistema global de poder.
*Esta es la guerra híbrida en su forma más peligrosa. Combina ideología, migración armada, diplomacia corrupta, infiltración cibernética y manipulación de los medios, con la complicidad de regímenes que usan retórica humanitaria mientras financian milicias y reprimen a sus propias poblaciones*.
Y aquí yace la brutal verdad: Los gobiernos de todo el mundo ya no están separados del crimen. Están incrustados en él. _Ya sea por negligencia, miedo o interés financiero, muchos estados se han convertido en cómplices, o anfitriones, de los mismos actores que están destruyendo el orden global_.
_El presidente Trump, en este contexto, no es el origen de este sistema. Él es la reacción a su exposición. Su retórica puede ser polarizante. Sus acciones pueden ser contundentes. Pero su aparición, y su regreso, son síntomas de una estructura global que ya ha sido invadida por la malignidad transnacional_.
Si queremos recuperar nuestras naciones, restaurar nuestras instituciones y proteger nuestra soberanía, debemos dejar de tratar estas crisis solo como humanitarias. Debemos verlos por lo que son: Un asalto coordinado a la idea del estado en sí.
*III. Migración: la militarización de la desesperación humana*
Hablemos claramente. _La migración masiva ya no es simplemente un evento humanitario. Se ha convertido en una táctica armada. Una fuerza desestabilizadora desplegada tanto intencional como irresponsablemente, a veces por regímenes criminales, a veces por diseño geopolítico y a veces por puro fracaso sistémico_.
De Libia a Honduras, de Alepo a Caracas, de Jartum a Puerto Príncipe, las guerras, los estados colapsados y las estructuras de poder corruptas, algunas espontáneas, otras diseñadas, han servido como válvulas de presión para expulsar a millones de personas a través de las fronteras. Al hacerlo, transfieren no solo la presión demográfica, sino también las crisis multidimensionales a los países receptores: tensión cultural, sobrecarga económica, fragmentación social y amenazas a la seguridad camufladas entre las víctimas legítimas. _Esto no es ficción. Es un desplazamiento estratégico_.
*Las agresivas políticas fronterizas y de deportación del presidente Trump han provocado una condena generalizada*. Los críticos los llaman brutales, inhumanos, incluso xenófobos. Pero enfrentemos una verdad que la comunidad internacional a menudo se niega a admitir: Estados Unidos no solo enfrenta un problema migratorio, sino que está lidiando con las consecuencias de décadas de erosión fronteriza, ambigüedad legal y cobardía política. Las ciudades estadounidenses se han visto abrumadas no solo por familias que huyen del peligro real, sino también por traficantes, pandilleros, afiliados a cárteles, operativos ideológicos y fugitivos de la justicia.
Incrustadas dentro de las olas de desesperación hay fuerzas de desestabilización, a veces coordinadas, a veces oportunistas, pero innegablemente reales. Eliminar estas amenazas a través de procesos burocráticos o judiciales tradicionales llevaría décadas. Trump, con su severidad característica, _aceleró el proceso a través de la acción ejecutiva y las deportaciones aceleradas_.
_Estas medidas han perjudicado a muchas personas inocentes, incluidos innumerables venezolanos, mi propio pueblo, a quienes sigo defendiendo y protegiendo de todas las formas posibles_.
Pero estas políticas, por duras que sean, no nacieron de la crueldad. Nacieron de la necesidad. ¿_Cómo puede sobrevivir una nación cuando sus fronteras son porosas, sus mecanismos de investigación sobrecargados y sus sistemas públicos al borde del colapso_?
Este dilema no es exclusivo de los Estados Unidos. Europa está viviendo su propia versión del colapso. En Francia, Alemania, Suecia, Italia y el Reino Unido, la cohesión social se está rompiendo bajo la presión de la migración incontrolada. Distritos enteros se han vuelto ingobernables. La radicalización se encona en zonas marginadas. El crimen, el conflicto de identidad y el extremismo político están aumentando a la par.
Si bien muchos de los migrantes son refugiados genuinos, que huyen de la guerra, la persecución o los regímenes totalitarios, el hecho de no distinguir entre protección e infiltración ha creado una pesadilla política. Y la situación no está mejorando.
Las atrocidades recientes, como el asesinato selectivo de cristianos en el norte de Siria por parte de milicias yihadistas en julio de 2025, sirven como dolorosos recordatorios de que la persecución es real. Miles huyen con causa legítima. Pero cuando estas víctimas se pierden entre actores ideológicos y redes criminales, los corredores humanitarios se convierten en armas contra las mismas naciones que abren sus puertas. Y detrás de todo, la raíz sigue sin abordarse: _Los países de origen no están cumpliendo con su responsabilidad_. Los estados fallidos como Venezuela, Siria, Sudán, Somalia y otros no solo se han derrumbado internamente, sino que se niegan a recuperar a sus propios ciudadanos. _La deportación se convierte en un callejón sin salida diplomático. Mientras tanto, los elementos criminales explotan las lagunas legales, la simpatía de los medios y la parálisis política para atrincherarse más profundamente.
El resultado es un discurso moral paralizado. Se nos dice que "*mostremos compasión", pero ¿qué sucede cuando la compasión se convierte en complicidad*? Se nos dice que "protejamos a los vulnerables", pero ¿*cómo, cuando no podemos separar a los inocentes del infiltrado*? _Nadie quiere decir estas verdades. Pero alguien debe hacerlo_.
*Estamos en un mundo en llamas. Y en un mundo en llamas, el primer deber es proteger el hogar*. Si una nación no puede asegurar su propio territorio, definir sus propias leyes y distinguir entre amenaza y refugio, entonces deja de ser una nación. Se convierte en un corredor, una zona de amortiguación en un conflicto global que no pidió, pero del que no puede escapar.
Es por eso que, desde una perspectiva de seguridad nacional, *la priorización de Trump de la estabilidad interna antes que la asistencia internacional no es intrínsecamente inmoral*. Es, en muchos sentidos, lógico en un mundo que se derrumba. _Sus acciones pueden ser agresivas. Pueden violar las normas de la diplomacia. Pero responden a una emergencia geopolítica que pocos se atreven a reconocer_.
Incluso la práctica de transferir migrantes a terceros países, como enviar a personas indocumentadas a Ruanda, como se intentó en el Reino Unido, o a otros países africanos, no está exenta de complejidad ética. Pero cuando los países de origen se niegan a volver a entrar y los Estados receptores colapsan bajo presión, ¿qué alternativas quedan?
No pretendo conocer la solución perfecta. Pero sí sé esto: En un mundo fracturado por el fracaso sistémico, ninguna política será perfecta. Pero la inacción ya no es una opción. La migración ya no se trata solo de movimiento. _Se trata de sobrevivir, para el migrante, sí, pero también para el estado receptor_. Y a menos que confrontemos ambos lados de esa ecuación, seremos tragados por una espiral de caos disfrazada de compasión.
*IV. El colapso de las instituciones: cuando la ley se convierte en teatro*
¿Cómo llegamos aquí?
_Porque las mismas instituciones que fueron creadas para mantener el orden, la paz y la justicia se han derrumbado en estructuras ceremoniales_? Todavía existen, pero su poder es performativo. Su legitimidad está fracturada. Sus decisiones llegan demasiado tarde, o nunca llegan.
*Las Naciones Unidas*, que alguna vez fueron un símbolo de conciencia colectiva, ni siquiera pueden ponerse de acuerdo sobre la definición de terrorismo, mientras las atrocidades se desarrollan en tiempo real.
*La Unión Europea*, paralizada por contradicciones internas, emite declaraciones y advertencias de procedimiento mientras bandas organizadas y células extremistas controlan barrios en Francia, Suecia y Bélgica, con poca resistencia.
*La Corte Penal Internacional*, en lugar de erigirse como un pilar global de la rendición de cuentas, emite órdenes de arresto simbólicas años después de que se hayan cometido los crímenes, mucho después de que las víctimas hayan sido enterradas y, a menudo, solo cuando la conveniencia política lo permite.
El resultado es catastrófico: *una percepción global de que la ley ya no es justicia, es teatro*. La ilusión de la gobernabilidad persiste, sostenida por discursos, cumbres y comunicados. Pero detrás de los podios, el poder ha cambiado. Ahora fluye a través de redes paralelas: cárteles, bloques ideológicos, monopolios digitales, alianzas de inteligencia y élites financieras.
Incluso en los Estados Unidos, la democracia más visible del mundo, el "estado profundo", la convergencia arraigada del poder burocrático, de inteligencia, político y mediático, ha erosionado la confianza interna. _Los estadounidenses, independientemente de su ideología, dudan cada vez más de la neutralidad de sus instituciones, la equidad de sus sistemas y la integridad de sus procesos_.
El contrato social se ha deshilachado.
Es en este entorno que *la retórica de Trump gana terreno*. _Sus ataques contra los centros de poder de Washington -la comunidad de inteligencia, el Departamento de Justicia, los medios de comunicación, las alianzas internacionales- a menudo han sido torpes, conflictivos e incluso peligrosos. Pero a millones, les está diciendo lo que nadie más se atrevió: que el sistema ya no sirve a la gente, y que los guardianes del viejo orden se han convertido en sus guardianes, no en sus reformadores_. Esto no lo hace correcto en todos los puntos. Ciertamente no lo convierte en un salvador. Pero lo hace relevante, porque está hablando el lenguaje del colapso, no el lenguaje de la reforma educada.
*No promete arreglar el sistema. Le declara la guerra*. Y al hacerlo, da voz a la ira, el agotamiento y la desilusión de millones de personas que ya no creen que la reforma sea posible dentro del marco existente. Es fácil descartar su estilo. Es más difícil confrontar por qué resuena su mensaje. La razón es simple: no se opone al funcionamiento de las instituciones. Está atacando lo que muchos perciben como fachadas rotas. Expone la incómoda verdad de que la ley, sin aplicación y legitimidad, se convierte en ritual, y que el ritual, sin fuerza moral, se convierte en ficción.
_Y ahí es precisamente donde se encuentran ahora muchas de las instituciones del mundo: al borde de la ficción, desprendidos de las realidades que dicen gobernar. En este vacío, surgen los populistas, los autoritarios y los forasteros. No porque ofrezcan mejores respuestas, sino porque las instituciones ya no ofrecen ninguna_.
*V. Subsidios interminables, economías terminales*
El presidente Trump lo ha dicho claramente y sin disculpas: "_Estados Unidos ya no subsidiará el fracaso de otros_". El tono puede ser abrasivo, pero la pregunta subyacente es urgente y global: ¿Cuánto tiempo más pueden Estados Unidos, o para el caso Canadá y Europa, continuar cargando con las cargas económicas de naciones disfuncionales, regímenes criminales e ilusiones multilaterales_?
Estados Unidos se tambalea bajo el peso de una deuda nacional de 35 billones de dólares. Sostiene una estructura de derechos que es cada vez más insostenible, al tiempo que asume los costos ocultos de la migración ilegal, los compromisos militares en el extranjero, las garantías de seguridad, los programas de ayuda extranjera y los interminables planes de desarrollo que rara vez dan resultados.
_¿Y qué pasa con Canadá, mi país_?
Nosotros también nos enfrentamos a una peligrosa contradicción: Mientras nuestras ciudades sufren delitos violentos, epidemias de adicción, viviendas inasequibles, infraestructura colapsada y sistemas de salud pública en decadencia, continuamos invirtiendo miles de millones en iniciativas de desarrollo global, misiones de mantenimiento de la paz, conferencias climáticas y ayuda internacional. Pero, ¿quién es responsable de los resultados? Hablemos honestamente: Durante décadas, la ayuda extranjera y _los subsidios internacionales se han convertido no solo en un salvavidas para las poblaciones vulnerables, sino también en un facilitador sistémico de la represión, la corrupción y el terror_.
En muchos países de América Latina, África y Medio Oriente, miles de millones en ayuda han alimentado a los regímenes, no a las personas. Han prolongado la gobernanza fallida en lugar de impulsar la reforma. Han sido desviados a través de ministerios corruptos, o peor aún, han terminado en manos de señores de la guerra, paramilitares, cárteles y representantes del terrorismo.
Sí, la ayuda internacional ha proporcionado alimentos. Sí, ha entregado medicamentos. Pero también, sin lugar a dudas, ha proporcionado oxígeno a las mismas redes que trafican drogas, esclavizan a las mujeres, radicalizan a los jóvenes y asesinan a inocentes. En Gaza, en Afganistán, en partes del Sahel y más allá, no es ningún secreto:
El dinero destinado a los pobres alimenta a los poderosos.
Los subsidios destinados a la paz alimentan los motores de la guerra. Incluso las ONG humanitarias, bajo el paraguas de la neutralidad, han sido explotadas o infiltradas por grupos cuyas agendas no son la ayuda, sino el control.
Mientras tanto, las naciones donantes como Estados Unidos, Canadá, Alemania y el Reino Unido se enfrentan a su propio colapso interno:
• Aumento de la deuda nacional.
• Sistemas de pensiones estirados.
• Una nueva generación que pierde la fe en el contrato social.
• Los contribuyentes de clase media pagan la factura de la disfunción global, mientras que sus propios vecindarios se deterioran.
Esto no es sostenible. El subsidio se ha convertido tanto en una droga como en un escudo, adormeciendo el dolor del colapso en las naciones quebrantadas, mientras protege a sus líderes de las consecuencias del fracaso. Ha llegado el momento de una conversación difícil:
_¿Estamos realmente ayudando al mundo, o estamos preservando un orden roto a nuestra costa? No se trata de abandonar los valores humanitarios_.
Se trata de enfrentar una verdad brutal: ayudar a las personas no debe significar habilitar a sus opresores. Y eso significa repensar nuestro papel, no como donantes eternos, sino como actores estratégicos.
El mensaje del presidente Trump, *"arreglar nuestra casa primero", no es solo retórica política*. Habla de una realidad global creciente: _la soberanía comienza con la autopreservación_. Esta es la tensión central de nuestro tiempo: *Responsabilidad global vs. supervivencia nacional*. Y si no logramos resolverlo con honestidad y coraje, corremos el riesgo no solo de un colapso económico, sino de la implosión moral de todo lo que decimos defender.
*VI. La política exterior de Trump: tosca pero coherente*
La política exterior del presidente Trump es muchas cosas: abrasiva, impredecible y, a menudo, entregada sin tener en cuenta la etiqueta diplomática. Pero debajo del ruido, hay una lógica consistente: realismo estratégico arraigado en la confrontación, no en la coreografía.
Ve a China no solo como una potencia económica rival, sino como un adversario civilizatorio, un estado que promueve un modelo autoritario para el siglo XXI que busca desplazar la influencia occidental y rediseñar las normas globales.
Se enfrenta a Irán como un nodo central en la arquitectura de la inestabilidad global, respaldando a grupos terroristas en todo el Medio Oriente, desafiando los acuerdos internacionales y posicionándose como un motor teocrático de guerra asimétrica.
El enfoque de Trump es claro: llámalo por su nombre y actúa en consecuencia.
Trata con Rusia a través de una lente de equilibrio de poder a sangre fría, reconociendo su peso estratégico, evitando la provocación teatral y presionando por la disuasión sin caer en la nostalgia ideológica de la Guerra Fría.
Afirma el derecho de Israel a la seguridad, no como un eslogan, sino como un imperativo no negociable. Rechaza la fantasía de que la paz se puede negociar con actores cuyos documentos fundacionales exigen la aniquilación de Israel.
Bajo Trump, la ambigüedad dio paso a la alineación. Y en América Latina, revela la duplicidad cínica de la diplomacia tradicional de Estados Unidos.
_No olvida, y no permite que otros olviden, que el régimen de Maduro en Venezuela no es un gobierno. Es un consorcio criminal que se hace pasar por un estado. Sin embargo, también entiende que enfrentarse a tales regímenes no puede ser idealista. Debe ser estratégico, alineado con las necesidades energéticas globales y calibrado contra las realidades del poder_.
La política exterior de Trump no se trata de aplausos o consenso. Se trata de postura, apalancamiento y disrupción. Y en esa disrupción, el mundo está siendo sacudido.
Algunos lo detestan. Otros le temen. Muchos se ven repentinamente obligados a sentarse a la mesa. Pero la pregunta más importante no es lo que el mundo piensa de él, sino _en qué se ha convertido el mundo sin él_. Durante años, la diplomacia internacional evolucionó hacia una gestión ritual del declive.
Los conflictos se congelaron, no se resolvieron.
Los procesos de paz se convirtieron en industrias de retraso.
Los regímenes autoritarios hablaron de soberanía mientras brutalizaban a su propio pueblo, y fueron recompensados con asientos en los consejos de derechos humanos.
Las sanciones se impusieron simbólicamente.
Se firmaron tratados para las cámaras.
Y mientras tanto, el sistema global decaía, silenciosa, elegante y fatalmente.
Trump atravesó la chapa. No ofrece una estrategia perfecta. Pero su presencia ha obligado a las naciones a reevaluar sus ilusiones. _No está "arreglando" la diplomacia global. Está rompiendo las rutinas que permitieron que su decadencia se volviera aceptable_.
Esto no es cómodo. Pero a veces, como en medicina, se requiere un tratamiento doloroso cuando el paciente ya está séptico. Y geopolíticamente, somos sépticos.
Ya no vivimos en un mundo de posguerra de recuperación y consenso. Vivimos en un mundo fragmentado de amenazas híbridas, agotamiento moral y erosión institucional. En este mundo, las naciones ya no pueden sobrevivir con nostalgia o retórica. Deben someterse a una profunda introspección, y no solo para reconstruir lo que fue, sino para construir lo que debe ser:
• Nuevos modelos de gobernanza: funcionales, resilientes y arraigados en la verdad.
• Nuevos sistemas económicos: menos dependientes de los subsidios extranjeros y más centrados en la productividad interna.
• Nuevos contratos cívicos: basados no en el tribalismo ideológico, sino en la dignidad nacional, el sacrificio compartido y la adaptación estratégica.
La política exterior de Trump no ofrece estas respuestas. Pero obliga a hacer las preguntas. Y quizás, en esta era de desilusión, ese es el primer acto necesario de liderazgo: Para romper la ilusión.
*VII. Una voz canadiense: entre la soberanía y la conciencia*
Como canadiense, defiendo ferozmente la soberanía de mi país. Canadá no es, y nunca debe ser, una extensión de la voluntad estadounidense. Somos una nación con su propia identidad, sus propios valores y un compromiso constitucional con la justicia, la dignidad y los derechos humanos. Hemos contribuido al mantenimiento de la paz, la diplomacia multilateral y el alcance humanitario en todos los rincones del mundo. Y debemos seguir haciéndolo, pero no a ciegas, no pasivamente, y no a costa de nuestro propio colapso interno.
Porque también veo, con dolorosa claridad, que el colapso global ya no es algo que vemos en las pantallas. Está en nuestra frontera. Está dentro de nuestras instituciones. Está dando forma a nuestra realidad diaria.
_La erosión de la gobernabilidad en América Latina no es solo una tragedia para la región, sino que está alimentando el desplazamiento masivo, las redes criminales y la exportación ideológica que llega a las costas canadienses_.
Las ideologías radicales, el crimen organizado, las narcoeconomías y la influencia autoritaria se están infiltrando en América del Norte, y Canadá no está exento. Nuestros puertos, nuestros aeropuertos e incluso nuestro discurso político están siendo tocados por amenazas transnacionales que no reconocen fronteras.
Sin embargo, permanecemos demasiado callados. Demasiado educados. Demasiado diplomáticos en un mundo que ya no respeta la diplomacia a menos que esté respaldada por principios y determinación. Debemos hablar, con coraje, no con condescendencia. Debemos actuar, con soberanía, no con subordinación.
Y debemos reconocer que *el silencio frente a la disfunción geopolítica no es neutralidad. Es complicidad*.
El presidente Trump, a pesar de todos sus defectos y excesos, también ha forzado algo crítico en el escenario internacional: una provocación. No una provocación de guerra, sino *una provocación de conciencia*. Ha desafiado al mundo, no suavemente, sino brutalmente, a reconsiderar el precio de la ilusión, a reevaluar el costo de la inacción y a repensar lo que realmente significa el liderazgo en una época en la que el desempeño reemplazó a la sustancia.
Este desafío no es cómodo. Pero quizás ese sea el punto. A veces, la interrupción no es el enemigo, es la llamada de atención necesaria.
Como canadienses, y como ciudadanos de cualquier nación democrática, debemos preguntarnos:
• ¿Seguimos gobernando o simplemente gestionando el declive?
• ¿Seguimos defendiendo los principios o escondiéndonos detrás del proceso?
• ¿Seguimos siendo soberanos o hemos subcontratado nuestro coraje?
_No se trata de imitar el estilo o la política de Trump. Se trata de reconocer el vacío que permitió que surgiera tal liderazgo, y la urgencia de llenar ese vacío con algo más fuerte, más sabio y más auténticamente nuestro_.
Nuestra política exterior ya no debe depender de lugares comunes diplomáticos e inercia institucional. Debe enfrentar la era de la geopolítica criminalizada, donde las amenazas no son solo militares, sino ideológicas, económicas y sistémicas. Debemos construir una política exterior que esté arraigada en el realismo, guiada por la claridad moral y anclada en el interés nacional, pero sin abandonar el núcleo ético que una vez hizo de Canadá una voz de la razón en un mundo fragmentado.
En resumen:
Debemos volver a ser soberanos, no solo en territorio, sino en convicción.
Y si se necesita una provocació n global para recordarnos eso...
Entonces tal vez se retrasó.
*VIII. Conclusión: Trump no es el futuro. Pero él es la señal*.
_El presidente Donald J. Trump no es la forma final de liderazgo global. Él no es la respuesta. Pero él es la señal de que el viejo mundo, con sus frágiles instituciones, narrativas agotadas y diplomacia performativa, ha terminado. Él no es un Mesías. No es un monstruo. Es una fuerza: cruda, disruptiva, sin filtros. Y en su ascenso, regreso y persistencia, el sistema mismo ha quedado al descubierto_.
Algunas de sus acciones han sido dañinas. Otros, necesarios. Muchos, brutales. Pero estemos de acuerdo con él o no, una cosa es innegable: *Reveló la enfermedad*. Bajó las cortinas, y lo que el mundo vio no fue al tirano, sino su propio reflejo:
• Instituciones construidas sobre arena.
• La diplomacia se basó en la demora.
• Economías construidas sobre la deuda.
• Leyes basadas en el simbolismo.
• Naciones construidas sobre narrativas en lugar de soberanía.
¿Qué tipo de mundo se derrumba ante el sonido de un hombre rompiendo el guión?
¿Qué tipo de sistema no puede sobrevivir a la interrupción a menos que ya se esté pudriendo debajo de su superficie?
Trump no nos quebró. Fuimos quebrantados por nuestra evitación de la verdad, por nuestra adicción a la ilusión y por nuestra negativa a evolucionar. Ahora, el espejo yace destrozado, y con él, los mitos reconfortantes de un orden global funcional.
Ha llegado el momento, para Estados Unidos, Canadá, Europa, América Latina, para todas las naciones, de enfrentar las únicas preguntas que aún importan:
¿Quiénes somos?
¿En qué nos hemos convertido?
¿Reconstruiremos, honestamente, estratégicamente y desde adentro, o desapareceremos en las ruinas de la negación?
El mundo no necesita más discursos. Necesita coraje estratégico. Necesita líderes que no busquen aplausos, sino resultados. Necesita ciudadanos que estén dispuestos a desmantelar lo que ya no funciona para construir lo que debe existir.
Trump no es el futuro. Pero él es la alarma brutal de que el futuro no se puede posponer más. Nos guste o no, la página ha cambiado. Y a partir de este momento, somos autores de lo que viene después, o pasajeros en el colapso de otra persona.
*Nota del autor: Por qué escribí esto*
*No escribí este ensayo para defender o condenar a ningún líder político. Lo escribí porque _el silencio, en tiempos de fractura global, ya no es neutralidad, es complicidad_*. Y la claridad, por incómoda que sea, se ha convertido en una necesidad estratégica. Escribo desde la perspectiva de un canadiense. No solo por pasaporte, sino por convicción. Canadá es mi patria. Un país al que he servido, defendido y representado durante décadas de trabajo de seguridad internacional.
Pero también soy testigo de una verdad más oscura: que el mundo que hemos construido ya no es sostenible y que las instituciones destinadas a proteger el orden, la dignidad y los derechos humanos se han desmoronado o se han corrompido desde adentro*.
Lo he visto de primera mano:
• Regímenes criminales disfrazados de democracias.
• Redes terroristas legitimadas por la diplomacia.
• La migración se convierte en un arma como herramienta de desestabilización.
• El multilateralismo reducido a teatro.
• La verdad reemplazada por la narrativa.
No se trata del presidente Trump. Esto no es un respaldo, ni es un rechazo. Se trata del espejo en el que ha obligado al mundo a mirarse. Escribí esto porque el poder debe ser entendido, no deseado. Porque los líderes pueden ser disruptivos, pero los sistemas colapsan solo cuando ya están vacíos. Porque *si nos gusta Trump o no es irrelevante. Lo que importa es lo que su presencia ha expuesto y si tenemos la madurez para enfrentarlo*.
No escribo desde el partidismo. Escribo desde la urgencia. Porque el tiempo de la reforma cosmética ha terminado. Porque la era de las ilusiones ha terminado. Porque la próxima era no se definirá por discursos, sino por el coraje de repensar la soberanía, reconstruir la legitimidad y renunciar a la comodidad del falso consenso.
_Si este ensayo desafía tu visión del mundo, entonces ha hecho su trabajo. Si te hace sentir incómodo, aún mejor. Porque no necesitamos más acuerdo. Necesitamos honestidad estratégica, incluso si rompe el silencio que una vez llamamos diplomacia_.
_No se trata de Trump. Se trata de nosotros_. Se trata del mundo que permitimos que se descomponga. Y se trata de la decisión que ahora tiene ante sí cada nación: Reconstruir o Desaparecer. —
_*Johan Obdola*_
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