Por Omar González Moreno
Nicolás Maduro, después de gritar durante meses que el Tren de Aragua no existía, que era un invento del presidente Donald Trump para justificar una invasión a Venezuela, ha terminado por desmentir su propia versión.
Su voz resonaba con expresiones amenazantes, como: "¡Falso! ¡Calumnia imperialista!".
Una y otra vez, Maduro clamaba con furia que el Tren de Aragua —ese monstruo de tatuajes y cadenas, nacido en las prisiones— era "un fantasma inventado por los gringos para apoderarse de las riquezas de Venezuela".
Pero ahora, cuando se ve con la soga al cuello y con el peso de un país exhausto por su corrupción y represión, extiende una mano temblorosa y suplicante a Donald Trump.
"Excelencia: lo ayudaremos a cazar a los líderes del Tren de Aragua y se los entregaremos".
Tras observar el poderío militar estadounidense desplegado frente a las costas venezolanas, compuesto por diez buques de guerra, un submarino nuclear, cazas F-35 y aviones espías sobrevolando sobre su cabeza, Maduro se desdice y se humilla de manera vergonzosa.
¡Qué ironía lacerante! El hombre que juró defender hasta con su vida el poder que usurpa, que movilizó "frentes de batalla" y llamó a las milicias a armarse contra el "imperio", ahora implora su colaboración.
¿Es esto una rendición disfrazada de pragmatismo, o el grito ahogado de un fugitivo acorralado por la verdad que tanto negó?
El Tren de Aragua no es ficción, así como tampoco el Cártel de los Soles: sus tentáculos se extienden desde las celdas de Tocorón hasta las calles de Chicago y Nueva York, traficando muerte en forma de cocaína y fentanilo, sembrando terror en comunidades que claman por justicia.
Trump, con su firme retórica de "¡Los cazaremos!", ha convertido el sur del Caribe en un tablero de ajedrez mortal, donde cada misil representa un mensaje: "Maduro, eres el titiritero y el cómplice".
Y él, que antes desmentía con vehemencia —"¡Ninguno de los muertos era del Tren de Aragua!"—, ahora ofrece nombres, inteligencia, lo que sea para apaciguar la tormenta que amenaza con destruir su régimen entero.
Este no es solo un giro político; es un puñal en el corazón de su dignidad, si es que alguna vez la tuvo.
Maduro se doblega, se arrodilla, se humilla por el terror que siente incluso en lo más profundo.
¿Colaboración o capitulación? En cualquier caso, es el fin de la tiranía que tanto daño le causó a Venezuela.
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FUENTE: >>Omar González Moreno
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