Más Allá del Privilegio
La propiedad privada ha sido uno de los conceptos más atacados de la historia. Para muchos, es un mero privilegio; para otros, una simple convención legal susceptible de ser modificada o abolida en nombre de un bien mayor. Sin embargo, desde la perspectiva de Ludwig von Mises, la propiedad privada no es una cuestión moral, sino el cimiento indispensable para la racionalidad económica y, por extensión, para la civilización misma. Su defensa no se basa en la santidad de la posesión, sino en una constatación funcional: sin ella, la economía deja de funcionar.
Esto nos lleva a la pregunta fundamental que guiará este análisis: ¿Cómo puede una sociedad decidir
qué producir, en qué cantidad y para quién, si elimina el único mecanismo que le permite responder a esas preguntas? La historia del siglo XX demostró con una contundencia trágica que el socialismo no fracasa por la falta de buenas intenciones de sus defensores o la corrupción de sus líderes, sino por una imposibilidad lógica inherente a su diseño. Se trata de un error de cálculo, en el sentido más literal del término.El Lenguaje Perdido de la Economía: El Argumento de Mises
Para comprender la raíz del fracaso socialista, es crucial entender el concepto de "cálculo económico". Los precios no son simples etiquetas numéricas que se asignan arbitrariamente a los bienes y servicios; son el lenguaje a través del cual una economía se comunica consigo misma. Son señales que transmiten información vital sobre la escasez, la abundancia, las preferencias de los consumidores y las oportunidades de producción. Sin este lenguaje, cualquier intento de organización económica se convierte en un monólogo a ciegas.
El argumento central de Mises es devastador en su simplicidad: sin propiedad privada sobre los medios de producción, no pueden existir precios de mercado para estos. Si el Estado es el único propietario del acero, por ejemplo, no hay un intercambio real de ese recurso. Sin intercambio, no hay un precio que refleje su valor relativo. Ante la disyuntiva de usar ese acero para fabricar cucharas o puentes, el planificador central está ciego. No tiene forma de comparar racionalmente los costos y beneficios de cada alternativa, pues le falta la unidad de medida que solo los precios pueden proporcionar. El planificador queda operando en la oscuridad, como un cirujano que intenta una operación compleja sin instrumentos.
Mises lo resumió con una claridad implacable, en una de las conclusiones más importantes de la ciencia económica:
“Donde no hay mercado, no hay precios; donde no hay precios, no hay cálculo; donde no hay cálculo, no hay racionalidad económica.”
Desde esta perspectiva, la planificación centralizada no es una forma superior de organización, sino un "acto de fe". Es imposible saber si se está creando o destruyendo riqueza. El resultado es el "caos disfrazado de planificación", un sistema donde las decisiones se toman sin una brújula económica, guiadas únicamente por la arbitrariedad del poder político. Mises sentó las bases al demostrar la necesidad de los precios para el cálculo racional. Su brillante discípulo, Friedrich Hayek, ampliaría esta idea, revelando que la razón por la que los precios hacen posible el cálculo es porque no son solo números, sino portadores de información condensada y descentralizada que ningún planificador central podría jamás poseer.
Sabiduría Colectiva vs. Ignorancia Concentrada: La Visión de Hayek
El problema económico fundamental no es simplemente una cuestión de asignar recursos ya conocidos, sino un desafío de coordinación del conocimiento. La información relevante para tomar decisiones económicas no se encuentra concentrada en una sola mente o comité, sino que está dispersa entre millones de individuos, cada uno con sus propias circunstancias, preferencias y conocimientos locales. ¿Cómo puede una sociedad aprovechar esta sabiduría fragmentada?
La brillante aportación de Friedrich Hayek fue explicar que “los precios son información condensada”. Cada precio en el mercado —el del cobre, el del trigo, el de la mano de obra— resume de forma elegante millones de datos sobre deseos, limitaciones, innovaciones y escaseces. Actúan como un "sistema nervioso" social que coordina las acciones de innumerables personas sin necesidad de una dirección central. Cuando se suprime este sistema, el cuerpo social colapsa.
El ejemplo histórico de la Unión Soviética ilustra a la perfección las consecuencias prácticas de destruir este mecanismo. Este vacío informativo condujo a las infames absurdidades de la producción soviética: fábricas produciendo montañas de clavos inútiles para cumplir con cuotas de tonelaje mientras faltaban herramientas esenciales, o cosechas enteras pudriéndose en los campos por falta de un sistema de transporte coordinado que los precios habrían organizado de forma natural. Por el contrario, el mercado opera mediante una "selección natural": el empresario que interpreta correctamente las señales de precios y satisface una necesidad prospera, mientras que el que se equivoca y malgasta recursos, desaparece.
En síntesis, la planificación centralizada comete el error fatal de pretender reemplazar la "sabiduría colectiva del mercado con la ignorancia concentrada del burócrata". Esta ceguera informativa no solo afecta la producción, sino que también impide medir las verdaderas consecuencias de cada decisión, es decir, su costo de oportunidad.
Lo que No Se Ve: El Costo Real de la Planificación
Toda decisión económica implica una renuncia. Usar recursos para un fin significa no poder usarlos para otro. Esta realidad ineludible es central en el modo de pensar económico. Como explicó magistralmente el economista Thomas Sowell, toda la disciplina puede entenderse a través de esta lente: “La economía es el estudio de las compensaciones”. La falla fundamental de la planificación central es su incapacidad para sopesar estas compensaciones de manera racional, lo que inevitablemente conduce a la destrucción de valor.
Pensemos en la construcción de una gran obra pública, como un puente, ordenada por decreto. A primera vista, puede parecer un símbolo de progreso. Sin embargo, el planificador es incapaz de calcular su costo de oportunidad. El acero, el cemento y el trabajo utilizados en ese puente fueron desplazados de otros usos potenciales que quizás eran más valorados por la sociedad, como la construcción de viviendas o la fabricación de maquinaria agrícola. "Lo que no se ve" son los proyectos privados, los empleos y las innovaciones que nunca llegarán a existir porque el Estado acaparó los recursos para un fin políticamente visible.
El caso contemporáneo de Venezuela es un trágico laboratorio de estas ideas. El control de precios y la expropiación masiva de empresas destruyeron el lenguaje de la economía. Los precios oficiales dejaron de reflejar la realidad de la escasez, llevando al desabastecimiento generalizado. En respuesta, surgieron mercados negros, que no son más que el intento desesperado del sistema social por recuperar el lenguaje de los precios reales y poder asignar los bienes según su verdadero valor. El caos no fue un accidente, sino la consecuencia lógica de silenciar el diálogo económico.
El Mercado como Diálogo: Propiedad, Valor y Cooperación
Lejos de ser un campo de batalla darwiniano, el mercado es fundamentalmente un proceso de cooperación y comunicación. Es una vasta conversación entre productores y consumidores, pero este diálogo solo es posible bajo un régimen de propiedad privada. Como señaló Murray Rothbard, “los precios son juicios de valor expresados en el intercambio”. No son meros números, sino la expresión condensada de las valoraciones de millones de individuos. En este sentido, como el mismo Rothbard concluyó: “El mercado es cooperación social bajo el régimen de la propiedad privada.” Cada intercambio voluntario es un "voto silencioso" que informa a los productores sobre qué se valora y en qué medida, generando una red de información imposible de replicar por un comité de planificación.
La diferencia se aprecia claramente a nivel individual. Un artesano que fabrica cucharas en una economía de mercado ajusta constantemente su producción a las señales de precios de la madera, la demanda de los clientes y las acciones de sus competidores. Es un equilibrio espontáneo y eficiente. En cambio, ese mismo artesano en una economía planificada se limita a cumplir cuotas arbitrarias dictadas desde arriba, sin saber si el país necesita realmente esas cucharas o si los recursos empleados serían más útiles en otra parte. Esta es la tragedia del cálculo sin propiedad a escala humana.
Por tanto, la propiedad no es un mero concepto legal o moral; se convierte en un prerrequisito para el conocimiento económico mismo. Es, en el sentido más profundo, una herramienta epistemológica: un mecanismo necesario no solo para poseer cosas, sino para descubrir su verdadero valor y propósito dentro de la vasta red de cooperación humana. Abolir la propiedad privada es, en última instancia, abolir la razón económica.
La Lección Grabada con Fuego
En definitiva, el socialismo fracasa no por falta de nobles aspiraciones, sino porque, al abolir la propiedad privada, destruye el único mecanismo conocido para la coordinación económica racional. La cadena lógica es ineludible y ha sido demostrada tanto en la teoría como en la práctica más dolorosa.
Sin propiedad, no hay precios. Sin precios, no hay cálculo. Y sin cálculo, no hay civilización.
La advertencia de Mises resuena hoy con más fuerza que nunca, como un eco de los fracasos del siglo pasado:
“El socialismo no destruye solo la propiedad, destruye la posibilidad misma de razonar económicamente.”
La evidencia empírica que el siglo XX dejó grabada con fuego es abrumadora: las sociedades que respetaron la propiedad privada y permitieron que los precios guiaran sus economías generaron una prosperidad sin precedentes, mientras que aquellas que la abolieron en nombre de la planificación se hundieron en la miseria y la tiranía. Al final, la búsqueda de justicia económica sin la brújula del cálculo económico es un viaje condenado al fracaso. Degenera en un sistema de órdenes arbitrarias, demostrando que la justicia sin razón es meramente una justificación para la fuerza.
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