Redefiniendo la Inflación
El propósito de este análisis es desmitificar el concepto popular de inflación y presentarlo no como un fenómeno económico inevitable, sino como una herramienta deliberada de política gubernamental. La subida generalizada de precios que vacía los bolsillos de los ciudadanos no es una causa, sino una consecuencia. Comprender la verdadera naturaleza de la inflación es un imperativo estratégico para diagnosticar correctamente los problemas económicos y evitar soluciones contraproducentes que solo agravan el empobrecimiento de la sociedad.
El economista Ludwig von Mises estableció hace casi un siglo una distinción fundamental que sigue siendo la clave para entender este fenómeno. La tesis central es que la inflación no es el aumento de los precios, sino el aumento artificial de la cantidad de dinero en circulación. La subida de precios es
simplemente el síntoma más visible de una enfermedad más profunda. Esta distinción se resume en la siguiente máxima: "La inflación no es la subida de precios, es la pérdida de valor del dinero".Esta redefinición cambia por completo el marco de análisis. Si la inflación es una política deliberada, entonces tiene un actor que la ejecuta y se beneficia de ella, y una víctima que la padece. La dinámica es clara: beneficia sistemáticamente al gobierno que la provoca y perjudica al ciudadano que la sufre. El Estado puede financiar sus gastos sin recurrir a la impopularidad de subir impuestos directamente, mientras que el ciudadano ve cómo su trabajo y sus ahorros compran cada vez menos. Este esquema establece la inflación como una política de transferencia de riqueza, sigilosa pero masiva, y no como un accidente económico.
Para comprender cómo se perpetúa esta transferencia, es esencial desarmar el mecanismo técnico a través del cual el valor del dinero es sistemáticamente degradado.
El Mecanismo de la Devaluación Monetaria: Más Allá de la Apariencia
Es crucial entender el proceso técnico de la devaluación monetaria para apreciar su impacto. Aunque los métodos han evolucionado desde la adulteración de metales preciosos hasta la creación de dígitos en un ordenador, el principio subyacente permanece inalterado: diluir el valor del medio de intercambio para apropiarse de una porción de la riqueza de sus tenedores.
El concepto de devaluación monetaria, aunque a menudo presentado como complejo, puede entenderse a través de ilustraciones cotidianas que revelan su esencia.
- Zumo de Naranja Diluido: Imagine que prepara un litro de zumo de naranja concentrado, con un sabor y valor nutricional óptimos. Si ante la llegada de más invitados le añade agua para aumentar la cantidad, el resultado es un mayor volumen de líquido, pero cada vaso contendrá menos naranja, menos sabor y, en definitiva, menos valor. De forma análoga, cuando un gobierno imprime más billetes sin un respaldo equivalente en la producción de bienes y servicios reales, no crea más riqueza, sino que diluye el valor de cada unidad monetaria existente.
- Leche Aguada: Considere un litro de leche pura, un producto con un valor intrínseco. Si alguien le añade un litro de agua para duplicar su volumen aparente, no ha creado más leche; ha adulterado el producto original. Cada vaso de esta mezcla alimenta y vale menos. La emisión monetaria opera de la misma forma: no crea riqueza, sino que "adultera" el dinero, haciendo que cada billete o moneda contenga menos poder adquisitivo real.
- Sopa de la Abuela: Una cazuela de sopa concentrada y nutritiva debe repartirse entre más comensales de los previstos. La solución fácil es añadir más agua. Todos reciben un plato lleno, pero el sabor y el alimento se han disipado. El resultado es un plato con "más volumen aparente, menos valor real". Este es el efecto preciso de la inflación: más billetes en circulación que representan una menor porción de la riqueza real de la economía.
Estas analogías convergen en una única y poderosa conclusión: la inflación es, en la práctica, un impuesto oculto. A diferencia de otros tributos, no se debate ni se vota en los parlamentos, y no se anuncia en los boletines oficiales. Sin embargo, es un impuesto que todos los ciudadanos pagan diariamente cada vez que su dinero compra menos que el día anterior. Es una forma de confiscación sigilosa que opera sin necesidad de legislación explícita.
Este mecanismo de adulteración del medio de intercambio no es una invención moderna, sino una estrategia con profundas raíces históricas.
Precedentes Históricos: Una Estrategia Secular
La manipulación monetaria es una de las prácticas más antiguas y recurrentes de los gobiernos para financiar sus gastos de forma encubierta. Lejos de ser un fenómeno exclusivo de la economía moderna, la adulteración del dinero ha sido una constante a lo largo de la historia, demostrando que la tentación de confiscar riqueza silenciosamente es inherente al poder.
En las épocas en que el dinero consistía en monedas de metales preciosos como el oro y la plata, los gobernantes desarrollaron una técnica eficaz de devaluación. El proceso consistía en fundir las monedas existentes y mezclarlas con metales base mucho más baratos, como cobre, estaño o plomo. Con la misma cantidad de oro o plata, podían acuñar un número mayor de monedas. A primera vista, la cantidad de dinero en circulación aumentaba, creando una ilusión de prosperidad, pero en realidad, cada nueva moneda tenía un valor intrínseco menor.
Esta práctica está ampliamente documentada en numerosos episodios históricos que confirman su uso sistemático como herramienta estatal.
- El Gran Debasement: Uno de los casos más notorios tuvo lugar en Inglaterra bajo el reinado de Enrique VIII. Para financiar sus costosas guerras y su estilo de vida, ordenó una devaluación masiva de la moneda, un episodio que pasó a la historia como The Great Debasement.
- La Crisis del Kipper und Wipper: Durante el siglo XVII, en el Sacro Imperio Romano Germánico, se desató una crisis similar conocida como Kipper und Wipper, donde múltiples estados devaluaron sus monedas de forma masiva, provocando un caos económico y social generalizado.
Los ciudadanos y comerciantes de la época no tardaron en reaccionar. No eran ingenuos y desarrollaron métodos para detectar el fraude, como pesar o incluso morder las monedas para comprobar su pureza. Cuando detectaban que el dinero había sido adulterado, ajustaban los precios de sus mercancías al alza. Si antes un saco de grano costaba diez monedas de plata pura, ahora exigían más monedas para compensar la menor cantidad de plata en cada una. Para el consumidor desinformado, parecía que los precios subían por la "avaricia" de los vendedores. Sin embargo, la causa fundamental no era que los bienes se hubieran encarecido, sino que el dinero utilizado para pagarlos era más pobre y valía menos.
La lógica subyacente de la devaluación es la misma hoy que hace siglos. La adulteración de metales en el pasado encuentra su perfecto paralelismo en las técnicas de expansión monetaria actuales, que han perfeccionado el método pero no han alterado el objetivo.
Manifestaciones Contemporáneas: De la Impresora al Dígito
En la economía contemporánea, donde el dinero ya no es metálico sino fiduciario —compuesto por billetes de papel y, mayoritariamente, por dígitos electrónicos—, el principio de la devaluación se mantiene intacto. La tecnología ha cambiado: la fundición de monedas ha sido reemplazada por la imprenta de billetes o la creación de dinero digital por parte de los bancos centrales. Sin embargo, el objetivo estratégico de "confiscar en secreto" una porción de la riqueza de los ciudadanos persiste con una eficacia aún mayor.
Europa (El caso de España): En España, los efectos de esta política son palpables. Las políticas de expansión monetaria del Banco Central Europeo, diseñadas para rescatar a gobiernos altamente endeudados, han inundado los mercados con dinero de nueva creación. El resultado directo ha sido un encarecimiento drástico de activos como la vivienda y de bienes de consumo básicos como la cesta de la compra. Mientras tanto, los salarios no han crecido al mismo ritmo, provocando una pérdida neta de poder adquisitivo. El ciudadano medio percibe que, aunque su nómina suba un 2%, el coste de la vida aumenta un 8%, sintiendo que trabaja más para llegar peor a fin de mes. La causa no es una repentina maldad de los supermercados, sino la debilidad del euro, adulterado desde las altas esferas monetarias.
Hispanoamérica (Argentina y Venezuela): La región hispanoamericana ofrece ejemplos crudos de esta dinámica. Argentina es un "ejemplo de manual" donde la impresión sistemática de pesos para financiar el gasto público destruye el poder de compra de la población mes a mes. El ahorro y el trabajo honesto son castigados, ya que el valor del dinero se evapora constantemente. El caso de Venezuela representa la fase terminal de este proceso: la hiperinflación alcanzó cifras de millones por ciento, aniquilando el valor del bolívar hasta el punto de que los billetes se pesaban en lugar de contarse, pues su valor como papel era casi nulo.
México y otras naciones: En México y otros países de la región, una táctica común es financiar programas de subsidios con emisión monetaria. Esta política crea una ilusión de ayuda estatal, ya que el gobierno parece entregar recursos a la población. Sin embargo, al mismo tiempo, la expansión monetaria arrebata silenciosamente poder adquisitivo a todos los tenedores de la moneda. Es la metáfora perfecta del "vaso de leche relleno con agua": el Estado aparenta dar, pero en realidad está diluyendo el valor del dinero de todos, engañando en lugar de alimentar.
Ante la evidencia abrumadora de sus efectos negativos sobre la población, los gobiernos que implementan estas políticas requieren una narrativa pública sofisticada para desviar la responsabilidad. Esto conduce directamente al análisis de la manipulación política y mediática que acompaña a la inflación.
La Estrategia Política: Desviación de la Culpa y Narrativa Mediática
Dado que los gobiernos son los únicos agentes con la capacidad de aumentar la masa monetaria y, por lo tanto, los causantes directos de la inflación, tienen un interés estratégico fundamental en construir un relato que les exima de toda culpa. Admitir que la subida de precios es consecuencia de sus propias políticas monetarias y fiscales equivaldría a confesar una forma de confiscación masiva y no legislada. Por ello, la creación de chivos expiatorios se convierte en un imperativo político.
Los gobiernos y sus portavoces mediáticos recurren a un catálogo de "culpables externos" para justificar el aumento del coste de vida. Este discurso desvía la atención del verdadero origen del problema. Entre los culpables más recurrentes se encuentran:
- La guerra en Ucrania
- Las empresas avariciosas / Los supermercados / Las eléctricas
- La sequía
- El cambio climático
- El petróleo
Para que esta narrativa oficial cale en la opinión pública, es indispensable una "correa de transmisión" eficaz. Este papel lo cumplen los medios de comunicación, muchos de los cuales dependen de subvenciones públicas y favores gubernamentales para su supervivencia. Esta dependencia los convierte, en la práctica, en "portavoces disfrazados" del poder. Los analistas y tertulianos que repiten el discurso oficial no actúan como informadores independientes, sino como cómplices en la difusión de una narrativa que oculta la responsabilidad estatal.
La falacia del argumento oficial, que culpa a los empresarios, puede desmontarse con una simple lógica expuesta por Mises. Si las empresas y su "codicia" fueran la causa de la inflación, el aumento de precios sería un fenómeno puntual y sectorial, no generalizado. Un empresario puede subir el precio de su producto, pero no puede provocar que todos los bienes y servicios de la economía —pan, carne, luz, alquiler, gasolina— suban de precio simultáneamente. Un encarecimiento tan extendido solo puede ocurrir cuando el problema reside en el único elemento común a todas las transacciones: el dinero.
Esta deliberada manipulación del discurso público no solo oculta al verdadero culpable, sino que agrava el impacto socioeconómico real sobre la población, que es inducida a aceptar "soluciones" que solo perpetúan el ciclo de empobrecimiento.
La Inflación como Estafa Institucionalizada
Este análisis ha demostrado que la inflación no es un accidente económico ni una fatalidad inevitable del mercado. Es una política deliberada de confiscación de riqueza, ejecutada por el Estado a través de la manipulación de la oferta monetaria. La subida de precios es meramente su síntoma más visible. Es crucial internalizar la definición de Mises para un diagnóstico correcto: "La inflación no es la subida de los precios. Es la pérdida del valor del dinero".
Caracterizada como el "impuesto más injusto y cruel", la inflación opera de forma silenciosa pero devastadora. No discrimina, pero sus efectos son regresivos: empobrece al trabajador cuyo salario nunca alcanza el ritmo del coste de vida, destruye los ahorros de toda una vida al erosionar su poder de compra y castiga con especial dureza a los más débiles y a aquellos con ingresos fijos. Es una estafa institucionalizada que transfiere riqueza de quienes producen y ahorran a quienes controlan la creación de dinero.
La única defensa real contra este saqueo sistemático es la comprensión de su verdadera naturaleza. Entender que no es Putin, ni la sequía, ni los empresarios la causa de que nuestro dinero valga menos, es el primer y más importante paso para dejar de ser "las víctimas perfectas". Mientras la sociedad siga aceptando las narrativas oficiales y culpando a chivos expiatorios, los gobiernos seguirán utilizando esta herramienta. Desde la perspectiva del poder, la gran virtud de la inflación es que permite robar a la ciudadanía sin que la mayoría se dé cuenta de que ha sido robada.
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