El propósito de este artículo es explorar algunas de las ideas más contraintuitivas de la historia y la filosofía del liberalismo, ideas que desafían nuestras suposiciones modernas. Nacido del Siglo de las Luces (la Ilustración) como una respuesta radical a la autoridad absoluta de reyes y dogmas religiosos, el liberalismo ha evolucionado de formas que sus fundadores jamás habrían imaginado. Estos no son solo datos curiosos; son las tensiones
fundamentales que han definido la evolución del liberalismo y que continúan alimentando el debate político actual.A continuación, desglosaremos cuatro puntos clave que te ofrecerán una comprensión más profunda y matizada de esta influyente ideología.
"Liberal" no siempre significó lo que crees (especialmente en Estados Unidos)
El liberalismo clásico, arraigado en la Ilustración con pensadores como John Locke, defendía la idea revolucionaria de que el gobierno solo es legítimo si cuenta con el "consentimiento de los gobernados". Sus principios fundamentales eran la defensa de los derechos individuales (vida, libertad y propiedad), un gobierno limitado, los mercados libres (laissez-faire) y el imperio de la ley. Esta doctrina defendía un papel mínimo para el Estado, centrado en proteger las libertades de los ciudadanos y poco más.
Sin embargo, el término evolucionó, especialmente en Estados Unidos. A partir de la década de 1930, con el "New Deal" del presidente Franklin D. Roosevelt para combatir la Gran Depresión, el liberalismo moderno (o social) cobró un nuevo significado. Esta nueva versión aceptaba un rol activo del gobierno para corregir los fallos del mercado, promover el bienestar social a través de programas como la seguridad social, y expandir los derechos civiles.
La ironía es que, en el discurso político estadounidense actual, las ideas del "liberalismo clásico" se alinean casi perfectamente con lo que hoy se conoce como libertarianismo o conservadurismo fiscal, creando una fuente constante de malentendidos. Esta división de significados no es meramente una curiosidad histórica; refleja una profunda tensión filosófica sobre la naturaleza misma de la libertad, como veremos a continuación.
La "Mano Invisible" de Adam Smith es uno de los conceptos peor entendidos
Pocos conceptos son tan famosos (y tan malinterpretados) como la "mano invisible" de Adam Smith, descrita en su obra La Riqueza de las Naciones. Comúnmente se presenta como un principio místico que garantiza que la búsqueda del interés egoísta individual conduce automáticamente al mayor bien para la sociedad, justificando así una desregulación total.
Pero la realidad es más sutil. Smith nunca habló de "la mano invisible" como un principio general y absoluto, sino de "una mano invisible" en ejemplos específicos. Su argumento era que, en un mercado libre, las acciones motivadas por el interés propio pueden tener consecuencias positivas e imprevistas para la comunidad. No era una garantía infalible, sino una observación sobre los incentivos del mercado.
El economista Paul Samuelson criticó duramente la simplificación de esta idea, destacando el daño que ha causado su mala interpretación:
...que cada individuo, al perseguir su propio bien egoísta, era conducido, como por una mano invisible, a lograr el mayor bien de todos, de modo que cualquier interferencia del gobierno en la libre competencia era casi con certeza perjudicial. Esta conclusión poco cautelosa ha hecho tanto daño como bien en el último siglo y medio...
Esta aclaración es crucial: demuestra que incluso el padre de la economía moderna tenía una visión más matizada de los mercados y no defendía una ausencia absoluta de regulación gubernamental.
¿"Libertad de" o "Libertad para"? La Tensión Filosófica en el Corazón del Liberalismo
¿Qué significa realmente ser libre? El filósofo Isaiah Berlin distinguió dos conceptos que revelan una tensión fundamental dentro del propio liberalismo: la "libertad negativa" y la "libertad positiva".
La libertad negativa es la "libertad de": la ausencia de obstáculos, barreras o coacción por parte de otros. Es el concepto central del liberalismo clásico, que se traduce en derechos constitucionales como la libertad de expresión, de religión o de movimiento. Bajo esta óptica, una persona pobre es técnicamente "libre" de comer, ya que no existe ninguna ley que se lo prohíba.
La libertad positiva, en cambio, es la "libertad para": la presencia de control, autogobierno y los medios necesarios para alcanzar el propio potencial. Esta visión sugiere que la verdadera libertad puede requerir la presencia de algo, como educación, sanidad o recursos. Ha sido la base para justificar intervenciones estatales, como el estado de bienestar, argumentando que el gobierno debe crear las condiciones para que los individuos puedan ser verdaderamente autosuficientes.
Berlin también advirtió sobre la "paradoja de la libertad positiva": la búsqueda de esta libertad podría llevar a regímenes autoritarios que opriman a los individuos en nombre de hacerlos "verdaderamente" libres. Esta pugna entre "libertad de" y "libertad para" también ayuda a explicar por qué los primeros liberales, enfocados casi exclusivamente en la libertad negativa frente al Estado, sentían una profunda desconfianza hacia la democracia directa.
Muchos pensadores de la Ilustración desconfiaban de la democracia
Aunque hoy asociamos inseparablemente liberalismo y democracia, esta unión no siempre fue tan evidente. De hecho, muchos de los pensadores clave de la Ilustración, tanto en Europa como en América, eran profundamente escépticos respecto a la democracia.
Este recelo tenía raíces antiguas, heredado de filósofos como Platón, quien creía que la democracia podía degenerar en tiranía. Figuras fundadoras de Estados Unidos, como John Adams y James Madison, compartían esta visión elitista. Temían que otorgar demasiado poder a "personas sin educación ni propiedades" pondría a la sociedad en un riesgo constante de desorden y caos político.
Este conservadurismo inherente al liberalismo temprano queda patente en el argumento de James Madison en el artículo 49 de Los Papeles Federalistas:
James Madison desplegó un argumento conservador en contra de las apelaciones frecuentes al público democrático sobre cuestiones constitucionales porque amenazaban con socavar la estabilidad política y sustituir la "razón ilustrada" de los representantes electos por la pasión popular.
En otras palabras, Madison oponía la "pasión popular" —el motor de la democracia— a la "razón ilustrada" de una élite gobernante, revelando una veta profundamente elitista en el corazón del liberalismo fundacional. Este punto de vista es profundamente contraintuitivo hoy en día, pero nos recuerda que la relación entre el liberalismo y el gobierno popular fue, en sus inicios, mucho más tensa y complicada de lo que solemos asumir.
Una Idea en Constante Evolución
Como hemos visto, el liberalismo es un campo de batalla intelectual. La propia palabra "liberal" ha invertido su significado en Estados Unidos; la "mano invisible" de Adam Smith es más una observación matizada que una ley de hierro; la libertad misma se debate entre la ausencia de coacción ("libertad de") y la capacidad de actuar ("libertad para"); y su supuesta alianza con la democracia fue, en sus orígenes, una relación de profunda desconfianza.
Estos no son debates del pasado. Las discusiones actuales sobre la regulación de la tecnología, el papel del estado de bienestar o los límites de la libertad de expresión son ecos directos de estas tensiones fundamentales. El liberalismo no ofrece una respuesta única, sino un marco para seguir debatiendo estas preguntas.
Sabiendo todo esto, ¿qué significa realmente ser "liberal" en el mundo de hoy?
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