No voy a pedir permiso.
Hoy hablo con la voz desnuda,
con la lengua de los que amanecen sin miedo
y entierran a sus muertos con la frente en alto.
Porque en Venezuela matar es costumbre oficial,
y cuando asesinan a un hijo del pueblo
lo anuncian con fiesta,
lo bailan con maracas de hueso,
lo adornan con risas de demonios ebrios
que han confundido el poder con la impunidad eterna.
A Alfredo “Alfredito” Díaz lo mataron.
No se murió:
lo mataron.
Lo torturaron 12 días en el SEBIN,
la mazmorra donde la patria va a llorar a sus desaparecidos,
donde cada grito es una confesión arrancada con alicates,
donde la muerte llega cuando ellos quieren,
como ellos quieren,
porque allá adentro el derecho no entra
ni aunque venga escoltado por los ángeles.
Lo capturaron en una alcabala,
como a un animal de caza,
como a un traidor según su ley retorcida,
porque tuvo el atrevimiento mortal
de denunciar al verdugo que perdió unas elecciones
que él quería robar con impunidad.
Y entonces empezó el ritual del régimen:
primero la tortura,
después el apagón informativo,
y finalmente el silencio que huele a asesinato.
Cuando apareció,
ya no quedaba más que un cuerpo amarrado,
maniatado,
marcado por manos cobardes.
Alfredo Díaz tenía rostro de país mutilado.
Y mientras el pueblo lloraba a su gobernador,
arriba, en el palacio profanado,
el tirano y la bruja del poder
bailaban su danza macabra,
tango, vallenato, lo que suene,
borrachos de sangre,
borrachos de polvo blanco,
borrachos de maldad,
celebrando otra vida apagada
como quien apaga una vela después del festín.
¡Qué asco de poder!
¡Qué asco de bestias!
¡Qué asco de aquellos que gobernaron un país
solo para destruirlo desde sus entrañas!
Margarita, ahora tomada por extranjeros armados,
por cubanos que dan órdenes,
por rusos que espían,
por iraníes que operan en las sombras,
por colombianos que reciben la bendición del aquelarre,
llora a su gobernador caído.
Alfredito, el que dio la cara.
El que no se escondió.
El que no vendió a su gente.
El que habló cuando todos tenían miedo.
No habrá perdón para los que lo mataron.
No habrá olvido para los que celebraron.
No habrá silencio para los que callan.
Porque cuando un régimen baila sobre cadáveres,
el pueblo aprende a gritar con fuego.
Y este grito va directo a los asesinos del poder:
No habrá noche suficiente para esconder sus crímenes.
No habrá tumba que los salve del juicio de la historia.
No habrá baile que los libre del día en que el pueblo despierte.
Alfredito Díaz vive en la rabia del que escribe,
en el corazón de los que resisten,
en la memoria que no pueden estrangular.
Hoy su nombre arde.
Y mientras arda,
ningún tirano dormirá tranquilo.
No puedo callar la muerte de algún amigo o de un desconocido que no se pueda explicar. Mi corazón lloroso rinde culto a la promesa y a toda la tristeza que nos marca día a día.
HOMERO QUIÑONEZ.-
PROCLAMA POR NUESTROS MUERTOS*
DESDE EL DESTIERRO.-
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FUENTE: >>R/S/W
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