La tarea de vivir, en su sentido pleno, agrupa la cuota de esfuerzo que, a cada hombre toca en la faena de hacer la Historia. Sea ésta con H mayúscula o minúscula, aún circunscrita al escenario del hogar, a labores de subsistencia, siempre es trascendente, importante, obligante aunque no siempre reparemos en ello.
Las circunstancias en las cuales está escrito nuestro periplo vital, determinan más que la propia voluntad, la ambición o el simple cálculo, la amplitud y el riesgo implícito, en una tarea que nadie buscó deliberadamente, sino que nos vino con el regalo de la vida. Para quienes creemos en un ser humano superior es, en algún sentido, más fácil aceptar la carga y sus consecuencias, pero eso no la hace tersa y muchísimo menos fácil.
Venezuela fue, como muy pocas naciones en el mundo, espléndidamente dotada de riquezas
naturales, pero la prodigalidad de la Divina Providencia apareja un tenebroso pasivo. Tras de cada don, de cada obsequio, venía implícito el rapaz asedio y el peligro de los depredadores.
Fue, no obstante, una riqueza diferida, estaba allí, pero por mucho tiempo, limitaciones tecnológicas y de simple evolución histórica, la hacían inalcanzable. Los jóvenes patricios que iniciaron y protagonizaron la gesta, fueron los privilegiados de un país muy pobre, los padres fundadores pagaron en sangre y sacrificio físicos el costo de nuestro alumbramiento. Ello explica el que, Simón Bolívar, justamente considerado el hombre más rico de Venezuela, muriese con una camisa ajena, sin dejar por ello de ser rico.
Hoy 17 de diciembre conmemoramos el instante de su muerte, los 189 años de su viaje más largo. El legado moral, histórico, intelectual del gran caraqueño persiste, por ello y pese al recochineo abusivo de dictadores y payasos, que en algún caso, como el chavismo, alcanzó cimas de vulgar cursilería y abuso, folklóricos desplantes, sillas vacías a él destinadas y finalmente la inaudita profanación de su tumba y sus despojos, con fines que desconocemos, pero que producen estremecimientos, no sólo por la violación de su reposo, sino ante la visible proliferación de cultos satánicos, babalaos, paleros, animales misteriosamente sacrificados, una lúgubre promiscuidad que abona el terreno a las suposiciones más escabrosas.
No obstante, reitero, el Bolívar de Pativilca, para mí el más grande, el indoblegable, el invencible, su aura inalcanzable, nos sigue convocando y, enfrentando al despotismo apátrida que hoy representa Maduro y ayer su causahabiente Chávez.
Un sector importante y heterogéneo de ciudadanos tiene la gallardía y el coraje, de recoger la antorcha, dicen ellos el testigo, y se comprometen a continuar su gesta libertaria, sin medir el precio ni las consecuencias.
Ante este país destruido, asolado, depredado, vejado, entregado, los ilustres compatriotas que fueron consecuentes con la vocación y el compromiso de hacer patria, se levantan de sus osarios gloriosos para acompañar al “testigo” del Libertador. Es así como hoy invocan la fuerte impronta de Rómulo Betancourt, él se ganó ese puesto, pero no fue el único. Preclaros venezolanos cumplieron hazañas semejantes, mencionémoslo como encarnación de esa pasión por Venezuela, de ese “fiero amor” como lo calificara un dramaturgo que no compartía sus ideas.
A la misma altura de esos próceres, sin un ápice de inferioridad en el sacrifico, el coraje y la tenacidad, están hornadas de nuestros muchachos, esa indoblegable juventud que, sin guerras declaradas, ofrendaron sus vidas, su salud, su entrega sin cansancio en las calles o en las ergástulas de esta tiranía sádica y cobarde, en el dos mil catorce, en el 2017 y en cada día de este tiempo de oprobio.
No es posible obviar, y sería poco serio hacerlo, el señalar que, en este encuentro final, sin posposiciones posibles con nuestro destino de país, en esta batalla sin sucedáneos ni apañamientos, no susceptible a remiendos, compresitas calientes, ni cabildeos de comadres acomodaticias, firmes en el rechazo frontal y definitivo a diálogos de mercachifles y tarifados, a malos hijos de Venezuela, que habiéndola exprimido hasta las heces aún tratan de traficar con su subsuelo, han sido los valores irrenunciables e inmanentes a la condición humana, a la civilización judeo-cristiana los que nos han congregado.
Es decir no ha habido el condimento de las ideologías, de ninguna de ellas, son valores, principios éticos y morales, no artilugios de pensadores más o menos desinteresados: libertad, respeto al prójimo, tolerancia, apoyo al más débil, honradez. Ésas son hoy las banderas de la Venezuela que se está haciendo, ¡Que vamos a hacer!
ALFREDO CORONIL HARTMANN
17 de Diciembre de 2019
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