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lunes, marzo 23, 2020

Debemos convertir las duras lecciones de estas semanas de lucha contra el coronavirus en oportunidad

Varios pacientes llegan al hospital provisional instalado en la feria de Madrid.

COMUNIDAD DE MADRID

Por primera vez en los últimos años, Europa se encuentra en el epicentro de una pandemia global. Si bien es cierto que hace apenas unos meses mirábamos de soslayo los duros efectos que enfermedades como el ébola o el zika asestaban a otros continentes, también lo es que ya intuíamos un aprendizaje que ahora llevamos a la práctica en nuestras propias carnes: los retos globales, como esta terrible pandemia que nos asola, no entienden de fronteras, clases sociales ni creencias. A pesar de los American first y de los enfrentamientos entre vecinos y comunidades avivados por el miedo, compartimos un mismo presente que dará paso a un futuro necesariamente común. Así, con esta crisis no solo se está
poniendo a prueba nuestra capacidad de respuesta conjunta, sin fisuras ni excepciones, sino que ya están sobre la mesa una serie de cambios que sin duda se afianzarán en un futuro inmediato.

Nuestro futuro común era el título del informe Brundtland que en 1987 acuñó definitivamente la noción de desarrollo sostenible. En él se alertaba de los límites del crecimiento y de la expansión de un modelo productivo y de consumo cuyo éxito estaba hipotecando el bienestar de las generaciones venideras. Igual que entonces, el escenario actual es otro gran momento para abordar juntos un cambio de modelo social que sepa aprovechar sus aprendizajes para la transformación ineludible.

Si tras vencer a este enemigo común que es la Covid-19 queremos construir un futuro sostenible e igualmente común, como el que dibujaba el informe, debemos convertir las duras lecciones de estas semanas en oportunidad. Estamos respondiendo a un fenómeno nuevo, transversal; que no confronta naciones o personas, sino que es invisible y compartido por todos nosotros y que nos sitúa ante dos preguntas: ¿Es nuestro modelo social y económico capaz de responder a los grandes retos de un mundo globalizado? ¿Estamos preparados para dar respuesta a eventos imprevistos y desconocidos? Es probable que tardemos en poder contestar de forma rotunda, pero lo que ya podemos afirmar sin lugar a equívoco es que solo obtendremos un sí categórico si las respuestas se construyen de forma global, impulsando alianzas que persigan un mismo objetivo, aprovechando las particularidades económicas, sociales y culturales de cada territorio y huyendo de los peligrosos particularismos cerriles que solo nos hacen prisioneros, como ya advertía Chaves Nogales allá por los años 30.

Esta especie de fatal experimento colectivo que nos está tocando vivir nos sitúa ante el espejo. De forma brutal e inesperada, ya podemos comprobar, por ejemplo, el efecto que la reducción de nuestra actividad y desplazamientos habituales tiene en el medio ambiente: se ha contraído notablemente la contaminación en una extensa zona de China, los sensores de calidad del aire de nuestras ciudades están registrando valores inusualmente bajos de sustancias que dañan nuestra salud y el agua de Venecia ha recuperado su tono cristalino. Además, hemos tenido que recordar, una vez más, el papel clave y fundamental de una sanidad e investigación públicas, fuertes y dotadas de recursos (gracias, héroes sanitarios). También se ha puesto de manifiesto la función básica que cumplen servicios esenciales como las telecomunicaciones, la energía o los sistemas logísticos que nos abastecen de alimentos, sin cuya labor estas semanas de aislamiento estarían siendo mucho más duras.

Hay que huir de los peligrosos ‘particularismos cerriles’ que solo nos hacen prisioneros, como ya advertía Chaves Nogales allá por los años 30

Tampoco podemos olvidar el poder de la inteligencia colectiva y de la colaboración que se está poniendo de manifiesto en este gran desafío. Es curioso cómo estas semanas de aislamiento, en las que la introspección y el individuo han cobrado una fuerza a la que no estamos acostumbrados, nos están brindando proyectos, acciones, servicios y encuentros colaborativos, innovadores, multiplicadores y, en definitiva, colectivos.

Por todo ello, cuando hayamos salido de esta, nosotros, los de entonces, no seremos los mismos, que decía el poeta. Ya no volveremos al punto de partida. Habremos cambiado como sociedad, conscientes de que podemos responder a los retos globales desde otro prisma. Es esta visión, proactiva y en positivo, la que nos lleva a analizar, reflexionar y actuar colectivamente sobre el contexto generado por la Covid-19, detectando las mejores herramientas para acelerar la transformación sostenible a la que nos convoca la Agenda 2030.

Hoy es momento de comenzar a pensar en el día después. Y todo el sacrificio tiene servir para canalizar lo aprendido en este período, afianzar los cambios positivos hacia sociedades más preparadas y sostenibles y aprovechar así las sinergias que hayamos descubierto. De no hacerlo, nos habremos fallado a nosotros mismos y a las generaciones que tomarán nuestro relevo. Es tiempo de lanzar una plataforma sólida para aprender mientras “frenamos la curva”, que nos ayudará a acelerar la transformación sostenible “después de la curva” y a optimizar todo el conocimiento y la experiencia que somos capaces de generar. Una plataforma virtual capaz de conectar a expertos de diferentes ópticas para ser útiles a los retos a los que nos enfrentamos, aprovechando el aprendizaje del éxito de organización de la COP25 y de las iniciativas colaborativas y de las aplicaciones móviles espontáneas creadas en estos días. Una plataforma, en definitiva, capaz de capitalizar lo mejor de nosotros y de impulsarnos para salir de esta batalla incluso mejor de lo que entramos: diadespues.org
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