Es una obligación de vida dar a conocer la inmensa tarea que emprendió Emeterio incansablemente en pos del desarrollo humano. Una meta superior a cualquier objetivo material que pueda proponerse.
Una tarea que se ejecutó durante años en fábricas con obreros, grupos gerenciales, empresarios, estudiantes, vecinos, amigos, hasta en instituciones públicas y con todo aquel que pudiera sentirse inquieto ante la alusión del tema humano como centro de un diálogo.
Todo comenzaba con una interrogación: ¿Qué es ser humano? Pregunta que desconcertaba a muchos que pensaban que asistirían a una exposición filosófica de alto nivel. Esta sencilla pregunta funcionaba como un motor que abría puertas, al desconcierto seguía la mirada hacia uno mismo. La respuesta se repetía en casi todos los contextos: el ser humano es un animal racional. Allí venía la fractura con toda la carga contenida en cada uno de los involucrados. Se abría entonces un episodio maravilloso en cuanto Emeterio se lanzaba sin disimulo contra la visión limitada del ser que negaba por principio lo fundamental del ser humano, el constituir una posibilidad
infinita en términos heideggerianos. Poder entender que el ser humano es una posibilidad de ser, que puede decidir y allí esta su dimensión ética-espiritual que siempre eternamente lo estará enfrentando a la disyuntiva que contiene esa posibilidad.
Al cruzar ese umbral que dejaba atrás la lógica y todos los determinismos surgía el centro de la reflexión, el temazo: si acepto que no estoy predeterminado, si soy posibilidad, libre para decidir, entonces tengo que decidir. Por allí se colaba una idea, la religiosidad, visto en los términos de Martin Buber, como el religare, estar con el otro y que en ese espacio entre tú y yo es donde estalla la noción de Dios, lo único, al igual que el aire que respiramos, que todos percibimos de igual manera. La noción de religiosidad nos conducía sin pausa a una reflexión que Emeterio luchaba por aportar a cada individuo presente: si la religiosidad es unión y soy libre de decidir, ¿qué puedo hacer? En esta intersección surgía luminosamente la alusión a los valores, vistos no como códigos inamovibles sino como elecciones humanas, ¿qué es el respeto, la confianza, la solidaridad, la responsabilidad?
Son temas externos o son alusiones a los cromosomas espirituales del ser humano. Sumergirse en estas reflexiones con gentes en todas partes, distintas, educaciones de todos los niveles, oficios y ocupaciones diversas, alimentaba el más rico acervo de humanidad, pues inexorablemente nos llevaba a un terreno que era el sitio buscado por Emeterio para confrontar a cada uno consigo mismo: si soy libre, si los valores no son un simple intercambio ¿puedo respetar al que no me respeta?
El camino era mostrar, en una especie de reto, ¿serás capaz de respetar al que no te respeta?, porque lo otro es una respuesta simple, devolver el respeto recibido. ¿Pero, y al que no te lo da, qué haces, lo irrespetas? En este trance podíamos avizorar el reto bajo la manga, proponer a cada persona que puede, si lo decide, mejorarse a sí misma. Esto podía convertirse en un juego, si ya habíamos aceptado que no éramos un animal racional, si éramos libres para decidir, entonces realmente comenzaba la confrontación. En algunos casos la proposición consistía en aceptar reflexionar sobre una disminución de nuestras vulnerabilidades, comenzar por rebajar 10% de egoísmo, desconfianza, irresponsabilidad, irrespeto y convertirlo en lo contrario.
Era un juego con lo más profundo del ser humano, al cual había que entrar sin caretas, sin falsos egos, simplemente verse en el espejo y hurgar en lo profundo. Era percibir que se podía comenzar un incansable e interminable trabajo de mejorarse a sí mismo. Los efectos eran asombrosos, oír a un padre de familia confesar que había practicado la violencia dentro de su hogar, con sus hijos, familiares, pareja y que por primera vez se enfrentaba a esa cara en el espejo, ¿cuán violento soy? ¿Qué resuelvo con la violencia? Y luego la reflexión ¿podría ser distinto, soy mejor padre si en lugar de ejercer la violencia me abro a mi hijo y hablamos?
El camino de mejorarse a sí mismo se convertía entonces en una fuerza indetenible. Pensando en el momento que vivimos hoy, que un individuo en lugar de aceptar órdenes de torturar, apresar, maltratar a los ciudadanos, se detenga y piense: ¿Por qué debo cumplir esta orden, puedo rebelarme, si acepto la orden en que me convierto? Cuando vemos a militares torturando compañeros, apresando inocentes, me pregunto: ¿qué pasará si entiende que es libre para actuar distinto, que nadie puede obligarlo a violar la humanidad del otro, que es parte de su vida?
Durante mucho tiempo hicimos este fantástico trabajo, simplemente ayudar a comprender a las personas que son libres para decidir mejorarse a sí mismas. Que ninguna fuerza humana puede obligar a traicionar este principio de existencia elemental y sustancial.
Imagino que en los muchos lugares donde estas experiencias tuvieron lugar habrán sentido el gran dolor de la partida de Emeterio, pero a la vez estoy segura de que de seguidas encontraron la fuerza y la alegría de haber tenido la oportunidad de estar con este gran hombre que vivió fundamentalmente para los otros, para sembrar la idea que nos permite soñar con un mundo distinto, somo responsables de nosotros mismos y también de todos los otros.
Isabel Pereira Pizani
isaper@gmail.com
@isapereirap
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