Debo recordar entonces algunos aspectos de la grandeza referida para hacer mejor honor a la gloriosa humanidad de Antonio José Francisco Sucre y Alcalá.
Conoció a El Libertador en Angostura con 23 años, ya con el grado de Brigadier General, que El libertador ratificaría el 16 de febrero de 1820, habiendo comenzado su carrera con el grado de Alférez a los 15 años.
El 24 de mayo de 1822, cuando triunfa en las faldas del Pichincha y derrota al Real Intendente de Quito, el Mariscal de Campo Melchor de Aymerich, le perdona la vida y ofrece las atenciones necesarias para trasladarlo al puerto de Guayaquil. El realista le escribe: "..espero poder corresponder con hechos más que con palabras a su tanta nobleza".
Cuando vence al Virrey José de La Serna y este herido, agobiado y humillado ante él dice: "gloria al
vencedor", y el Magnánimo General Sucre responde: "y honor al vencido".
El Libertador, luego de conocer el triunfo de Ayacucho escribe: "El General Sucre es el Padre de Ayacucho, es el redentor de los hijos del Sol, es el que ha roto las cadenas en que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco Capac, y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada".
Quizás El Libertador pensó en el Coloso de Rodas, al referir la grandeza de Sucre.
Cuando hace el parte a EL Libertador, por el triunfo en Ayacucho, al final escribe: "como premio para mí pido que usted me conserve su amistad".
El 18 de abril de 1828 es herido con dos balazos en el alzamiento de Chuquisaca y por evitar más muertes deja el Gobierno de Perú en un gesto más de magnanimidad.
Cuando se entera que El Libertador entregó el mando y viaja a Cartagena, en 1830, le escribe: "No son palabras las que pueden fácilmente explicar los sentimientos de mi alma respecto a usted Libertador. Usted los conoce, pues me conoce mucho tiempo y sabe que no es su poder, sino su amistad la que me ha inspirado el más tierno afecto a su persona. Lo conservaré, cualquiera que sea la suerte que nos quepa, y me lisonjeo que usted me conservará siempre el aprecio que me ha dispensado. Sabré en todas circunstancias merecerlo. Adiós, mi General, reciba usted por gaje de mi amistad las lágrimas que en este momento me hace verter la ausencia de usted. Sea usted feliz en todas partes y en todas partes cuente con los servicios y con la gratitud de su más fiel y apasionado amigo.
Como vemos, tan conspicua grandeza y probidad no se merece después de su muerte a traición que los indignos y traidores de ahora usen su nombre como el de El Libertador para pretender engalar sus falsos mediocres discursos.
La Marquesa de Solanda y de Villarocha, Mariana de Carcelés, su esposa, dispuso que
sus inmortales restos descansen en la Catedral Metropolitana de Quito, Ecuador.
Nunca serán suficientes los elogios al invicto Gran Mariscal de la Patria, como jamás podrán opacar su gloria los comunistas por más que usen sus nombres.
Gilberto Mayorca Yanez
FUENTE: R/S/W
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