En Venezuela la palabra diálogo ha generado tanto ruido, que hasta los chicos que cursaban estudios de educación primaria hasta hace un año, han incluido el término entre los que usan en su vocabulario lúdico online. A veces resulta esperanzador escuchar a un niño, en sus conversaciones con otros de su generación, cuando hablan de entendimiento, con respecto a sus pláticas lúdicas a distancia.
Hoy la sociedad venezolana en su mayoría considera que el diálogo serio y generador de entendimientos viables, puede convertirse en un eficiente instrumento para abordar constructivamente los graves problemas del país, con probabilidad de solución. Este criterio es el que predomina en cualquier escenario social en el cual es indispensable el concurso de todos, en función de buscarle solución a situaciones que también afectan a todos. Lamentablemente, en la mayoría de los casos, las conversaciones se traducen en una frustración más, porque la palabra sólo surte efecto en la retórica y en la promesa incumplida, sobre todo cuando la decisión depende de algún organismo público.
Es cierto que el diálogo es una herramienta fundamental, a los efectos de los acuerdos que son necesarios para buscarle respuesta a las exigencias sociales en una ciudad, una comunidad o un país. Pero esto ocurre en las naciones donde los valores y los principios democráticos predominan, tanto en la gestión gubernamental respectiva, como en el desempeño de las organizaciones políticas pertinentes. Precisamente la democracia es un sistema político de inclusión, participación y diálogo, en el cual el pluralismo partidista es su esencia. Es obvio que en Venezuela el gobierno en ejercicio está demasiado lejos de una verdadera concepción democrática. Todos sus actos en tal sentido son simulados.
Con respecto al diálogo como genuina expresión de la democracia, el régimen se ha burlado tanto de su propia palabra, que hablar de acuerdos entre partes en conflicto ya luce como una práctica engañosa. El estamento gubernamental se ha encargado, como estrategia de fondo de su gestión, descalificar el voto y el diálogo; en ambos casos con el objeto también de reducir la participación política y ciudadana a la mínima expresión. Revertir los logros del régimen en ese perverso propósito, aunque parezca exagerado decirles, se hace cada día más difícil. Esa es su fórmula para mantenerse en el poder, a pesar de que sólo cuenta con un 15% aproximadamente de apoyo de la sociedad.
Son muchos los botones que se pueden presentar como muestra incontrastable de las afirmaciones citadas. Sin embargo, uno de ellos, el más reciente a la vista, es el “diálogo” que promovió y encabezó, con el liderazgo empresarial, el Presidente de la Asamblea Nacional fraudulentamente electa el pasado 6 de diciembre. Con mucha bulla y suficientes globos de diversos colores, armó su acostumbrado show mediático con motivo de una reunión presidida por él, con el Directorio de Fedecámaras.
Pues bien, los empresarios expusieron con suficiente claridad la situación dramática que enfrentan los industriales, comerciantes y agricultores del país; drama que se expresa en carencia de productos, elevado costo de éstos y desempleo. Además del problema, dibujaron con diafanidad y precisión, la manera de solucionarlos. Incluso hicieron proposiciones concretas por enésima vez, sin dejar por fuera el aspecto legal pertinente, del cual debería ocuparse esa Asamblea Nacional. La respuesta del régimen, una burla más. La última información de la que se tiene conocimiento, es que en la agenda parlamentaria de este año, las aspiraciones de los empresarios, que también es parte del clamor popular, seguirán bien resguardadas en el archivo personal del Presidente de la institución legislativa, mejor conocido este oscuro personaje como el dinamitero del diálogo.
ANTONIO URDANETA AGUIRRE
Educador – Escritor
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