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domingo, septiembre 17, 2023

Días de duelo LAS DOS MUERTES DE ROMÁN CHALBAUD por Antonio Llerandi

Llegó a decir que él había sido marginado y censurado por la democracia, él que había sido el más prolífico director de cine de esa época, con 17 largometrajes realizados entre 1959 y 1997, todos con la ayuda y el aporte del estado.

Especial para Ideas de Babel. Escribo este artículo desde el dolor, pero no el dolor por la pérdida de una vida, sino por el asesinato de un país, una muerte con demasiados cómplices.

Conocí a Román Chalbaud hace muchas décadas, cuando los caminos del cine nos hicieron transitar infinidad de veces las mismas vías. Cuando yo comencé a dar los primeros pasos por esa aventura que es lo audiovisual, ya Román tenía una obra sólida y continuada, sobre todo en el teatro, donde había escrito y dirigido varios montajes. En lo que yo he dado por denominar la prehistoria del cine venezolano, Román había dirigido dos películas, Caín Adolescente (1959) y Cuentos para mayores (1963), esta última constitutiva de tres historias cortas unidas en un largo. Pero es a partir del exitoso estreno en 1973 de la película Cuando quiero llorar no lloro, una coproducción méxico-venezolana, basada en la novela homónima de Miguel Otero Silva, dirigida por Mauricio Walerstein, que comienza la verdadera historia del cine venezolano actual. Poco tiempo después Chalbaud, con un guion de él y José Ignacio Cabrujas, filma la versión de su obra teatral La quema de Judas (1974), que continúa el éxito de público y abre el camino del maravilloso encuentro de la venezolanidad con su cine.

Ambos éxitos, aunado a la lucha de todos los cineastas por la necesidad de una protección y financiamiento del cine nacional, dan sus frutos casi de inmediato, y el Estado, en una primera instancia a través de Corpoturismo y después en una organización del Ministerio de Fomento llamada Foncine y posteriormente a través del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) le fue dando los aportes y los apoyos necesarios para que el cine venezolano dejara de ser una utopía y se convirtiera en una realidad tangible y exitosa.

Walerstein y Chalbaud habían iniciado ese camino y muchos otros lo continuamos después. Habiéndose consolidado esa actividad, ellos se convirtieron en los directores más prolíficos de Venezuela. Además de los tres largos ya mencionados, durante el período llamado de la democracia, Chalbaud dirige otros 14 largometrajes: Sagrado y Obsceno (1976), El pez que fuma (1977), Carmen la que contaba 16 años (1978), El rebaño de los ángeles (1979), Bodas de papel (1979), Cangrejo (1982), La gata borracha (1983), Cangrejo II (1984), Ratón en ferretería (1985), Manon (1986), La oveja negra (1987), Cuchillos de fuego (1990), El corazón de las tinieblas (1990), y Pandemonium, la capital del infierno (1997).  Una obra sólida y coherente, muchos de los guiones en colaboración con José Ignacio Cabrujas. No menciono las obras posteriores al 2005, pues son evidentemente panfletarias de propaganda al régimen, y de poco o ningún nivel artístico o creativo.

Paralelamente en el ámbito teatral Chalbaud, junto a Cabrujas e Isaac Chocrón crearon El Nuevo Grupo, que con su sede en el Teatro Alberto de Paz y Mateos en la urbanización Las Palmas, en Caracas, se convirtió quizás en el más importante centro teatral venezolano por varias décadas. Vale la pena señalar también que Román había sido desde los años 50 del siglo pasado un abanderado de las producciones televisivas, desde la inicial Televisora Nacional del Estado y posteriormente, durante muchos años en Radio Caracas Televisión.

Cuento todo esto, porque ese es el Chalbaud que yo conocí, admiré y aprecié. Le tenía un especial cariño, y en la infinidad de veces que coincidíamos, el humor, la maledicencia, la complicidad, nos unía. Yo conocía la obra completa de Román, la teatral y la cinematográfica, incluso en el libro Vías de aproximación a una realidad: el cine, que me editó el CNAC, hay una larguísima conversación entre él y yo, en el capítulo dedicado a la adaptación de El pez que fuma, obra teatral al cine.

No éramos íntimos amigos, pero nos conocíamos bien y teníamos muchísimos amigos en común. Todo esto que cuento, hasta aquí, transcurrió en las décadas que los historiadores han dado en llamar la etapa democrática de Venezuela, desde 1958 hasta 1998, cuarenta años de una experiencia democrática chucuta, pero democrática al fin.

Todo eso se vino abajo poco tiempo después, no es necesario ni demostrarlo ni decirlo, es evidente, no sólo para los venezolanos, sino para buena parte de la humanidad. Es lo que he llamado el asesinato de un país. Y cuando se produce un asesinato, aun cuando tú no seas el que empuña el arma mortal, si te haces cómplice del asesino, eres asesino también de alguna forma.

Román optó entonces por hacerse cómplice de los asesinos, pero no callada o sutilmente, sino descarada y evidentemente. Participó en un sinfín de acciones que violentaban el orden establecido, y comenzó a mentir, a mentir descaradamente, haciéndose pasar por una víctima de la democracia, como tantos otros que se disfrazaron de pobrecitos reprimidos por el orden democrático. Llegó a decir que él había sido marginado y censurado por la democracia, él que había sido el más prolífico director de cine de esa época, con 17 largometrajes realizados entre 1959 y 1997, todos con la ayuda y el aporte del estado. Una mentira gigantesca. ¿Para qué? Para hacerle el juego a los asesinos, para convertirse en un bufón más del régimen que ya tiene 24 años en el poder. Tragó gordo y permaneció callado cuando el comandante eternamente muerto habló de la decadencia de un cine venezolano de “putas y maricos”.  Un silencio demasiado cómplice.

Pero el colmo de los colmos, sucedió el 27 de mayo del 2007, cuando el teniente asaltante, dio un paso más de su arbitraria carrera y expropió a Radio Caracas Televisión. Román estaba ahí y dio la cara como cómplice y sustanciador de un nuevo asalto a mano armada, pero lo más terrible, es que esa había sido su casa por muchas décadas, donde realizó infinidad de trabajos. Imposible mayor traición. Ese día Román se me murió. Fue su primera muerte, la más terrible de todas, pues no hay nada peor que estar muerto en vida. Y como él, tantos otros que han sido cómplices del asesinato, no solo de un canal de televisión, sino de un país entero. Excúsenme la radicalidad, pero no encuentro la manera de perdonar un asesinato, y sobre todo uno con tantos muertos.

Acaba de ocurrir la segunda muerte de Román Chalbaud, y muchos la lloran o la lamentan, pero hace ya muchos años que yo hice mi duelo por él y lo que ha significado para Venezuela.

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FUENTE: >>R/S/W

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