Eso ha hecho esta pasada semana la politólogo colombiana Olga L. Gonzalez en una columna del medio La Silla Vacía, respecto de los migrantes colombianos. En la misma afirmó:
“Una proporción muy alta de los migrantes que salen de Colombia hacia los países del Norte global sufre un proceso de desclasamiento: es decir que sus calificaciones, nivel de estudios, ocupación en su país de origen no es homologada en su país de destino. Suelen ocupar puestos de trabajo que los nacionales de sus países de destino no quieren ocupar, o se insertan en nichos de alto riesgo”.
Y agrega:
He conocido a compatriotas residentes en Norteamérica o en Europa que se agotan en trabajos duros físicamente; he conversado con mujeres que eran profesionales en Colombia y que en su nuevo país se levantan en la madrugada invernal a limpiar oficinas vacías o a cuidar a niños y ancianos; he visto a hombres que eran universitarios y que se convierten en obreros de la construcción de la noche a la mañana; he reseñado la situación de mujeres transgénero y cisgénero que caen en redes de trata”.
El retrato que con palabras pinta la autora del citado artículo respecto del sentimiento de los colombianos en el exterior, es el mismo nuestro en atención a Venezuela. Afirma ella:
“Muchos de estos colombianos quisieran poder vivir en su país, estar cerca de los suyos, disfrutar de los paisajes colombianos, conversar en su lengua, hacer proyectos en su tierra. Pero no es posible. Las malas condiciones de empleo, la altísima precariedad laboral, la violencia, la inseguridad, la carestía, la nula posibilidad de hacer ciencia, el desempleo, las mafias, todos estos factores se constituyen en una máquina de expulsar colombianos”.
Para un migrante, en especial, uno venezolano en Colombia, el artículo no tiene desperdicio. Retrató ella en sus palabras lo mismo que nos ocurre a los venezolanos que por el mundo andamos, pero ocurre, sin embargo, una cosa sintomática. A ese país del cual huyen los colombianos, han llegado cerca de tres millones de venezolanos, a hacer buena parte de las labores que ella afirma en su texto hacen sus connacionales fuera de las fronteras de la tierra de Nariño y Caldas, lo que no deja de ser una paradoja.
Otra también es que, las mismas falencias de política pública en recepción migratoria, vale decir las relativas al reconocimiento de aptitudes académicas y laborales que ella observa en el exterior de Colombia, son las que le hemos advertido a los tres gobiernos de este país en los siete años que en el llevamos residiendo.
Cada país de acogida -y en nuestro caso, Colombia- pierden cuando un médico, un ingeniero civil o uno de petróleo en un país que tiene este recurso natural por solo citar esos tres ejemplos, pierden, no reconocen las habilidades y competencias de los mismos, sujetándolos a procedimientos de convalidación que resultan, en buena parte de los casos, inoficiosos por la circunstancia de no haber educado en sus aulas a los mismos, a pesar de que, anualmente cuando se publican las clasificaciones de las distintas universidades del mundo, algunas de las venezolanas están aún en mejor posición que la gran mayoría de las colombianas.
El respetuoso reclamo explícito que en otras barras como esta he efectuado, es el mismo implícito que la autoría del citado escrito hace, con la diferencia que ella se refiere a la migración de los colombianos hacia el hemisferio norte, donde ciertamente se encuentran de las mejores universidades del mundo, por solo citar un elemento de clasificación en tanto que la comparación entre el colombiano y el venezolano en esa materia, en líneas generales, no tiene mucha diferencia.
Colombia pierde cuando una persona que en sus aulas se formó migra del país. Las competencias y habilidades que la misma obtuvo, muy probablemente no sean apreciadas en su país de destino pero, lo indudable, es que para el país es una pérdida, la cual resulta doble al no apreciar debidamente las de las personas que decidieron instalarse aquí poniendo a su disposición las que adquirieron en su país de origen, en particular nuestra tierra venezolana.
El retrato que con palabras pinta la autora del citado artículo respecto del sentimiento de los colombianos en el exterior, es el mismo nuestro en atención a Venezuela.
El artículo que motiva la presente columna tendría una lectura inteligente si el Estado colombiano aplicare medidas educativas de inclusión que permitan compensar, a través del talento venezolano, la pérdida que implica la salida hacia el exterior del colombiano. Ello redundaría en beneficio de Colombia y también de quienes la eligieron como su lugar de vida. Sería, sin duda un ganar-ganar. Es, si se me permite, una respetuosa sugerencia.
Gonzalo Oliveros Navarro
@barraplural
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FUENTE: >>Gonzalo Oliveros Navarro
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