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martes, marzo 25, 2025

Destrozar un país y llamarlo revolución, por @ArmandoMartini

En donde la lógica se suicidó, la dignidad se vende al mejor postor, la realidad es una parodia y la sensatez es perseguida con saña, escribir pendejadas no es un pasatiempo ni un capricho, es un deber patriótico, una necesidad de salud mental, un mecanismo de supervivencia. ¿Cómo evitarlo? tal vez sea el aire contaminado de la revolución, los enrarecidos discursos o el agua convertida en mito urbano, que dejó de ser un derecho para convertirse en recuerdo. La electricidad juega a las escondidas, aparece y desaparece como el respeto por la Constitución y la moral dominante.

Sin embargo, plasmar en palabras la tragicomedia y el absurdo cotidiano, es importante. ¿Y qué mejor escenario que Venezuela? Bonita, elegante y educada, alguna vez sinónimo de prosperidad, buen gusto y sabrosura de vivir; hasta que llegaron ineptos y la convirtieron en cuchufleta, ejemplo de cómo destrozar una nación sin entablar una guerra. La joya de la corona del castrismo siglo XXI, es un aviso de lo que no se debe hacer. Los manuales de historia la usarán como un alerta.

El socialismo es un hito de la estupidez humana. La “revolución bonita” secuestró un país ahíto de petróleo, oro, gas, hierro, y mucho talento para convertirlo en páramo de miseria, en una población de sobrevivientes. Es corrupción e impericia, también obra maestra de la destrucción. Ningún gobierno se ha esforzado con tanto empeño para arruinar un país con eficiencia. Venezuela un referente de riqueza, arraigo, democracia y libertad, devino en calamidad humanitaria. Y aún hay quienes lo aplauden. Venezuela no es un país, es una dura advertencia. Un caso de estudio para cualquier libro de economía, bajo la sección de “errores fatales”.

¿La inflación? Una simpática distorsión que se mide en porcentajes, pero en Venezuela se padece y sufre. El bolívar, depreciándose, es cadáver insepulto, y el “salario mínimo”, un concepto filosófico que no alcanza. Pero el oficialismo tiene la solución, imprimir moneda, cambiarle el nombre y quitarle ceros, como si la miseria se resolviera con semántica. El castrismo tiene en su haber el firme compromiso con la ciencia ficción económica.

El acceso a la comida es un deporte extremo de supervivencia e indecencias. El alimento es más costoso que agregado de bolichica y más difícil de conseguir que un enchufado sin escoltas o un castrista con moral. En el discurso oficial “existe”, y en los anaqueles, es más preciado que el decoro. La dieta revolucionaria es milagrosa, los pobres adelgazan sin gimnasio, y los enchufados ceban sin pudor. Mientras tanto, la “solidaridad internacional” se traduce en pendejadas emotivas llenas de ternura, discursos conmovedores y condenas sin consecuencias; mientras el ciudadano malcome, subsiste con lo que puede y, los responsables de la ruina, se atragantan en festines y se deleitan con protocolo.

El salario mínimo es un insulto diseñado para recordarte que no vales nada. Un juego donde el premio es no morir de hambre. No trabajas para vivir, sino para seguir pobre con dignidad; un mártir contemporáneo. Pero si te quejas, no eres un ciudadano con derechos, eres enemigo de la patria, agente y lacayo del imperio, un vendepatria malagradecido e incapaz de valorar los “logros” de la revolución. El problema no es la crisis ni la miseria, sino atreverse a mencionarlas y decir que existen.

La democracia es un adorno, la libertad una ilusión. Las elecciones tan limpias como la conciencia de los que las organizan, o un baño de carretera en gasolinera abandonada. Votar es un acto de fe, pero el que gana siempre es el mismo. Y si por algún milagro ocurre algo distinto e inesperado, el Tribunal Supremo de Justicia se encarga de corregir cualquier desliz electoral. El pueblo siempre “elige” lo correcto, porque, si no, se lo corrigen a la fuerza. La democracia es utopía para quien ya ni se molesta en disimular el fraude.

Venezuela es un ensayo social, económico y político que demuestra el socialismo es un error, un fracaso, una catástrofe, a menos que el objetivo sea la indigencia generalizada. La ironía aún no se deja racionar y el humor es lo último antes de la locura. Escribir pendejadas en esta tragicomedia, teatro del absurdo, circo del despropósito, es resistencia. Donde el sarcasmo aún no ha sido expropiado y la risa se resiste terca a la censura.

Venezuela es la prueba viviente que el socialismo destruye economías y dignidades, convirtiendo la miseria en política de Estado. Pero gritan “¡tenemos patria!”, aunque el mañana sea incierto y el futuro, un enigma. Si no te gusta y te sientes ofendido, sacúdete, busca papel higiénico y límpiate las lágrimas.

@ArmandoMartini

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FUENTE: >>https://www.lapatilla.com/2025/03/24/destrozar-un-pais-y-llamarlo-revolucion-por-armandomartini/

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