Ser un lambón, un adulador sin criterio propio, es uno de los mayores peligros para cualquier causa política o social.

El seguidismo ciego convierte a los ciudadanos en rebaños obedientes, incapaces de cuestionar, analizar o corregir el rumbo cuando algo está mal. Por más carismático, valiente o inspirador que sea un líder, nadie está exento de equivocarse, y es precisamente por eso que necesita a su alrededor gente crítica, no fanáticos.

Cuando uno deja de pensar por sí mismo para repetir lo que dice otro, por simpatía o lealtad emocional, pierde la capacidad de ver la verdad, incluso cuando le grita en la cara. Los regímenes autoritarios han nacido y crecido gracias a personas que, por miedo, comodidad o idolatría, dejaron de cuestionar y aplaudieron todo sin discernir.

Un verdadero compromiso con el país exige ser valiente también para disentir, para señalar errores y exigir coherencia. No hay que odiar a un líder para exigirle más.

Todo lo contrario: si realmente se le respeta y se cree en el proyecto, se debe tener el valor de decirle lo

que otros no se atreven.

La historia no la cambian los seguidores fieles, la cambian los ciudadanos libres.

Yo soy un fiel seguidor de María Corina, admiro su liderazgo y su lucha, pero si veo errores, según mi punto de vista y mi criterio, siempre los diré, porque seguir no es callar; es tener el coraje de hablar cuando más importa.

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FUENTE: >>R/S/W

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