Por Omar González Moreno
Ríos desbordados, tierras anegadas, el dolor de un pueblo enfrentando la furia implacable de la naturaleza nos inducen a pensar que Venezuela está herida, pero no vencida.
Las recientes inundaciones han golpeado sin piedad, dejando tras de sí comunidades incomunicadas, hogares reducidos a escombros y corazones cargados de incertidumbre.
Sin embargo, en medio de esta tormenta, el espíritu indomable de los venezolanos se alza, dispuesto a luchar.
Más de 50.000 familias han sido afectadas, 25 puentes han colapsado y el 70% de las tierras que producen las verduras y hortalizas del país yacen bajo el agua.
Como si la tragedia no fuera suficiente, el Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inameh) lanza una advertencia inquietante: dos nuevas ondas tropicales se aproximan, trayendo consigo lluvias torrenciales que amenazan con agravar el sufrimiento de nuestros compatriotas.
Mérida, Trujillo, Barinas, Táchira, Apure, Amazonas, Bolívar, Anzoátegui, Portuguesa no son solo nombres de estados, son relatos de pérdida y resistencia.
Son familias que lo han perdido todo, pero se aferran a la esperanza.
Las imágenes son desgarradoras: casas convertidas en ruinas, carreteras sepultadas por deslaves, niños y ancianos buscando refugio bajo un cielo que no cesa de rugir.
En Mérida, cientos de viviendas han sufrido daños irreparables, y el colapso de puentes ha cortado caminos hacia un futuro inmediato.
En Portuguesa, un puente vital que conecta los Andes con el centro del país se ha desplomado, poniendo en riesgo el suministro de alimentos que ya escasea.
El Orinoco, nuestro río padre, registra una crecida histórica, inundando poblaciones enteras en Amazonas, Bolívar y Anzoátegui.
Cada gota de lluvia, cada río desbordado, parece arrancar un pedazo de nuestra patria, pero no puede llevarse nuestra fuerza.
El Inameh alerta que estas ondas tropicales, impulsadas por las altas temperaturas del Caribe y el Atlántico tropical, podrían evolucionar hacia desastres naturales, intensificando las lluvias en un país ya devastado.
La Zona de Convergencia Intertropical, la vaguada monzónica y el cambio climático se han confabulado para azotarnos con una furia que no distingue entre campo y ciudad.
Sin embargo, no estamos solos en esta batalla.
Cada vecino que extiende una mano, cada voluntario que limpia el barro, cada voz que clama por ayuda nos recuerda que Venezuela es más grande que cualquier tormenta.
Mientras tanto, la dictadura de Nicolás Maduro y sus cómplices se limitan a posar para fotos y a promover un nuevo fraude electoral que no interesa a un pueblo que lucha por sobrevivir.
Las inundaciones no solo han arrasado hogares, sino que han expuesto la fragilidad de nuestra infraestructura, la vulnerabilidad de nuestras comunidades y la urgencia de un cambio profundo.
No podemos permitir que el agua se lleve también nuestra esperanza.
Estas inundaciones nos han herido, pero no nos han roto.
Por cada familia que ha perdido su hogar, por cada niño que tiembla bajo la tormenta, por cada comunidad que se niega a rendirse, nuestra gente sigue firme.
Llevemos alimentos, ropa, medicinas. Exijamos un cambio, un nuevo sistema de gobierno, basta de socialismo y Brujocracia, Venezuela merece un futuro digno.
El agua puede inundar nuestras tierras, pero jamás ahogará nuestro espíritu.
Venezuela, en pie, resiste. Que nuestro amor por la patria sea más fuerte que cualquier diluvio.
Que nuestro clamor sea un faro de esperanza en medio de la tempestad.
Por los damnificados, por nuestra tierra, por nuestra libertad: ¡no nos rendiremos!
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FUENTE: >>Omar González Moreno
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