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jueves, diciembre 11, 2025

Informe de Políticas: El Intervencionismo Estatal y la Erosión del Mercado

El intervencionismo estatal se presenta como una promesa de "domesticar" el mercado para proteger al ciudadano. Sin embargo, la lógica económica y la evidencia histórica demuestran que su resultado real no es la domesticación, sino un proceso que lo pudre poco a poco. La importancia de analizar este fenómeno radica en su naturaleza sigilosa y su impacto acumulativo. A diferencia de un colapso abrupto, el intervencionismo opera decreto a decreto, erosionando la libertad económica y la prosperidad de forma tan gradual que a menudo pasa desapercibida hasta que el daño es irreversible.

El economista Ludwig von Mises definió esta dinámica con una precisión implacable: “El intervencionismo no es una tercera vía entre capitalismo y socialismo. Es un paso intermedio hacia el socialismo”. Esta afirmación establece la tesis central de este informe: el intervencionismo no es un sistema económico estable ni una solución moderada, sino una transición destructiva. Es el intento de corregir el mercado que, inevitablemente, termina por destruirlo

en nombre de la corrección.

Este informe analizará las consecuencias de esta filosofía. Primero, se explorará la función fundamental que el intervencionismo corrompe: el sistema de precios como mecanismo de información y coordinación social. A continuación, se examinarán cuatro estudios de caso históricos —desde la Roma Imperial hasta la Venezuela contemporánea— que ilustran el patrón recurrente del fracaso de estas políticas. Finalmente, se analizará la inevitable espiral de control que se desencadena, demostrando cómo una intervención inicial conduce a una pérdida progresiva de la libertad económica y personal.

Para comprender el fracaso sistémico del intervencionismo, es indispensable empezar por el mecanismo que ataca en su núcleo: el sistema de precios, la voz del mercado.

El Sistema de Precios: La Información como Coordinador del Mercado

El sistema de precios es el pilar de una economía de mercado funcional. Su importancia estratégica no reside en ser un simple mecanismo de intercambio monetario, sino en su capacidad para coordinar, de manera descentralizada y eficiente, las acciones de millones de individuos con conocimientos y deseos dispersos. Ningún comité de planificación central, por más sabio o bienintencionado que sea, puede replicar la vasta red de comunicación que los precios libres establecen de forma espontánea.

En su esencia, un precio es información condensada. Cada precio que emerge en un mercado libre es una señal que sintetiza la escasez relativa de un bien, la intensidad de la demanda, los costos de producción y las expectativas futuras de innumerables actores económicos. Cuando el Estado manipula este dato a través de controles o topes, no está simplemente abaratando un producto; está destruyendo la señal informativa que permite a productores y consumidores tomar decisiones racionales.

El economista francés Frédéric Bastiat capturó la consecuencia inevitable de ignorar esta función: “En economía, lo que se ve es el precio bajo. Lo que no se ve es la escasez futura”. Esta dicotomía es el corazón del problema intervencionista. La buena intención política —el precio bajo visible— seduce al público y genera aplausos a corto plazo. Sin embargo, la consecuencia no deseada pero inevitable —la escasez invisible— termina por causar un daño mucho mayor al desarticular la producción y el abastecimiento.

Desde esta perspectiva, Friedrich Hayek describía los precios como un "mecanismo de comunicación". Al imponer precios fijos, el Estado sustituye “la sabiduría de millones por la ignorancia de unos pocos”. Esta acción ciega a los productores, que ya no saben qué bienes son más urgentes o rentables para producir, y a los consumidores, que reciben una señal falsa sobre la disponibilidad real de los recursos.

La destrucción de esta señal informativa no es una teoría abstracta, sino un patrón histórico recurrente. Los intentos de suprimir la voz del mercado han conducido, sin excepción, al mismo resultado a lo largo de los siglos, como demuestran los siguientes casos prácticos.

El Patrón Histórico del Fracaso: Cuatro Estudios de Caso

El análisis de la evidencia histórica es fundamental para comprender la lógica económica ineludible que subyace al intervencionismo. A pesar de las enormes diferencias culturales y tecnológicas, los resultados de los controles de precios siguen un guion predecible. Como afirmó el economista Thomas Sowell, esta política “ha fracasado en todas las épocas y lugares donde se ha intentado”. Los siguientes casos ilustran este patrón universal, no como accidentes históricos, sino como la aplicación práctica de la teoría económica expuesta.

En el año 301 d.C., el emperador Diocleciano intentó combatir la galopante inflación a través de su "Edicto de Precios Máximos", una bienintencionada orden para forzar la asequibilidad por decreto. La respuesta del mercado, sin embargo, fue inmediata y devastadora. Al cortar el vínculo entre el precio y la realidad, el edicto destruyó la señal informativa para los productores. Enfrentados a pérdidas obligatorias, los comerciantes simplemente retiraron sus mercancías, provocando que los productos desaparecieran de los mercados públicos y alimentando un vibrante mercado negro donde los precios sí reflejaban la verdadera escasez. La política no frenó la inflación; simplemente la ocultó en las sombras y paralizó el comercio legítimo.

El contraste de este fracaso se encuentra en la Alemania de posguerra. Tras la Segunda Guerra Mundial, los controles de precios y el racionamiento impuestos por los Aliados perpetuaron la escasez y obstaculizaron la recuperación. El punto de inflexión llegó en 1948, cuando Ludwig Erhard, influenciado por la Escuela Austriaca, tomó la audaz decisión de eliminar todos los controles de la noche a la mañana. Al restaurar el sistema de precios, el resultado fue el llamado "milagro económico alemán": los anaqueles se llenaron casi instantáneamente, la producción se reactivó y la economía alemana inició una era de prosperidad sin precedentes, demostrando que la solución a la escasez no es más control, sino la libertad del mercado.

La misma lección se repitió en el Berlín de 2020 con la imposición de un estricto tope a los alquileres para "frenar la especulación". Este resultado es una ilustración de manual del principio de Bastiat: lo que se ve fue un alivio temporal para los inquilinos existentes, pero lo que no se ve fue la catastrófica contracción del 60% en la oferta de viviendas, resultado directo de destruir la señal de precios que incentiva a los propietarios. La política aniquiló la disponibilidad de pisos, perjudicando precisamente a quienes más necesitaban encontrar un hogar.

El caso de Venezuela desde 2003 representa la culminación lógica de esta política. Con el objetivo declarado de "proteger al pueblo", el gobierno implementó un control masivo de precios y de cambio. Esto no solo distorsionó las señales económicas, sino que las pulverizó. Los agricultores dejaron de producir y las fábricas cerraron, pues vender a los precios oficiales significaba la quiebra. Los anaqueles vacíos y la dependencia total de un mercado negro hiperinflacionario se convirtieron en la norma, reduciendo a la miseria a un país con inmensas riquezas naturales.

Estos ejemplos, separados por casi dos milenios, confirman una ley económica fundamental. Ya sea Diocleciano destruyendo la información necesaria para el comercio de grano o los planificadores venezolanos cegando a los productores ante las necesidades de los consumidores, el mecanismo del fracaso es idéntico. La escasez no es un accidente; es el resultado lógico de haber roto el sistema de precios. Este fracaso sistemático, sin embargo, rara vez conduce a la rectificación, sino a la inevitable espiral intervencionista.

La Espiral Intervencionista: Del Control Parcial al Poder Total

El patrón histórico no es solo de fracaso, sino de fracaso creciente. El edicto de Diocleciano generó mercados negros que habrían requerido más vigilancia. Los controles de Venezuela provocaron una escasez que se culpó a los "especuladores", justificando la confiscación de fábricas. Esto demuestra la naturaleza inherentemente inestable y expansiva del intervencionismo. No es una política estática, sino un proceso dinámico que, una vez iniciado, tiende a crecer por sí mismo.

Ludwig von Mises advirtió que intervenir en el mercado desafía principios tan ineludibles como las leyes físicas: “Intervenir en el mercado es como intentar cambiar las leyes de la gravedad. Puedes ignorarlas por un momento. Pero no puedes abolirlas”. Por ello, afirmaba, “el intervencionismo es un sistema inestable” donde “cada intervención genera distorsiones que exigen nuevas intervenciones”. El ciclo es predecible: el gobierno impone un control de precios, lo que causa escasez. En lugar de reconocer el error original, el fracaso se atribuye a la "avaricia" de los productores, justificando más regulaciones, racionamiento y sanciones para forzar el cumplimiento de la primera medida.

Este círculo vicioso fue descrito de forma concisa por Henry Hazlitt: “Los controles de precios crean escasez. Los subsidios crean derroche. La combinación de ambos crea ruina”. La lógica es implacable: la escasez generada por el control de precios crea una presión política para "solucionar" el problema del desabastecimiento mediante subsidios, los cuales incentivan el derroche de recursos escasos y profundizan el déficit fiscal, conduciendo a la ruina económica. A medida que el Estado intenta tapar las consecuencias de una intervención con otra, no solo destruye la economía, sino que acumula un poder cada vez mayor.

Mises utilizó una metáfora demoledora para ilustrar este proceso: intervenir en el mercado es como “poner los dedos en una maquinaria en marcha: pronto te arrastra entero”. Lo que comienza como una simple regulación sobre un producto termina convirtiéndose en una regulación sobre la vida de las personas. Para hacer cumplir los precios, el Estado necesita inspectores, sanciones y un aparato burocrático que vigile y castigue. La planificación económica no puede existir sin el ciudadano vigilado. Así, la expansión del poder estatal es el puente que conecta la pérdida de la libertad económica con la erosión de las libertades individuales.

La Elección entre el Mercado y la Servidumbre

Este informe ha demostrado que el intervencionismo, lejos de ser una solución pragmática, es una filosofía fallida en su núcleo. No se trata de una simple política económica, sino, en palabras de Thomas Sowell, de “una forma de arrogancia intelectual”: la creencia de que un grupo de planificadores puede saber mejor que millones de individuos lo que es mejor para ellos.

La elección fundamental que enfrentan las sociedades no es entre un mercado imperfecto y una intervención estatal perfecta. La verdadera disyuntiva es entre un sistema que, a pesar de sus imperfecciones, aprende y se autocorrige a través de las señales de precios, y un sistema que perpetúa sus errores al estar aislado de sus consecuencias. Como señaló Henry Hazlitt con fina ironía, “El mercado castiga los errores. El gobierno los financia”.

Más allá de la eficiencia económica, el debate sobre el intervencionismo tiene una profunda dimensión moral y política. Cada nueva regulación es un paso en lo que Friedrich Hayek denominó "el camino de servidumbre". Como afirmaba Mises, el intervencionismo “transforma al ciudadano en súbdito”, pues lo obliga a vivir y producir según los dictados del gobierno en lugar de sus propias decisiones. La pérdida de la libertad para fijar el precio del propio trabajo o producto es el primer paso hacia la pérdida de otras libertades personales.

En última instancia, el intervencionismo es “el socialismo con corbata”: más amable en sus formas y más gradual en su aplicación, pero igualmente destructivo en sus resultados. La única solución coherente y sostenible a los desafíos económicos es la más sencilla en su concepción, pero la más difícil de aceptar políticamente: permitir que el mercado funcione.

Porque los precios son la voz del mercado. Y el mercado es la voz de la libertad.

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FUENTE: >>Camila Selgado

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