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martes, octubre 04, 2016

¡Hasta cuándo! Cómplices del régimen


Si bien es cierto el altísimo rechazo que tiene el régimen de Nicolás Maduro, no es menos cierto que en la actualidad no existe un sector político que aglutine altas preferencias en la población. No quieren a Maduro, pero tampoco a individualidades opositoras u oficialistas. Lo que los ciudadanos anhelan es un cambio. Esa fue la razón de la aplastante victoria el 6-D y es el motivo determinante que impulsa al alto gobierno a evitar “como sea” el referéndum revocatorio este año.

En nuestros recorridos por sectores populares, e inclusive también por los no tan populares, no visualizan un gobierno dirigido por una determinada organización política. Ese ochenta y cinco por ciento (85%) de rechazo que se ve reflejado en las encuestas hacia Maduro, no se traduce en una identificación plena con propuestas opositoras.



Hoy debemos reconocerlo, creo que es momento de hacerlo, en los últimos años en Venezuela la manera de hacer “política” ha sido muy cómoda. Esa comodidad es la que ha producido el desencanto.

¿Partidos o franquicias?

La antipolítica es la que practican los voceros visibles de la oposición, advirtiendo que algunos de ellos no son otra cosa que auténticos paladines de los acuerdos tras bastidores. La antipolítica es la que han alimentado quienes se han alejado de los ciudadanos y que pretenden dirigir a las mayorías desde cuatro paredes, imponiendo decisiones de acuerdo a cálculos mezquinos, individualistas o grupales; nunca colectivos. La antipolítica ha convertido a los partidos políticos en franquicias vacías de ideologías.

Esa es una de las causas de los males de la política nacional. Es común ver los tradicionales “saltos de talanqueras”. No hay romanticismos en las luchas sino una “astucia” desmedida por conquistar ciertos espacios que siempre serán efímeros porque todo lo que se sustente en asuntos circunstanciales o de moda en el liderazgo es inestable.

Liderazgos descentralizados.-

La descentralización impulsada a finales de la década de los ochenta fue una magnífica oportunidad para impulsar desde las regiones el desarrollo del país. Decayó, no por la idea, sino por los actores del momento. Es verdad que al comienzo vimos importantes cambios en las entidades federales porque actuaban con mayor autonomía para administrar sus recursos económicos. Las fuentes de ingresos que generaban las autopistas y los puertos se traducían en mejoras para las regiones. Pero ese impulso que se les dio a las regiones no se amalgamó con políticas nacionales y, desgraciadamente, el germen del malestar y el resentimiento añejado por algunos desafueros ya estaba inoculado en los cuarteles.

Valores ciudadanos.-

Me he referido al rechazo del actual régimen, a la antipolitica, a la utilización de los partidos políticos como franquicias, y al éxito inicial de la descentralización, por la siguiente razón: saldremos del régimen (no de Maduro, y probablemente será pronto) cuando la política se ejerza con sentido y responsabilidad. Cuando se conquiste sembrándole esperanzas a ese ochenta y cinco por ciento que rechaza a Maduro, cuando las agrupaciones políticas diseñen estrategias que más allá de sustituir nombres en los cargos vayan dirigidas a sustituir ideologías y formas de gobernar.

Hay que reimpulsar las escuelas de formación ideológicas que otrora tenían los partidos políticos. La antipolitica emergió cuando la dirigencia de los partidos políticos perdieron la brújula conformándose con declaraciones de prensa, radio y televisión.

La antipolitica fue el resultado, entre otras cosas, de ver la política como un negocio y no como un servicio ciudadano. Es falso que los responsables del surgimiento de la era “chavista” son los ciudadanos que reprochaban consuetudinarias conductas de muchos gobernantes, ¡no señores!, los únicos responsables fueron quienes conducían las organizaciones políticas que ejercían cargos gubernamentales que se alejaron de los ciudadanos.

Así como digo que se deben reimpulsar los cuadros de formación ideológicas en los partidos políticos, también se debe retomar y defender la bandera de la descentralización, y no para que llegue solo hasta los estados, sino hasta lo más cercano de los ciudadanos que son los municipios. Fomentar la creación de tantos municipios como sean necesarios para que de ese modo los ciudadanos puedan tener mayor participación y control en la gestión gubernamental. La descentralización de los noventa fue un éxito que pudiéramos decir se contaminó por falta de sentido y principios republicanos de quienes resultaron electos alcaldes y gobernadores. Contaminación que penetró la carga cromosómica de casi todos los gobernadores y alcaldes pasados y actuales. La descentralización estuvo bien concebida pero mal implementada por sus ejecutores. No lo digo en relación a su buena o mala gestión como gobernantes, sino al apoderamiento personal de las regiones. Asumieron los cargos como ungidos por un poder divino que le entregaba las tierras no para gobernarlas por un tiempo determinado sino a perpetuidad. La alternancia no venía con el cargo, vieron el triunfo electoral (lo siguen viendo) como una herencia (legado) dejada por el soberano.

Más allá de Maduro.-

Nuestro problema no es Maduro, aunque represente lo peorcito del ciudadano venezolano. Tampoco es la MUD, que al fin y al cabo es algo de moda, que como todas las modas es pasajera. El problema somos los ciudadanos venezolanos que no hemos aprendido y mucho menos sabido ejercer la ciudadanía.

Mientras no sepamos el valor de lo que significa ser ciudadanos difícilmente saldremos de este atolladero.

Los ciudadanos somos mucho más que simples electores que periódicamente (aunque ya no tan periódica) “somos importantes” porque supuestamente elegimos, cuando la realidad del caso es, que nunca hemos elegido sino votado por alguien en contra de algo o de alguien.

Culmino estas reflexiones invitándolos a asumir un verdadero compromiso ciudadano, para construir ese país democrático y republicano. ¡Basta de complicidad “anticiudadana”!

Tiro por la culata

Al finalizar el ¡Hasta cuándo! semanal, el cual ya había titulado, me entero de los resultados del plebiscito en Colombia, por lo que decidí abusar de ustedes extendiendo los caracteres de esta columna de opinión.

Juan Manuel Santos y el castrocomunismo redactores de la pregunta del plebiscito, subestimaron la inteligencia de los ciudadanos colombianos que impusieron su anhelo a la justicia y a la paz verdadera antes que esa propuesta negociada en La Habana, sitio en el cual se han planificado y ejecutado terribles crímenes.

Los resultados del plebiscito me sorprendieron gratamente pues las encuestas le daban ventaja al Sí.

Timochenko luego de conocer los resultados del plebiscito declaró que supuestamente mantiene la disposición de utilizar solamente la palabra como arma. Pues muy buena esa disposición pero no le creo, como no creía en ese supuesto acuerdo de paz. Desde un principio anunciamos que eso más que un acuerdo era una rendición, con intenciones de no solamente mantenerles el poder económico a la FARC (que no han dicho donde se encuentran los laboratorios para el procesamiento de la droga) sino además de garantizarles una cuota de poder político concediéndoles 10 representaciones legislativas. Felicito a los ciudadanos colombianos que le dijeron NO al castrocomunismo, le dijeron No al narcotráfico y le dijeron No a la impunidad.

Hoy los colombianos también le han dicho a la narcoguerrilla que su entrega no es susceptible a ninguna negociación que comprometa la justicia y la paz verdadera.

¿Y ahora qué pasará en Colombia?

Aunque el presidente Santos dijo que si ganaba el “No”, no volverían a la mesa de negociación, la Corte Constitucional en una sentencia señaló que las facultades de negociación del presidente quedan vigentes. Lo cierto del caso es que el plebiscito en Colombia ha sido una gran lección para aquellos gobernantes que menosprecian el dolor de los pueblos. Colombia y el mundo han sufrido las inclemencias de la narcoguerrilla a quienes Santos desde La Habana y en complicidad con los tiranos del Caribe pretendió darle el estatus de beligerantes, y a pesar de la sugestiva y engañosa pregunta los ciudadanos colombianos expresaron su voluntad de alcanzar la paz pero a través de la justicia.

Que viva Colombia.

Por Pablo Aure @pabloaure
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