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sábado, abril 11, 2020

Monseñor Mario Moronta: Somos una nación empobrecida por el afán devorador del régimen

Venezuela… “una nación con grandes riquezas, pero empobrecida por el afán devorador de quienes se olvidaron del bien común del pueblo”, afirmó monseñor Moronta en su Sermón de la Siete Palabras de este Viernes Santo.

Mons. Mario Moronta | Obispo de San Cristóbal

La meditación a partir de las siete palabras de Cristo en la Cruz nos ayuda a introducirnos en la intencionalidad del Redentor. Su objetivo con el sacrificio de la Cruz es cumplir la voluntad de Dios Padre: que todos los hombres se salven. En la Cruz, Jesús muestra que ha salido del Padre para encontrarse con la humanidad: allí llega al colmo de su misión. La encarnación es anuncio de ese cumplimiento. La vida pública es anticipo y la Pascua
la realización de la Promesa.

La meditación nos va a permitir recordar cómo la Iglesia debe hacerse eco de la misión del Señor. Máxime en este tiempo de cuarentena social. Lo que Jesús dice en la Cruz nos llega al corazón para motivarnos a un compromiso concreto en la realidad que vivimos. No podemos quedarnos escondidos ni asustarnos como le sucedió a los discípulos ante el aparente fracaso de su Maestro. Hoy, al experimentar la angustia y los temores ante la pandemia del Covid-19, estas palabras y la acción redentora del Señor nos permiten ir y ver hacia adelante.

Les invitamos a escuchar con atención lo que el Señor nos enseña desde su Cruz. Les convocamos a poner en práctica esas enseñanzas con los medios de los que disponemos para demostrar que somos una Iglesia en salida que no se encierra ni siente miedo ante la tempestad. Sabemos que Jesús está en medio de nosotros. No duerme. Hoy lo contemplamos aferrado –crucificado, en el mástil de esa nave en medio de la tormenta ¡Y qué tormenta! ¡La de su Pasión! ¡Qué mástil, el de la Cruz!

1. Atravesamos un momento difícil en la humanidad. Está siendo atacada por el Covid-19: muchos enfermos y muertos han sido causado por esa pandemia. Hay interrogantes y hasta cuestionamientos acerca de la presencia de Dios en la creación. En nuestro país, la crisis sanitaria agudiza la dura realidad que estamos padeciendo todos los habitantes de Venezuela. Una nación con grandes riquezas, pero empobrecida por el afán devorador de quienes se olvidaron del bien común del pueblo. Pareciera que las sombras del pecado del mundo pretenden oscurecer la esperanza y la dignidad de los hombres y mujeres de nuestra nación.

En medio de esta crisis, ahondada por la pandemia, nos encontramos con dos graves pecados que obstaculizan la buena marcha de quienes quieren transitar las sendas de la justicia y la verdad: la corrupción y la mediocridad. Ambos son pecados sociales, sumatorias de tantas faltas de muchos. Ambos, cada uno con sus peculiaridades, son el ámbito del mal y del maligno. Constituyen un freno y una especie de barranco que separa: freno porque aparecen como amenaza para quienes desean vivir en libertad plena; sencillamente porque oprimen a quienes, aún siendo mayoría, son menospreciados por quienes practican estos pecados. Barrancos que buscan atraer y así seducir a muchos para que caigan en sus hondonadas llenas de miserable perdición.

Nos enseña el Papa Francisco que la corrupción es muy difícil –casi imposible- de subsanar. En el fondo, porque es la opción por el mal de diversas maneras asumido, con la caricatura de que es así como la persona se auto-realiza. Para muchos la auto estima, incluso, pasa por hacer de la corrupción su estilo de vida. Se ha convertido en una anti-cultura atrayente: la excusa es clara, cuando hasta llegan a decir “todo el mundo lo hace, luego yo también”. La corrupción tiene diversas expresiones: desde el enriquecimiento ilícito y desaforado hasta el manejo de los bienes públicos o de otros en beneficio sólo particular; desde el narcotráfico hasta el comercio de personas con el aborto, la trata de seres humanos, la esclavitud sexual y pare de contar.

Por otro lado, la mediocridad: es la actitud de quien se acostumbra a vivir en el conformismo, sin reaccionar ante la opresión o ante el menosprecio de la dignidad humana. Es un pecado que también clama al cielo. En él cohabitan los tibios, los indiferentes, los que tienen un falso concepto de esperanza, los que se consideran avispados, los enchufados de cualquier tipo. La mediocridad frena todo desarrollo, toda acción de liberación… y es un barranco lleno de recovecos, cuevas y quebraditas seductoras: allí encuentran refugio quienes se dedican a proponer cambios con un estilo gatopardiano (es decir cambiar externamente para conservar lo que se tiene) o a ver quién hace la tarea para luego disfrutar de los beneficios.

Jesús fue víctima de ambas realidades malévolas. Por la corrupción fue condenado en un juicio amañado. Los intereses de las autoridades judías estaban en peligro; asimismo las del gobernador romano. Los primeros habían sido descubiertos en su maldad por la predicación del Maestro de Galilea; el otro, formaba parte de la opresión en forma de orden establecido y fue colocado contra la pared cuando le dijeron que si no condenaba a Jesús no era amigo del César. Uno de los discípulos de Jesús cayó en la tentación y prefirió el esplendor de 30 monedas de plata antes que la lealtad al amigo.

La mediocridad también golpeó a Jesús: quienes se burlaban de él, lo hacían como echándole en cara que reaccionara: Si ha salvado a otros, que se salve ahora a sí mismo; si es rey, que vengan sus huestes a liberarlo y a hacer lo mismo ante los invasores romanos. Hasta uno de los compañeros de suplicio se atrevió a retarlo exigiéndole que pidiera ayuda a sus ejércitos, si de verdad era rey.

Ante esa situación, Jesús se muestra impotente. Para ello fue crucificado, para demostrar que todo lo que había predicado y realizado no tenía sentido. Los corruptos y los mediocres aparecían como vencedores. Cansado, lleno de dolores y heridas, su sangre y su sudor se mezclaban con el polvo del camino, del cual no había sido limpiado. Se va secando y entonces clama: TENGO SED. Era lógico: había perdido fuerza por la angustia, los latigazos, los maltratos, las heridas y las llagas de pies y manos. TENGO SED: y parece pedir un sorbo de agua, al menos unas goticas para calmar el ardor de su garganta y, por lo menos sentir algo de alivio.

Pero en la respuesta a ese clamor se unen la corrupción y la mediocridad. Un soldado le da de beber vinagre mezclado con otra pócima amarga. Quien, por su poder, se cree dueño de la vida del crucificado sale a su encuentro para no calmar su sed, sino terminar de secar su garganta. La mediocridad le había llevado a actuar así porque ya debía estar fastidiado por lo que allí estaba sucediendo. ¿Cuándo se acabaría eso?. El soldado actuó como estaba acostumbrado a hacerlo. No iba a cambiar ante el dolor y la agonía de uno que estaba siendo menospreciado.

Lo mismo sucede hoy. Cristo se encuentra presente en el dolor de tanta gente golpeada por la miseria, por la pobreza y por el desprecio de quienes se consideran “grandes”. Está presente en tantos migrantes que arrastran en sus pies frustración y desconsuelo; en tantos jóvenes vencidos por la droga y que son fichas de los narcotraficantes; en tantas personas que sufren la trata como si fueron objetos sin valor; en tantos padres de familia que no ven porvenir para sus hijos. De ellos brota la petición del Crucificado. TENGO SED. Lo triste es que no reciben el agua que buscan: les están dando el vinagre del desprecio de los oídos sordos; o el ansia de enriquecimiento de quienes comercian con el ser humano; o la indiferencia de quienes podrían auxiliarlos; o, sencillamente, la indefensión porque no son considerados seres con dignidad.

Este clamor del Crucificado, vivido hoy en no pocas situaciones contra los seres humanos, hace experimentar lo mismo que sintió Jesús en su Cruz: DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? Mucha gente pareciera sentir ante los embates de quienes se creen dueños de la vida y de la sociedad que han sido dejados a un lado por Dios. Hasta parecieran tener razón. Sin embargo, la soledad que experimentan se debe al cerco y al barranco que le colocan quienes con su mediocridad y corrupción quieren prescindir de Dios o buscan manipularlo para sentirse hasta dominadores del Creador.

DIOS MÍO DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? Exclaman tantos jóvenes sin porvenir debido a la destrucción sistemática de una nación; tantas familias al ver cómo sus hijos les son arrebatados por la droga, por la prostitución, por la delincuencia; tantos hermanos que, dejando su tierra, van a lugares desconocidos a ver si consiguen un mejor tenor de vida que no hallan en su propio país. Pero, al igual que el Crucificado, en su soledad, no se dan cuenta de que Dios no los ha abandonado. Es que hay quienes los están aislando del mismo apoyo que el Padre le daba a su Hijo quien en la Cruz hacía entrega de su espíritu en sus manos.

Las palabras del Papa Francisco el pasado 27 de marzo, nos dan una luz para superar esa interrogante que nos golpea a todos. Jesús, lejos de renegar y renunciar a la Cruz terminó abrazándose a ella, porque sabía que allí en la soledad a la que había quedado reducido por culpa de quienes le condenaron y por el pecado del mundo, estaba más que nunca el Padre Dios: lo escuchaba, le recibía su entrega, le sostenía en su entrega. El Papa Francisco nos lo hace sentir de esta manera: Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

Jesús no está del todo aislado y en soledad: A los pies de la Cruz, con el corazón traspasado por la espada del dolor, se encuentra María. La acompaña Juan, el discípulo amado. Más bien, entonces se preocupa por ella y le dice MUJER, HE AHÍ A TU HIJO. Jesús la recomienda al nuevo hijo, quien representa a la humanidad. Éste la recibió desde entonces. Lo mismo ha hecho a lo largo de los siglos toda la humanidad, la Iglesia entera. Jesús no quiere que ella sienta la soledad que Él vive… por eso, le da el apoyo y el sostén de Juan.

A la vez, Juan, quien representa a la humanidad y a la Iglesia, tampoco se queda solo y abandonado. Jesús sabe muy bien que María le cuidará a él, a la humanidad y a la Iglesia. Y, nos da el regalo de su maternidad: HIJO, HE AHÍ A TU MADRE. María se convierte en madre para todos. No con las características de la maternidad biológica. Su maternidad es espiritual y va mucho más allá de lo que podemos imaginarnos. Ella se convierte también en imagen de la Iglesia madre que engendrará los hijos de la vida nueva. Regalo inmenso y sorprendente.

La soledad de este momento debe ser vista con los ojos de la fe. Jesús es despreciado por los prepotentes y, aunque siente el abandono del Padre, no lo está. Es el mismo Padre quien le saciará su sed de amor al recibir su entrega. Y la soledad compartida con su madre y el discípulo amado hablan, desde la respuesta del Crucificado, del acompañamiento en caridad y en comunión. Desde aquí, podemos contemplar la misión de una Iglesia en salida. Ella, fiel a su misión de anunciar el Evangelio, está lista para ir al encuentro de tantos que gritan TENGO SED: y no para darle un vinagre amargo, sino el agua que salta hasta la vida eterna. La Iglesia debe seguir saliendo al encuentro de los que se sienten abandonados en el mundo y la Venezuela de hoy: para darles el consuelo de su cercanía. Así, entonces, podrá dar una respuesta a la interrogante de Cristo repetida por muchos hoy: DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? Y la Iglesia no se encuentra tampoco sumida en soledad: está apoyándose en el consuelo de la Madre, como hija: entonces, deberá hacer sentir la intercesión de María y hacerse eco de aquellas hermosas y esperanzadoras palabras del mártir del Gólgota: MUJER HE AHÍ A TU HIJO; HIJO HE AHÍ A TU MADRE.

2.-Aunque el pecado del mundo se abrió camino en la historia de la humanidad desde la desobediencia de los primeros padres, Dios no dejó a un lado al ser humano. Ya desde la creación, Él había diseñado un plan de salvación. En el fondo, la salvación era adquirir la plenitud de la experiencia del paraíso terrenal. La serenidad ye intimidad de la comunión entre Dios y su imagen y semejanza, el hombre y la mujer, se rompió por las insidias del maligno. Así comenzó la tragedia del pecado, con todas sus consecuencias.

Los profetas y los otros escritores sagrados del Antiguo Testamento fueron anunciando que habría una luz: la del Mesías salvador. Dios se fue manifestando en la historia de la humanidad con la intención de hacer ver que de verdad quería la plenitud de salvación para la humanidad. Un ejemplo importante de ello fue el éxodo, con la fuerza de su pascua liberadora. Pero el mejor de todos los ejemplos, insólito ciertamente, fue el de la encarnación de su Hijo. Dios se hizo hombre con un objetivo concreto: cumplir la voluntad de Dios, que no es otra sino la salvación del mundo.

Jesús a lo largo de su ministerio público fue anunciando que hue había llegado para comenzar a cambiar la situación creada por el pecado del hombre. Llegó y cambió la historia: ahora se comenzaba a definir como la plenitud de los tiempos. Anunciaba un nuevo reino, de justicia, paz y amor. Abría las puertas para hacer sentir la fuerza del amor misericordioso del Padre. Para ello no sólo predicó el perdón, sino que lo puso en práctica. Ese perdón era garantía de que sí se podía hacer la transformación interna. Para ello, Jesús hacía una invitación concreta: CONVIERTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO… YA QUE EL REINO DE DIOS ESTÁ PRESENTE.

En la Cruz, casi al final de lo que muchos consideraban su “carrera” frustrada de Maestro y guía religioso, Jesús retoma con la decisión del Buen Pastor, lo que había anunciado. Entonces, de manera también insólita, ante sus torturadores y acusadores no pide clemencia, sino que aboga por ellos. PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. Mientras hubiera podido reaccionar como cualquier otro humano, renegando, maldiciendo, insultando… sus palabras hablan de perdón; en el fondo de misericordia. Para eso había venido precisamente: para hacer realidad el perdón; para quitar el pecado del mundo.

Si no lo hubiera hecho, quizás no hubiera pasado nada. Total, en su intención estaba el perdonar salvando a la humanidad. Pero, fue fiel en todo momento a su compromiso como Hijo del Padre. Unas horas antes había sentido la angustia en Getsemaní. Ahora, al beber el cáliz que le ofrecía el Padre, lo hacía en sintonía con su contenido: PADRE PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.

Es probable que muchos no encontraran significado a esas palabras en aquel momento. Pero sí hubo, al menos uno: el ladrón que estaba crucificado a su derecha. Pareciera que en aquellos últimos momentos hubiera entendido la invitación de Jesús a convertirse y se atreve a dar el paso. SEÑOR ACUÉRDATE DE MÍ CUANDO ESTÉS EN TU REINO. La respuesta no podía ser otra: HOY ESTARÁS COMIGO EN EL PARAÍSO. Para eso había venido al mundo. Entonces Jesús demuestra que lo del perdón es en serio. No elimina las responsabilidades con las que hay que cambiar, pero sí hace presente la fuerza del perdón y del cambio que se deduce de él. HOY, no mañana. Jesús lo asocia a su entrega en pasión. Ya no hay ayer ni mañana: es el HOY de Dios, de su entrega y de la apertura del Paraíso.

No se trata de un mero consuelo. El buen ladrón no entrará solo, sino de las manos de Jesús. CONMIGO, le asegura el Crucificado. Termina así revelándose como el Dios de la vida que vino a buscar a todos para llevarlos al redil de la plenitud del encuentro con el Padre. Este redil tiene un nombre, el mismo del que fueron despedidos Adán y Eva: EL PARAÍSO.

Hoy el mundo está lleno de oscuridades, porque se ha olvidado del perdón y porque ha creado falsos paraísos. Hoy no faltan quienes se acercan a Jesús como aquel buen ladrón: sin temor, ni curiosidad, sino más bien con la actitud sencilla y abierta de quien se convierte. Y le vuelven a decir: ACUÉRDATE. La gente de buena voluntad y los miembros de la Iglesia deben hacer eco de esas palabras y, entonces, dar acogida para decir en nombre de Jesús. HOY ESTARÁS COMIGO EN EL PARAÍSO.

Con su evangelización y con el testimonio de los creyentes y discípulos de Jesús, la Iglesia se debe acercar a todos sin excepción: a quienes están cerca sin haber dejado al Señor; a quienes se han ido, como el hijo de la parábola del hijo pródigo; a quienes han renunciado o han traicionado al señor; a quienes no le conocen… y a todos ellos, debe abrirles las puertas de su corazón, para que sientan la fuerza del perdón que transforma y purifica, como lo hizo el Padre con su hijo que había retornado a la casa. Además para que experimenten que no hay trabas ni muros de separación, sino el mensaje claro de Jesús. HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO.

Francisco, desde la oración sentida en la plaza de San Pedro el pasado 27 de marzo, parece dibujarnos, desde la figura de la tempestad calmada, lo que cada uno de nosotros debe tener en mente para alcanzar el perdón y el paraíso: Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

3. Cuando contemplamos el Crucifijo y vemos a quien está allí clavado podemos sacar una conclusión: en Cristo, la MISION ESTÁ CUMPLIDA. Muchas veces nos fijamos en algunos íconos que nos iluminan en este sentido. El rostro del Nazareno de San Pablo, la imagen del Santo Cristo de La Grita, la misma del Crucifijo de la Iglesia de San Marcelo, ante el cual el Papa Francisco oró por la humanidad el pasado 27 de marzo… al admirar su significado, introduciéndonos en el dinamismo que el artista quiso plasmar en su talla, podemos decir que escuchamos su palabra. TODO ESTÁ CUMPLIDO.

Sí, TODO ESTÁ CUMPLIDO. Ya no hay aliento, ya no hay fuerzas, ya el corazón no palpita. Para colmar la escena, el soldado lo traspasa con la lanza y brota de él un poco de agua y de sangre. TODO ESTÁ CUMPLIDO. Ya no hay vuelta atrás. Se hace realidad el HOY DE DIOS, que consoló al ben ladrón dándole razón ahora de su esperanza. Y, al contemplar, entonces esta escena a partir de las obras de los artistas, no nos queda sino repetir lo que exclamó el centurión romano. VERDADERAMENTE ÉSTE ERA EL HIJO DE DIOS.

TODO ESTÁ CUMPLIDO. Al decirlo se acabó todo y se hizo realidad la ofrenda sacerdotal de la víctima por excelencia: EN TUS MANOS, PADRE, ENCOMIENDO MI ESPÍRITU. El Cordero pascual inmolado para la nueva alianza se pone en las manos del Padre. Y Éste lo recibe como ofrenda para restaurar el paraísmo, para dar inicio a un HOY eterno que se iluminará días después con la gloria de la resurrección. La misión se cumple cuando se concreta la entrega de la ofrenda. Ya no se necesitan machos cabríos ni corderitos; estamos ante un nuevo cordero, el de Dios, el Dios mismo desde su humanidad… que entrega su cuerpo para la salvación; que derrama su sangre para sellar la nueva alianza.

El HOY que Jesús le prometió al buen ladrón se hace realidad, pues TODO ESTÁ CUMPLIDO, ya que Jesús ha puesto su espíritu en las manos de Dios Padre. Cada uo, como miembro de la Iglesia, al participar de su misión evangelizadora, al celebrar los misterios de la fe, al poner en práctica la caridad operante siente el imperioso deber de salir al encuentro de los demás. Será la ínica manera de que los optros puedan conocer y experimentar las consecuencias de esas palabras de entrega y sello de una nueva creación.

Sin miedo, anunciando a tiempo y a destiempo la verdad que libera, la Iglesia, con cada uno de sus miembros, debe hablarle al corazón a quienes se han “enconchado” en la corrupción y en la mediocridad. También para ellos hay la posibilidad de la conversión y del ser bañados por la misericordia de Dios. Ellos deben recibir la invitación a convertirse para poder llegar a compartir la alegría del perdón y de la salvación. Están llamados a experimentar que lo que les hace hombres nuevos no es el dinero, ni la ideología, ni el poder autoritario y totalitarista, ni el creerse más que los demás… sino la humildad del buen ladrón que se arriesga a pedir un recuerdo para entrar en el reino; o la de María que calma su dolor con el amor del nuevo hijo, representante de la humanidad redimida y de la Iglesia.

La Iglesia debe hacerse eco del TODO ESTÁ CUMPLIDO para despertar a los corazones dormidos por la tibieza y la mediocridad. Sólo así, podrán reaccionar como lo hiciera el centurión romano con su profesión de fe en el Hijo de Dios. La Iglesia debe ayudar a entender que no hay soledad, ni hay silencio ensordecedor como lo pretenden experimentar los mediocres. Francisco pronunció unas hermosas palabras el pasado 27 de marzo. Hacía referencia, como bien lo sabemos, al episodio de la tempestad camada… pero resuenan llenas de esperanza para quienes se han “entrampado” en su mediocridad y prefieren esconder sus cabezas como lo hace el avestruz, en vez de arriesgarse a un camino de conversión: El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

Porque TODO ESTÁ CUMPLIDO y porque el Redentor ha encomendado su espíritu en las manos del Padre, hay razones y motivos suficientes para experimentar también lo que escuchó el buen ladrón. HOY ESTARÁS COMIGO EN EL PARAÍSO. Sencillamente, porque también siempre se puede escuchar PADRE PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. Quienes están sumergidos en la mediocridad, grave pecado de nuestro tiempo, han de cambiar y no encerrarse como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo: hay que vencer la soberbia y la prepotencia para poder experimentar las consecuencias del TODO ESTÁ CUMPLIDO.

La historia no se concluye con la bajada o descendimiento de la Cruz. La historia, más bien se abre a un futuro real donde el HOY DE DIOS se lanza a la eternidad. Habrá una garantía: ya el sepulcro no tiene la laja que lo cierra; el sepulcro está vacío, porque para terminar de cumplir su misión, Jesús resucita y nos precede a todos en las Galileas de nuestras existencias. Él va siempre adelante, para guiarnos, con la ayuda de la Iglesia, hacia los pastos fértiles de la salvación donde compartiremos el banquete del Reino.

4.-La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad. Palabras ciertas de Francisco (27 de marzo 2020), con las cuales podemos concluir la meditación de las siete palabras del Crucificado.

Hoy no podemos dejarnos vencer por la tempestad. El Señor está en nuestra propia barca y no va a permitir que nos hundamos. O, como le sucedió en otra ocasión a los discípulos, que, al verlo venir en la oscuridad, sintieron miedo. La respuesta de Jesús fue muy directa: NO TENGAN MIEDO, SOY YO. En estos tiempos de la pandemia, de esa crisis que pareciera eliminar lo poco que queda de nuestra nación… la confianza en Jesús es fuerza liberadora. Nos toca a nosotros confiar en Él, como lo hizo Pedro con sus condiscípulos al preguntar: “Señor ¿a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.

Estar con Jesús no significa resignarnos. Conlleva saber que Él está con nosotros; pero, a la vez, poner nuestro granito de arena. Tomar nuestra cruz y seguirlo. Hacer realidad el amor fraterno, lleno de solidaridad, comprensión, paciencia y reconciliación… sólo así nos podrán reconocer como sus discípulos. Para ello contamos con la fuerza del Espíritu Santo.

Al conjugar el esfuerzo con la gracia de Dios, podremos entonces decir NO SOY YO QUIEN VIVE, SINO QUE ES CRISTO QUIEN VIVE EN MI…porque SABEMOS EN QUIEN HEMOS PUESTO NUESTRA CONFIANZA.

La semana santa no termina con el viernes santo. Llegó a su culmen con la Pascua. Así celebraremos el triunfo del Cordero de Dios. Seremos reflejo de la luz del paraíso donde ingresó el buen ladrón, fruto del perdón y consecuencia fel TODO ESTÁ CUMPLIDO. Desde las palabras pronunciadas por el Crucificado, abrámonos de manera permanente a la PALABRA encarnada y de salvación, para transformarnos y ayudar a otros a dejarse tocar por esa fuente de cambio: el Señor Jesús, en cuyo nombre actuamos. AMÉN.

Catedral de San Cristóbal, 10 de abril de 2020

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