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martes, octubre 29, 2024

¿Qué podemos esperar del 10 de enero? (II)

Benigno Alarcón Deza

Entre la semana pasada y la publicación de este editorial habrá transcurrido un año desde la celebración de una elección primaria que sirvió para fortalecer a la oposición democrática renovando la legitimidad de su liderazgo, al permitir la participación de la gente en una decisión de tal trascendencia, que a su vez permitió saber quién es quién, entre quienes estaban dispuestos a acatar la decisión de sus bases, y quienes, por el contrario, pretendían autoproclamarse como líderes, sin contar con más apoyo que el gobierno les daría avalando sus candidaturas para tener una elección multipartidista, aunque no competitiva, como lo fue la elección presidencial celebrada el pasado 28 de julio.

En esta misma semana, tal día como hoy, habrán transcurrido tres meses de la elección presidencial en la que la oposición propinó al oficialismo su derrota más importante en 25 años. Resultado que fue posible gracias al consenso que se construyó como consecuencia de la Primaria celebrada nueve meses antes.

Estamos hoy en la mitad del camino entre la elección presidencial y el inicio del nuevo periodo, a partir del 10 de enero de 2025, día de la juramentación. Faltan dos meses y medio.

En la medida en que la fecha del 10 de enero se acerca, crecen las preocupaciones dentro y fuera de Venezuela, porque de no concretarse un cambio político como consecuencia de la elección del 28 de julio, sería muy difícil evitar que se consolide un régimen autoritario hegemónico, que se sumaría al de Cuba y a Nicaragua en la región, en el que una salida pacífica y electoral ya no sería posible, y con un mayor potencial expansivo para crear problemas en otros países como fue el caso de Ecuador y Bolívia con Chávez al frente.

Esta situación ha generado una enorme incertidumbre entre diferentes actores internos y externos sobre lo que realmente ocurrirá en torno al próximo 10 de enero. ¿La transición democrática será aún posible o ha quedado ya descartada de manera definitiva? ¿Logrará el gobierno normalizar sus relaciones con la comunidad internacional, incluidos los Estados Unidos, Europa y América Latina? ¿Será posible la gobernabilidad del país a partir del 10 de enero de 2025? ¿Se mantendrán las sanciones? ¿Cómo afectará el resultado de la elección presidencial en los Estados Unidos a Venezuela? ¿Qué tipo de elecciones tendremos a partir de 2025 en Venezuela? ¿Logrará el gobierno de Nicolas Maduro consolidar de manera definitiva un autoritarismo hegemónico?  Estas y otras preguntas serán las que intentaremos responder en profundidad el próximo 5 de diciembre en nuestro evento semestral Prospectiva Venezuela 2025.

Mientras algunos analistas hablan de una potencial transición democrática como un intento fallido, como una oportunidad perdida, en nuestras estimaciones las probabilidades de materializar una transición a la democracia son hoy similares a las que había antes de la elección presidencial.

Y decimos que similares porque cuando hicimos nuestras estimaciones postelectorales unos días antes de la elección, decíamos que los escenarios posibles eran dos: una transición negociada tras la derrota del gobierno o un fraude que nos llevaría a una escalada de conflcito, con algo más de peso para esta última alternativa, tal como ocurrió.

Estamos ubicados en el segundo escenario, en el que se materializó un fraude y ocurrió una escalada del conflicto, que se tradujó en protestas masivas en varias ciudades del país que, tras un proceso de represión intenso y focalizado, el gobierno logró contener, aunque el conflicto continúa sin resolverse, manteniéndose en una etapa de estancamiento en la que el incumbente se beneficia del statu quo, pero que resulta en un equilibrio tremendamente inestable que solo puede resolverse de manera definitiva por una negociación, para lo cual debe haber ánimo de cooperar desde ambos lados, o se producirá, inevitablemente, una nueva escalada más temprano que tarde. Esta situación nos devuelve a los escenarios iniciales, o sea, la imposición de un fraude por el uso continuo de la fuerza, cada vez que algún movimiento amenace el equilibrio del sistema, o la desescalada del conflicto por una negociación que hasta ahora el gobierno ha evitado, apostando a que el uso de la fuerza será siempre posible y suficiente.

La realidad es que estabilizar la situación hoy en día, tras el resultado de la elección del 28 de julio, se vuelve hoy mucho más complicado ya que, a diferencia de lo ocurrido en 2013, no existe mayor margen de duda sobre quién ganó la elección, lo que desencadena una serie de eventos que, lejos de disipar la presión postelectoral, la mentiene, y amenaza con aumentarla si Maduro es quien se juramenta el próximo 10 de enero.

En este sentido, hemos visto cómo facilitar la salida de González Urrutia del país, lejos de ayudar a pasar la página del 28 de julio, lo ha complicado todo no solo para el gobierno de Sánchez en España, sino en el ámbito de un Parlamento Europeo recien electo que pareciera estar dispuesto a más y que no permitirá normalización ni flexibilización.

Asimismo, en el ámbito de las Américas, vimos como la Asamblea de la Organización de Estados Americanos recibe primero al Centro Carter con las actas originales, y luego a los técnicos del Comando con Venezuela para despejar las dudas sobre la documentación de los resultados electorales, agregando nuevos obstáculos al reconocimiento de Maduro como presidente electo.

Por si fuera poco, el gobierno de Brasil, tradicionalmente amigo de la Revolución bolivariana, utiliza la semana pasada su poder de veto para abortar el consenso que permitiría la incorporación de Venezuela al grupo de los BRICS, arruinándole la fiesta a Maduro, pese a contar con el respaldo del anfitrión de la Cumbre, Vladimir Putin.

Y cerrando con los eventos de esta fase, la semana próxima Estados Unidos va a una elección altamente polarizada en la que, pese a las complicaciones de la agenda geopolítica en Europa y en el Próximo, Medio y Lejano Oriente, Venezuela sigue, y seguirá, estando presente, no solo por su peso potencial como productor de petróleo que puede caer en las manos de Rusia, China o Irán, sino por la posibilidad de que la infección autocrática siga revirtiendo las democracias en el continente y sumando nuevas autocracias como las de Cuba y Nicaragua, y ahora Venezuela, si el régimen logra consolidarse tras su derrota electoral.  

Tal como señalábamos desde antes de la Primaria de octubre de 2023, y como es hoy más evidente, hay factores importantes que se alinean en contra del statu quo, tanto dentro como fuera del país. En lo externo, aunque no puede decirse que el gobierno está aislado y solo, hoy está más solo de lo que estaba antes del 28 de julio. Las relaciones del país con la comunidad internacional, lejos de normalizarse, si Maduro se juramente el próximo 10 de enero, se complicarán mucho más porque una parte del mundo, y sobre todo de los estados que mantienen una relación más cercana con Venezuela, no lo reconocerán, por lo que la presión y las sanciones, en el mejor de los casos, continuarán.

En lo interno, las cosas también tienden a complicarse porque todos saben lo que pasó, incluidos quienes están con y contra el gobierno. El resultado electoral lejos de mostrar una polarización, lo que muestra es que el gobierno está parado frente a un país que votó en su contra y no lo reconce ni lo reconocerá. Un país que quiere cambio y ha marcado en su agenda, sin saber cómo sucederá ni su rol en el proceso, el 10 de enero como el día D.

Evidentemte, el gobierno liderado por Maduro está dispuesto a hacer lo que sea necesario para mantener su control sobre el Estado y para ello se preparará para lo que son escenarios completamente predecibles: protestas, sanciones, presión internacional, ruptura de relaciones, mayor aislamiento internacional, etc. Al mismo tiempo, intentará utilizar las próximas elecciones regionales y municipales para dividir a la oposición y enfocarlas en las recompensas propias de un esquema de clientelismo político-electoral, para pasar la página de la cuestionada elección del 28 de julio. El problema es que la carnada electoral solo puede funcionar si los electores deciden votar, lo que luce cuesta arriba entre una mayoría que le dio su voto a Edmundo y hoy ve burlada su decisión. 

Y aunque hay consenso sobre lo que se quiere para el 10 de enero, un cambio político materializado en la juramentación de un nuevo gobierno presidido por Edmundo González Urrutia, sobre lo que aún pareciera no haber consenso es sobre cómo se logrará. Por ello las miradas están puestas en quien ha liderado de manera exitosa la Primaria del 22 de octubre y la elección presidencial del 28 de julio, con la esperanza de que lo haga nuevamente. Las miradas están puestas sobre María Corina Machado quien, pese a todo lo ya logrado, le toca jugarse el todo o nada en esta nueva vuelta.

El conflicto está ahí, hoy más vivo que nunca, la pregunta es entonces como canalizarlo de manera exitosa. Es aquí en donde el liderazgo opositor, y en especial el de María Corina Machado, juega un rol fundamental en la coordinación de una dinámica que, como toda acción colectiva, estará llena de dificultades, sobre todo en el tablero interno.

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