El que entendió, entendió. Si todavía hay personas que siguen pensando que luego del 20 de enero, Norteamérica no inició una Nueva Era que va a impactar sobre el resto del mundo, la Era Trump, tiene doble trabajo.
A pesar de que a este país le han dado hasta con el tobo. Que a Estados Unidos lo han pretendido convertir en una democracia tropical, de esas que hasta persiguen a los expresidentes que le hacen fraude electoral. Donde una pandilla de líderes blandengues y disfrazados de izquierda inclusiva, se han limpiado los pies con el legado de hombres como Eisenhower y Ronald Reagan. Donde los grandes inversionistas norteamericanos se han llevado sus capitales a territorios semiesclavizados para competir con ventajas desleales en contra de su propio país. A pesar de todo eso y de mucho más, América va camino hacia la recuperación de sus espacios perdidos.
¡Le guste o no a quienes le guste! ¡Nos parezca, nos convenga o nos complique más nuestras vidas! ¡Como sea! El impase diplomático entre el Petro de Colombia y Donald Trump dice más de lo que mucha gente está dispuesta a aceptar.
La velocidad en la respuesta por parte de la Casa Blanca fue increíble. Petro, por su parte, se devanó los sesos entre estupideces y poemas mal escritos por vía X, sin ninguna posibilidad de éxito; mientras Donald Trump le estaba destrozando la balanza de pagos a Colombia en un abrir y cerrar de ojos de forma irreversible.
Como si en el Departamento de Estado estuvieran a la espera de una respuesta tipo los payasos bolivarianos de Venezuela, y más pronto que lo que espabila un loco, trituró más de treinta años de laboriosos Tratados de Libre Comercio entre este país y Colombia. ¡De una!
Así le pusieron la pelota en la cancha al idiota de Gustavo Petro. Los industriales, los exportadores y cientos de miles de familias dedicadas al negocio del café, la floricultura, la avicultura y los cárnicos para la exportación de Colombia se convirtieron en un instante en los peores enemigos de Petro. En la peor de sus peores pesadillas.
Porque para los colombianos está más que claro: rufián repatriado por asuntos criminales o por simples transgresiones a las normas migratorias de este país no valen, ni mucho menos, lo que puede significar el 50 o el 70 por ciento del producto Interno Bruto de Colombia en términos de exportaciones.
Un pataleta de exguerrillero trasnochado no vale nunca el esfuerzo, el trabajo depositado de todo un país que lleva décadas enteras construyendo un aparato productor-exportador de verdad-verdad.
Un imbécil, como alguien dijo, no representa a toda una nación. Petro es un accidente electoral, como lo fue Chávez en su momento. Nada más. Y todo lo que vimos que ocurrió el domingo en el transcurso del día, sucedió sin que explotara ni un solo triquitraqui. Sin violencia. A punta de “billetera”, de “bolsillo”, el músculo más sensible del ser humano.
El mensajes fue pasado fuerte y con claridad. Cada estado es libre, al final, de irrespetar los compromisos internacionales a los que les obliga la convivencia mundial. Perfecto.
Si así lo prefieren los estados forajidos y los gobiernuchos que mucho hablan y poco hacen por su gente, qué se le va a hacer. Pero eso sí: que cada quien esté dispuesto a coger su propio barranco. Y eso, eso parece que va con todo el mundo.
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