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¡Pero bueno! ¿Los chilenos no tienen padres, o tías, o abuelos, o amigos que fueron a dar con sus miserias a la Venezuela de Carlos Andrés Pérez, luego del golpe de Augusto Pinochet en 1973?
Porque Caracas, principalmente, estaba repleta de chilenos que llegaron al país con lo que tenían puesto; huyendo despavoridos de la ruina, o de la persecución política que desató esa dictadura. Sin papeles. Sin pasaportes, Sin visas. Sin depósitos, ni credenciales bancarias. Sin un peso, como decían ellos mismos.
Con el solo “acento”, Venezuela les abrió los brazos. Pérez montó un ducto, un tubo, por donde el mismísimo gobierno le salvó el pellejo a un gentío de ese país. Es que había chilenos en los medios, en las agencias de publicidad, en las universidades dando clases, en la banca, en el alto y en el medio gobierno; estaban metidos en todas partes. Y lo mejor de todo: todo lo sabían y de no saberlo, mentían.
Y ahora, una generación después, un joven venezolano, artista, preparado, culto, nada de Tren de Aragua ni que ocho-cuartos, George Harris, tiene que recogerse, salirse de escena, porque en el Festival de Viña del Mar lo sacan a punta de pitas la gentuza que tienen como público?
Esa estúpida escena, más que xenofóbica, resulta de acomplejados. De gente sin memoria. De un pobre y miserable pueblo que, en la hora más negra de Venezuela y de los venezolanos, le escupe a Venezuela y a su gente toda la rabia por no poseer ni el talento, ni las ganas de echar «palante» de nuestra gente. Que por culpa de la desgracia del siglo XXI, tuvo que dar en ese país.
Para esos insensatos que sacaron a George Harris del escenario del Festival de Viña del Mar, ser venezolano parece ser un delito hemisférico. O una enfermedad incurable. O un sucio que se lleva pegado en la ropa. ¿Es que esa gente, seguramente expresión de otras muchísimas que no son capaces de dar la cara, se volvió loca?
Esos necios no saben que el Sistema de Salud Público de Chile, por ejemplo, se ha convertido casi que de la noche a la mañana en un aparato de Primer Mundo gracias a la chorrera de médicos y especialistas «Hechos en Venezuela» que han llegado a ese país?
¿No? ¡Infelices!
A Venezuela unos rufianes la han convertido en un camposanto. Venezuela ha tenido que huir, como sea y adonde sea, para no morir de hambre, o de torturas, o de persecuciones, o de falta de los más elementales servicios de la vida moderna.
Los venezolanos no se fueron porque quisieron. O porque les gusta Chile, o Sídney, o Estados Unidos, o España: A mis compatriotas los sacaron a patadas de Venezuela. En mi patria natal, cambiaron a los médicos que hoy hacen de Chile un país cada vez más sano y vigoroso, por unos yerbateros dedicados a la macumba que pusieron los invasores que el régimen de Chávez se buscó en La Habana para robarse todo lo que consigan por la calle y, de paso, espiar la vida ajena.
¿Qué culpa puede tener el artista George Harris de que en su país un grupo de hampones y malvivientes tengan a Venezuela como la caja de un limpiabotas?
Pero el mundo da muchas vueltas. La vida es un sube y baja. Hace años Venezuela salvó a miles de chilenos; hoy, miles de chilenos nos lo agradecen escupiéndonos en la cara.
¡Qué horror!… ¡Qué desagradecidos!
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