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viernes, junio 27, 2025

Dayana Cristina Duzoglou: América necesita su propio WeChat: el futuro digital en una multiapp

"En la era digital, quien no construya puentes terminará levantando murallas con barrotes."

Un presidente polémico pero enfocado en la buena gerencia, como lo es Donald J. Trump, continúa tomando decisiones acertadas para su país, tanto en el plano económico como en el geoestratégico. Si retrocedemos al año 2024, recordaremos que el eslogan del ahora presidente electo siguió siendo "Make America Great Again" (Hacer grande a América otra vez), una frase cargada de poder simbólico, pero también de enormes desafíos para una administración que hereda un país fracturado por las erráticas decisiones de Joe Biden y Kamala Harris.

En este escenario complejo que debe enfrentar Trump, ahora acompañado por su vicepresidente estrella, J.D. Vance, surge una oportunidad estratégica que aún no ha sido plenamente explorada: concebir a América no solo como una nación, sino como un continente unido y libre del "wokismo", desde el Polo Norte hasta el Polo Sur. Esta no es una mera distinción semántica, sino una diferencia profundamente geopolítica. Cada vez más ciudadanos a lo largo del continente han comenzado a distanciarse con claridad de modelos ideológicos fracasados, como los que promueven el Grupo de Puebla y el Foro de São Paulo. Este giro colectivo abre el camino para una nueva arquitectura de integración hemisférica, basada en valores comunes de libertad, desarrollo y soberanía tecnológica.

En ese panorama de integración americana, una superapp —también llamada multiapp— podría convertirse en catalizadora clave de la economía regional, al tiempo que funcionaría como herramienta de unidad, prosperidad y actualización democrática para el siglo en curso. Pero, antes que todo, es fundamental precisar el concepto. Una superapp es un ecosistema digital que integra múltiples funcionalidades en un solo entorno: desde mensajería y pagos hasta trámites públicos, citas médicas, acceso a eventos culturales, condiciones del clima o el tráfico en tiempo real. En lugar de utilizar una decena de aplicaciones fragmentadas, el usuario accede a una plataforma única que no solo optimiza su tiempo, sino que también amplía el acceso, reduce fricciones y mejora la experiencia ciudadana.

Esta no es una idea teórica. China ya ha mostrado su eficacia con WeChat, una superapp utilizada por más de 1.300 millones de personas para prácticamente todo lo que implica la vida cotidiana: chatear, pagar impuestos, reservar pasajes, hacer videollamadas o pedir comida. El impacto de WeChat ha sido tan profundo que ha redefinido el concepto mismo de conexión digital y ciudadanía interactiva.

Sin embargo, WeChat también representa un modelo en el que la eficiencia convive con la vigilancia sistemática. En un mundo donde ya resulta casi imposible escapar al rastreo constante —a través de teléfonos, laptops, relojes inteligentes o asistentes virtuales—, esta superapp funciona bajo el signo del control estatal. El desafío para América es radicalmente distinto: construir una superapp al servicio de la libertad, no del poder. Una herramienta que empodere al ciudadano en lugar de vigilarlo. Una plataforma que unifique sin uniformar, que conecte sin controlar, y que promueva una nueva era digital con raíces democráticas y mirada continental.

Fragmentación digital: un lastre para el progreso

América Latina es un archipiélago digital. En una misma ciudad, una persona necesita varias apps para manejar su vida cotidiana: una para el banco, otra para el transporte, otra para delivery, otra para trámites del gobierno (si es que existen), otra para videollamadas. Esta dispersión crea fricción, encarece procesos, genera abandono de plataformas y, lo más grave, deja atrás a los más vulnerables.

En Estados Unidos la situación no es mejor. Aunque domina la infraestructura tecnológica, sus plataformas están aisladas: Apple, Google, Meta o Amazon construyen muros, no puentes. La competencia por capturar al usuario impide la integración. No hay una experiencia digital unificada ni pensada para los desafíos continentales.

Una superapp bien diseñada podría reducir estos costos invisibles, integrar funciones esenciales, y brindar una experiencia intuitiva que conecte necesidades reales con soluciones eficientes.
Una herramienta para incluir y empoderar

Casi la mitad de la población adulta de América Latina sigue fuera del sistema bancario. Sin cuenta, sin crédito, sin historial financiero, millones de personas quedan atrapadas en la informalidad. Aquí es donde una superapp podría marcar la diferencia: billeteras digitales, pagos móviles, transferencias P2P, microcréditos. Todo desde un solo lugar, sin depender de infraestructura bancaria tradicional.

Ejemplos como el sistema brasileño PIX, que ha bancarizado millones en tiempo récord, muestran que la inclusión es posible con voluntad política y tecnología adecuada. Lo mismo aplica al acceso a servicios del Estado: trámites, solicitudes, atención médica remota, registro de emprendimientos, denuncias ciudadanas, todo desde el teléfono.

Una superapp también podría funcionar con baja conectividad, integrar funciones offline, trabajar con SMS o USSD, y ofrecer versiones multilingües, especialmente en comunidades indígenas o zonas rurales. No hay transformación digital sin inclusión radical.

Venezuela libre como nodo digital del continente

Una Venezuela en libertad —reconstruida desde sus talentos exiliados, desde su resiliencia interior— podría convertirse en un nodo clave de esta arquitectura digital americana. No solo por su posición geográfica o por su potencial energético, sino por su capital humano: programadores, comunicadores, educadores, emprendedores que hoy están dispersos por el mundo, esperando una oportunidad para regresar con dignidad.

Una superapp continental permitiría a Venezuela volver a integrarse, no desde la dependencia, sino desde el aporte. Desde Caracas hasta San Cristóbal, desde Guayana hasta Maracaibo, el país podría digitalizar servicios, formalizar su economía, y facilitar el reencuentro con su diáspora.
Trump y la oportunidad de un legado hemisférico

Trump, empresario al fin, podría entender la lógica detrás de una superapp si la observa no como una herramienta de control, sino de eficiencia y poder blando. Si lograra proyectar su liderazgo más allá de las fronteras estadounidenses y asumiera que América —como continente— necesita una arquitectura común para prosperar, esta podría ser una pieza clave de su legado.

Una superapp continental bien diseñada —desarrollada en colaboración entre países afines, con principios de interoperabilidad, descentralización y respeto a la privacidad— sería un símbolo de integración voluntaria, de soberanía digital compartida, y de poder político con rostro humano.

Frente al avance de China y su modelo autoritario, y frente a la fragmentación que debilita a las democracias de la región, esta sería una respuesta audaz y necesaria.
Riesgos, sí. Pero gobernables.

Claro que hay riesgos. El primero es la centralización excesiva. Una superapp mal diseñada podría convertirse en un monopolio digital con capacidad para manipular información, decisiones y preferencias. El segundo, la vigilancia encubierta, si los datos personales no están protegidos ni son gestionados con transparencia. El tercero, la dependencia tecnológica: si se desarrolla con software cerrado o servidores externos, la soberanía digital queda comprometida.

Pero estos riesgos no son excusa para la parálisis. Son advertencias para diseñar bien desde el inicio. Una superapp ética debe ser modular, auditable, con datos controlados por el usuario y respaldada por un marco legal claro, democrático y actualizado. No se trata de rechazar el fuego por miedo a quemarse, sino de aprender a usarlo sin destruirse.
Alianzas para construir lo posible

La construcción de una superapp continental no debe recaer en un solo país ni en una sola empresa. Se necesita una alianza pública-privada-académica-regional. Gobiernos que garanticen marcos legales y acceso a datos; empresas que aporten tecnología e innovación; universidades que formen talento y evalúen impacto; ciudadanos que vigilen, participen y evalúen.

Ya existen actores que podrían ser parte: desde Mercado Libre, Nubank o Rappi, hasta universidades como la Simón Bolívar, el ITAM o la Universidad de São Paulo. También organismos multilaterales como el BID, CAF o la OEA podrían actuar como articuladores y garantes.

Pero más allá de los nombres, lo importante es el espíritu. Esta superapp no debe nacer para perpetuar élites, sino para servir a las mayorías. No debe imponer, sino invitar. No debe vigilar, sino facilitar.
América digital, América libre

Una superapp no resolverá todos los problemas del continente. Pero sí puede resolver muchos de los más urgentes: la informalidad, la falta de bancarización, la desconexión rural, la ineficiencia estatal, la exclusión digital, la fragmentación regional.

En lugar de seguir importando modelos ajenos —con sus lógicas de vigilancia, adicción y extractivismo de datos— América tiene una oportunidad única: crear un modelo propio, libre, interoperable, ético, inclusivo. Una herramienta para fortalecer la democracia, para acelerar la integración, para reconstruir la confianza entre ciudadanos y Estado.

El instante para pensar macro siempre es ahora. No solo para que Trump conciba "América" mucho más grande de lo que la ve ahora, sino para que todos entendamos que nuestro futuro se juega en la forma en que usamos —o dejamos usar— la tecnología. No hay destino común sin arquitectura compartida.

Dayana Cristina Duzoglou

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