Por Robert Alvarado
"Cuando Jesús estaba a punto de entrar a Jerusalén y vio la ciudad, lloró por ella y dijo: «Si solo supieras hoy lo que te trae paz, pero no puedes saberlo porque está oculto para ti. Llegará la hora en que tus enemigos harán un muro, te rodearán y te atacarán por todos lados. Ellos arrasarán contigo y con tu gente". Jesús de Nazareth
Efectivamente, cuando Jesús se acercaba a Jerusalén y contempló la ciudad, no lo hizo con indiferencia ni con arrogancia, sino con lágrimas en los ojos. Su corazón se quebró al ver aquella nación que había sido elegida por Dios desde antiguo, pero que ahora parecía ignorar el camino de la paz. Las palabras que pronunció aquel día fueron proféticas y cargadas de una profunda tristeza: "Si conocieras también en este tu día lo que es para tu paz; más ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti que tus enemigos te rodearán con baluarte, y te sitiarán, y te apretarán por todas partes" (Lucas 19:42-43). Esta lamentación no solo fue un eco de dolor, sino también una advertencia sobre las consecuencias espirituales y materiales de rechazar el propósito redentor de Dios.
En este contexto histórico y espiritual, es importante entender que el pueblo de Israel no es solamente una nación entre las demás, sino que ocupa un lugar central en el plan divino de salvación. Desde la llamada de Abraham en Génesis 12, cuando Dios le prometió: "Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra" (Génesis 12:2-3), quedó establecido un pacto eterno que trasciende las épocas y continúa vigente al día de hoy. Porque esta promesa no solo se refiere a Abraham personalmente, sino a toda su descendencia y especialmente a Israel como nación escogida. No es casual que el Nuevo Testamento reafirme esta elección divina. En Romanos 11, el gran Pablo advierte a los gentiles que han sido injertados en el olivo natural de Israel y les recordó que no debían jactarse contra las ramas naturales. O sea, no debían ir contra el Pueblo de Israel. Dicho de otro modo, la fe cristiana no puede desconocer sus raíces hebreas, ni marginar la importancia teológica del pueblo judío en el cumplimiento de los propósitos de Dios.
Hoy, en un momento geopolítico tan complejo como el actual, donde el conflicto ente Irán e Israel parece intensificarse con cada nuevo ataque y represalia, urge más que nunca que los creyentes en Jesucristo respondan al mandato divino de bendecir a Israel. Esto no significa ignorar la existencia de conflictos humanos, ni justifica acciones injustas por parte de cualquier bando, sino reconocer el valor espiritual y profético que tiene orar por la paz de Jerusalén, tal como nos invita el Salmo 122: "Pedid por la paz de Jerusalén: Sean seguros los que os aman".
Es claro, la situación en Medio Oriente es fruto de décadas de tensiones históricas, ideológicas y religiosas. La creación del Estado de Israel en 1948 marcó un hito significativo en la historia moderna, tanto desde la perspectiva política como la bíblica. Muchos teólogos y estudiosos de las Escrituras ven en este acontecimiento un cumplimiento parcial de las profecías bíblicas que hablan del regreso del pueblo judío a la tierra prometida. De hecho, Ezequiel 37, con su visión de los huesos secos que cobran vida, es una poderosa imagen del resurgimiento nacional de Israel en nuestros días. Sin embargo, este resurgimiento ha sido recibido con hostilidad por algunos sectores del mundo islámico, particularmente por Irán, cuyo régimen chiita ha declarado abiertamente su intención de eliminar al Estado de Israel del Mapa. Esta actitud no solo viola principios internacionales de convivencia y respeto mutuo, sino que también desafía directamente la palabra de Dios, quien advirtió que "los que te maldijeren maldeciré".
Un ejemplo histórico, Hugo Chávez, quien me manifestó abiertamente antisraelí, llegando incluso a decir que deseaba "borrar a Israel del mapa". Aunque esto pueda parecer anecdótico para algunos, quienes conocen las Escrituras y el carácter inmutable de Dios, saben que el Él no se queda sin respuesta ante tales declaraciones. Poco tiempo después de hacer estas afirmaciones, Chávez comenzó a enfrentar problemas de salud que culminaron con su prematura muerte. Aunque no podemos atribuir con certeza absoluta dichas circunstancias a una acción directa de Dios, si podemos afirmar con firmeza que desafiar al pueblo elegido de Dios siempre traerá consecuencias. En medio de este panorama, también es importante recordar que el conflicto entre Irán e Israel nos meramente humano, sino que tiene demisiones espirítales profundas. Santanas ha utilizado imperios antiguos como Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma, y en nuestros días, usa ideologías extremistas, dictaduras totalitarias y movimientos antisemitas para sembrar división y destrucción.
Pero hay que tener claro, Dios no se ha rendido con su pueblo. Al contrario, ha levantado naciones y líderes que han visto la importancia de bendecir a Israel. Estados Unidos, por ejemplo, ha sido un aliado clave en la protección de Israel durante décadas, proporcionando ayuda miliar, económica y diplomática. Esto no es casualidad, sino parte del cumplimiento de la promesa divina: "Bendeciré a os que te bendijeren". Y como creyentes, nuestro deber es claro: bendecir a Israel, orar por su paz y mantenernos firmes en la fe. No debemos temer las amenazas de Irán ni de ninguna otra nación, porque sabemos que "si Dios es por nosotros, ¿quién será contra nosotros?" (Romanos 8:31). Nuestra confianza no está en ejércitos ni en armamentos, sino en el Señor Todopoderoso, quien prometió jamás dejar ni abandonar a su pueblo.
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