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jueves, octubre 09, 2025

Jonatan Alzuru: Cuando el verdugo llama a defender la patria

En los dos últimos meses, algunos académicos, los comunicadores que firmaron el documento “Diálogo entre periodistas por la paz” y varios dirigentes de oposición han caído en la trampa del discurso oficial, repitiendo la consigna de “defender la patria” frente a la supuesta amenaza de una invasión extranjera.

Este artículo se propone desmontar ese llamado, no para justificar la guerra, sino para abrir un camino de reflexión política y civil sobre cómo enfrentar el conflicto. Se trata de pensar la patria más allá de los eslóganes, de interrogar la obediencia y la sumisión que el poder pretende transformar en heroísmo, y de buscar estrategias que restituyan al pueblo la capacidad de decidir sobre su propio destino.

Quienes, desde la oposición, han sostenido que la patria está por encima de las diferencias políticas con el régimen —por buena fe o por cálculo— terminan, sin advertirlo, validando el relato del opresor que busca purificarse en nombre del territorio. Pero el poder no necesita enemigos externos cuando ha convertido al pueblo en su propio campo de batalla. Más que discutir la posibilidad de una guerra, conviene examinar la lógica que la hace posible: la de un Estado que invoca la patria para ocultar su violencia interna. Comprender esta estrategia no es un ejercicio abstracto: es el primer paso para desenmascarar al verdugo y para recuperar la patria de quienes realmente la sostienen con su vida cotidiana, su trabajo, su resistencia silenciosa.

En 1982, mientras la dictadura militar argentina intentaba recomponer su poder a través de la guerra de las Malvinas, León Rozitchner escribía desde Caracas uno de los ensayos más lúcidos de la filosofía política latinoamericana: “Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia. El punto ciego de la crítica política”. En ese texto, el pensador argentino desmontó con implacable rigor el modo en que un régimen criminal puede transformar su derrota moral en un llamado patriótico. La dictadura que había secuestrado, torturado y desaparecido a miles de sus compatriotas apelaba ahora al amor nacional para purificar su propia violencia y recubrir de heroísmo lo que era únicamente crimen.

Rozitchner advirtió que esa “guerra limpia” —presentada como justa, heroica, redentora— no era sino la continuación de la “guerra sucia” por otros medios. El mismo poder que había aniquilado a su pueblo lo convocaba ahora a morir en su nombre. En ese desplazamiento simbólico residía el verdadero crimen: convertir la patria en instrumento de legitimación, reemplazar la memoria del terror por la épica de la defensa nacional. Lo que estaba en juego, más que un conflicto territorial, era una operación de limpieza moral: una tentativa de borrar la responsabilidad de los verdugos y de transformar la obediencia forzada en gloria colectiva.

El texto de Rozitchner surgió, además, como respuesta a un manifiesto de intelectuales de izquierda que, desde el exilio, apoyaban la “recuperación de la soberanía” sobre las islas. Su intervención fue, por tanto, doblemente incómoda: desmontó la retórica patriótica del régimen y cuestionó la ceguera de una parte de la izquierda que confundía liberación nacional con obediencia al poder. Su lección fue radical: ningún proyecto emancipador puede fundarse sobre la continuidad de la violencia estatal; ningún enemigo externo puede absolver a un Estado que ha declarado la guerra a su propio pueblo.

Hoy, más de cuarenta años después, esa advertencia resuena con fuerza en Venezuela. Frente a los rumores de una posible invasión extranjera y el llamado del régimen a “defender la patria”, el eco rozitchneriano nos obliga a preguntar: ¿qué patria es esa que exige sacrificio mientras condena al hambre, al exilio, a la tortura y al silencio a millones de sus hijos? ¿A quién se le pide morir, y por quién? La pregunta no es retórica: es una demanda ética, una interpelación que define si la patria es un instrumento del poder o un espacio de dignidad colectiva.

La apelación al patriotismo en boca de un poder autoritario repite, con otras máscaras, la misma estrategia: purificar simbólicamente la violencia interna mediante la invocación del enemigo exterior. Es la “guerra limpia” disfrazada de soberanía. Bajo esa lógica, el pueblo —agotado, fragmentado, herido— vuelve a ser carne de legitimación. El llamado a las armas pretende ocultar la verdadera invasión: la ocupación prolongada del país por una estructura de poder que ha sustituido la ley por la lealtad, la justicia por la propaganda y la esperanza por la obediencia.

Pero la patria no se defiende obedeciendo al verdugo. La verdadera defensa de Venezuela no pasa por las milicias, sino por el restablecimiento de la soberanía ciudadana, por la restitución del derecho al voto y por la reconstrucción del lazo civil que el poder ha destruido. Defender la patria es recuperar la capacidad de pensar, decidir y actuar juntos, resistiendo la violencia simbólica y material que el régimen ha impuesto durante años.

Si el régimen de Nicolás Maduro quiere la paz, debe comenzar por el único gesto capaz de devolverle sentido a la palabra patria: renunciar al poder y respetar el resultado de las elecciones del 28 de julio de 2024. Ese acto —no una guerra— sería la primera victoria verdadera de Venezuela en décadas. Solo ese gesto podría reconstruir la legitimidad perdida, restaurar la confianza y permitir que la palabra patria vuelva a asociarse con vida, justicia y dignidad, en lugar de con miedo, obediencia y opresión.

Y a la oposición, dispersa, confundida y a veces ensimismada, le corresponde comprender la magnitud de este momento histórico. No se trata de una consigna más ni de una pugna por la representación: se trata de encarnar el clamor de un país que exige verdad, justicia y libertad. Solo en esa unidad civil —no en la obediencia militar— podrá renacer la patria que el poder intentó secuestrar bajo su nombre. La unidad está con el presidente electo por el pueblo, y solo unidos podremos presionar la salida pacífica de Maduro, avanzando con creatividad y con un mismo norte, guiados por la justicia y la libertad que convocan a todos los venezolanos.

Hoy, como en los tiempos de Rozitchner, el dilema vuelve a ser el mismo: o la patria se convierte en pretexto para perpetuar la dominación, o se transforma en el espacio donde el pueblo recupere su dignidad y su poder de decisión. Venezuela debe elegir entre el miedo y la vida. Y elegir la vida implica decir, con firmeza y sin odio: basta de guerra, basta de mentiras, basta de usurpación, basta de silencios cómplices.

Que el pueblo venezolano y la comunidad internacional comprendan que la paz verdadera no se decreta desde el poder: se conquista en la verdad, en el voto libre, en la unión de todos los que aún creen en la dignidad humana y en la justicia como horizonte colectivo.

¡Maduro, renuncia! Por la paz, renuncia ya. Por Venezuela, por la patria ¡Renuncia ya!

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FUENTE: >>https://www.costadelsolfm.org/2025/10/09/jonatan-alzuru-cuando-el-verdugo-llama-a-defender-la-patria/

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