Desde joven, he sido opositor, no por capricho, sino por convicción.
He visto gobiernos pasar, promesas vacías desvanecerse y líderes de todos los colores defender sus propios intereses mientras el pueblo, mi pueblo, queda a la deriva.
Hoy, desde mi lugar de trabajo, me duele más que nunca ser testigo de la parálisis, del miedo que atenaza a mis compañeros, que bajan la cabeza ante jefes que castigan la disidencia, que temen al que piensa diferente.
Me duele la dependencia, la incapacidad de alzar la voz sin temor a represalias. Estoy cansado.
Cansado de las noticias que manipulan, de los susurros del Caribe que traen ecos de arrogancia y poder.
Cansado de Trump y su soberbia, de Rubio y su retórica, de Maduro, Diosdado, Padrino y su maquinaria.
Cansado de ver cómo los derechos humanos se convierten en moneda de cambio, en un juego donde nadie trabaja por el otro, donde el "pueblo" es solo una palabra que se usa para justificar ambiciones.
No comulgo con el socialismo, pero tampoco me arrodillo ante ideologías rígidas.
Creo en el pragmatismo humano, en esa chispa de sentido común y bondad que debería guiarnos.
Soy católico, y mi fe me ancla en la esperanza, en la doctrina cristiana que me recuerda que la justicia y el amor al prójimo no son negociables.
Pero miro a mi alrededor y veo instituciones —públicas, nacionales, regionales, universidades supuestamente autónomas— donde el conformismo y el miedo han ganado terreno.
Desde mi posición, he asumido mi cauce natural: ser opositor. No contra personas, sino contra la forma en que se hacen las cosas.
Contra la corrupción del espíritu, contra la indiferencia, contra la resignación.
Hoy, más que nunca, me declaro en resistencia.
Resisto porque creo que otro mundo es posible, uno donde la verdad no sea un delito, donde la diferencia no sea un castigo, donde el bien común no sea solo un discurso.
No sé si estas palabras cambiarán algo, pero las escribo para soltar este peso, para recordarme que no estoy solo, que mi fe y mi lucha tienen sentido.
Que, a pesar de la incertidumbre, hay un camino que vale la pena recorrer: el de la honestidad, el de la humanidad, el de la esperanza.
Que estás líneas sean un eco, un llamado a no bajar los brazos, a seguir siendo la resistencia que el mundo necesita. Porque mientras haya uno de nosotros de pie, la esperanza no muere.
Pablo Aure
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FUENTE: >>Pablo Aure
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