Grandes pensadores como Hannah Arendt, Alexis de Tocqueville y Ludwig von Mises nos advirtieron sobre esta peligrosa paradoja. Argumentaron que los ideales más nobles, cuando se convierten en los únicos motores de la acción política, pueden desatar lógicas que terminan en servidumbre y autoritarismo.
Este artículo explora cuatro de estas ideas contraintuitivas. Son ideas que nos obligan a detenernos y repensar los fundamentos de lo que consideramos una buena política.
Por qué la compasión puede ser el veneno de la política
Hannah Arendt nos enfrenta a una paradoja perturbadora: ¿cómo es posible que una virtud tan noble
como la compasión pueda ser letal para la política auténtica? Arendt analizó este patrón destructivo en la Revolución Francesa.Ella distingue claramente entre la "compasión privada" y la "compasión política". La primera es una respuesta personal, íntima y directa al sufrimiento de alguien que conocemos. Es una virtud. La segunda, en cambio, es una respuesta emocional al sufrimiento masivo y abstracto de un grupo como "el pueblo".
El mecanismo destructivo se activa cuando esta compasión política invade la esfera pública. La política queda subordinada a la "necesidad social", que opera bajo un principio de "urgencia". El sufrimiento debe resolverse ya. Esta urgencia es completamente incompatible con la política, que por naturaleza requiere tiempo para la deliberación, el debate y la construcción de consensos.
Arendt identifica tres formas específicas en que la compasión destruye la política. Primero, elimina la pluralidad, porque reduce todo debate a una única posición moralmente legítima: estar del lado del que sufre. Segundo, destruye el espacio de aparición, convirtiendo la plaza pública en un "teatro del sufrimiento" donde los ciudadanos únicos se vuelven portavoces intercambiables de la necesidad. Tercero, convierte la acción en comportamiento, reemplazando la creatividad política impredecible con la lógica predecible y repetitiva de resolver un problema.
La compasión no es una virtud política, sino una virtud antipolítica. No es que la compasión sea mala, es que pertenece a la esfera privada, no pública.
La Revolución Americana no buscaba justicia social, sino libertad política
El contraste que Arendt traza entre las revoluciones americana y francesa es el ejemplo práctico perfecto de la idea anterior. La diferencia entre su éxito y su fracaso no fue circunstancial, sino estructural.
La Revolución Americana se motivó por el "amor por la libertad política". La pregunta de sus fundadores no fue cómo eliminar la pobreza, sino "¿cómo creamos un espacio donde los ciudadanos puedan actuar políticamente?". El resultado fue un sistema político duradero, con instituciones diseñadas para la acción ciudadana y la deliberación.
En cambio, la Revolución Francesa se motivó por la "compasión por los oprimidos". La pregunta de sus líderes fue "¿cómo resolvemos el sufrimiento del pueblo?". Al subordinar la política a esta urgencia social, reemplazaron la deliberación con el terror, concentraron el poder y el resultado fue la dictadura y, finalmente, una autocracia imperial.
La lección de Arendt es crucial: la libertad política no es la "liberación de la opresión" (un objetivo social), sino la capacidad positiva de crear un espacio público para la acción. El fracaso francés no fue de intención, sino de concepto: confundieron la esfera de la necesidad social con el espacio de la libertad política, y al hacerlo, transformaron a los ciudadanos de actores políticos a meros espectadores del sufrimiento.
El amor ciego a la igualdad conduce a la servidumbre
Si Arendt nos mostró el mecanismo por el cual se destruye la política, Alexis de Tocqueville identificó la pasión psicológica que a menudo alimenta ese mecanismo. Con una visión que resultó ser profética, advirtió sobre el peligro de una sociedad donde la obsesión por la igualdad supera el amor por la libertad, una tendencia peligrosa que observó en las democracias que terminaría por destruir las libertades que les dieron origen.
...lleva a los hombres a preferir la servidumbre igualitaria a la libertad desigual.
La lógica detrás de esta advertencia es implacable. Una igualdad forzada, es decir, una igualdad de resultados, solo puede imponerse mediante un poder centralizado y masivo. Ese poder, creado para nivelar a la sociedad, inevitablemente termina abusando de aquellos a quienes pretendía proteger, destruyendo la libertad individual en el proceso.
La desigualdad no es un error del sistema, sino la huella visible de la libertad
Esta advertencia de Tocqueville nos lleva a una pregunta más profunda: si la igualdad forzada es tan peligrosa, ¿por qué la libertad produce desigualdad? Pensadores como Ludwig von Mises nos ofrecen el fundamento filosófico y económico para entenderlo. En una sociedad libre, la desigualdad no es un fallo a corregir, sino una consecuencia natural.
Mises fue directo: "El hombre nace desigual en cuerpo en alma y en espíritu".
Esta diversidad humana es la raíz de todo. Las personas tenemos diferentes talentos, tomamos distintas decisiones, nos esforzamos de manera diferente y tenemos preferencias únicas. En un entorno de libertad, esta diversidad natural inevitablemente genera diferencias de resultado.
Desde esta perspectiva, la desigualdad no es un problema, sino una "consecuencia natural y saludable". Refleja la diversidad que nos hace humanos y, de hecho, hace posible la cooperación. El panadero y el zapatero se necesitan precisamente porque son diferentes y tienen habilidades distintas. Su cooperación surge de su desigualdad. Intentar que sean iguales en habilidad o resultado no es crear justicia, es destruir la base misma de la cooperación y el progreso social.
De hecho, la mentalidad igualitarista a menudo no busca elevar a los de abajo, sino rebajar a los de arriba, confundiendo la justicia con la envidia. Por tanto, la desigualdad es la expresión visible de la libertad.
¿Constructores de Libertad o Administradores de Necesidades?
Estas cuatro ideas revelan una tensión central en la política moderna. Ideales nobles como la compasión y la igualdad, cuando se convierten en los únicos motores de la política, activan lógicas que, paradójicamente, pueden destruir el espacio público necesario para la libertad.
La política se transforma de un escenario para la acción ciudadana en una mera administración de necesidades sociales, donde los ciudadanos dejan de ser actores para convertirse en beneficiarios pasivos.
Esto no ofrece una respuesta fácil, sino que nos deja con una pregunta fundamental para evaluar el mundo que nos rodea. Cuando escuches a un líder político, pregúntate: ¿está apelando a tu compasión para convertirte en un espectador, o te está invitando a la acción para convertirte en un ciudadano?
Continuara...
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