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sábado, junio 29, 2024

Valencia, más que una memoria.

Simón García.

Releo el libro Orígenes de Valencia del hermano Nectario María. Impresiona su categórica y reiterada refutación de la versión de José Oviedo y Baños publicada en 1723: “podemos asegurar que estos datos son falsos”. Afirma que no son verdad ni el año, ni el día ni el nombre del fundador señalados por Oviedo.

Con una trama de novela de misterio solo se sabe que se fundó. Pero no hay forma de probarlo porque se extravió la partida de nacimiento. Ella  reposó en el Archivo General de Indias hasta 1528, cuando se trasladó al Archivo del Consejo de Estado de Madrid y entregado a José Antonio Hidalgo, curador del Duque de Alba de Tormes, Carlos Miguel Fitz.

El misterio aumenta cuando se informa que probablemente ese documento se quemó en un incendio en el palacio cardenalicio de Alcalá de Henares en 1939. Pero en el Índice General de los Registros del Consejo de Indias, hecho en 1608 por León Pinelo hay una referencia a que el Licenciado Alonso Arias de Villasinda pobló en 1553 a Valencia. Ahora, ¿poblar era entonces sinónimo de fundar?
Mayor certeza existe  sobre las causas que movieron a vecinos de Borburata, donde en 1550 habitaban 48 familias, a buscarse otro lugar donde vivir, lo que en esa época no fue una mudanza, sino abandonar un pueblo existente para crear uno que no existía. Así que  los primeros  pobladores  de Valencia fueron los  despobladores de Borburata.

El cambio de lugar, según el cronista de Indias Juan López de Velasco, ocurrió durante 1553.

Este primer asentamiento de españoles estuvo conformado por las hijas, yernos y algunos amigos del Capitán Vicente Díaz Pereira, cuyo nuevo hato llegó a ser un gran exportador de cueros para Europa. Su sobrino, Alonso Díaz Moreno resolvió hacer el mismo traslado, pero se asentó en unos terrenos más cercanos al Lago de los Tacariguas, dónde su hato aumentó la relevancia ganadera de Valencia.
 Así que durante algunos momentos la polémica sobre el fundador parecía que no pasaba de dos Díaz.
Los motivos del desplazamiento poblacional fueron principalmente económicos: la necesidad de protegerse de los chantajes y las amenazas de destrucción, a veces cumplidas, de los corsarios ingleses y franceses, si no se les pagaba para  dejar de hacer sus tropelías. Y otro, disponer de un territorio más extenso y propicio para criar   rebaños que se reproducían y poder sembrar en tierras de mejor calidad.

Pero cualquiera sea la explicación que sobre la fundación y el fundador, lo trascendente es que entre 1552 y 1555 se delimitó la primera cuadrícula y se  definieron los  espacios para la iglesia, la sede del poder civil y la plaza mayor, edificaciones a las que se asistía para hacer vida social y realizar aquellas actividades necesarias para los negocios o fijadas por las autoridades.

Esa cuadrícula en un mapa, fue el punto de origen del sentimiento de valencianidad como identificación con un lugar geográfico, entre un puñado de pobladores, con una misma tradición y unos propósitos  compartidos sobre el futuro deseable.

En ese momento al tronco común proporcionado por el idioma y la religión  se añadió una diferencia: poder sentir y decir que se pertenecía a un mismo sitio, con una vivencia de arraigo tan fuerte que podía ser mayor que el que albergaban hacia los  pueblos europeos donde habían nacido, pero que no habían construido.
Ese sentimiento de orgullo y amor por lo que nace como obra propia, es la emoción fundamental a la que siempre vuelve, modificada por los cambios sociales y culturales de distintas épocas, lo que hoy podemos seguir llamando valencianidad, a pesar de las tendencias proclives a subestimar lo que no es global.

La valencianidad es una construcción histórica, cultural, social y política. Un conjunto de referentes reales, de representaciones y sensibilidades  subjetivas que proporcionan una identidad que es  diferente a la de otros lugareños.

En la construcción socio-cultural de esa identidad, influyen procesos históricos. Uno de ellos es la existencia de una élite de blancos criollos subordinada a la élite de blancos peninsulares. En 1802, Humboldt capta muy bien ese choque cultural: “El más miserable europeo, sin educación y sin cultivo de su entendimiento, se cree superior a los blancos nacidos en el Nuevo Continente (…) Los criollos prefieren que se les llame americanos; y desde la Paz de Versalles y, especialmente, después de 1789 se les oye decir muchas veces con orgullo: “Yo no soy español, soy americano”.

Es el mismo motor emocional que se pone en movimiento para la formación de una élite regional cuya  aspiración a la libertad se sostenía en demandas de descentralización y mayor poder político para los blancos criollos. Esa élite  formuló e impulsó desde finales del siglo XVI un modelo de desarrollo económico local y regional.

Un elemento de esta consolidación fue la agregacion a la élite pueblerina de aquella Valencia donde nació  Venezuela, de militares que recibieron tierras por su participación en la lucha de independencia o por compensación a las confiscaciones de las que fueron objeto los patriotas por un Tribunal de Secuestro constituido para tal objetivo por orden de España.

Después de la batalla de Carabobo el Congreso de Bogotá aprobó, en 1824, una Ley de Haberes Militares para normar ese mecanismo de redistribución de la riqueza desde el Estado.

El ícono de esa movilidad social, en el país y en Valencia, fue Páez quien ascendió de peón a  rico terrateniente, a fuerza de exponer su vida por una causa justa.

Tres elementos que se complementan entre sí, concurren posteriormente a consolidar esa élite de terratenientes y comerciantes en Carabobo: la apelación a una memoria colectiva de talante épico; la importancia del desarrollo económico de Valencia y la asociacion de las élites con proyectos de futuro que sirvieran tanto a sus intereses como a los de la ciudad.  Todos estos elementos “regresan” y se fusionan temporalmente en la aspiración de cambiar y mejorar el presente, con excepción de momentos cortos de justificación ideológica para conservar ese presente tal y como transcurría.

Pero en el conjunto de las relaciones sociales que se entrecruzan en ese ámbito geográfico que definen a Valencia se observan, en cada período histórico, unos imaginarios sociales, mecanismos rituales, costumbres, subjetividades y valores que conforman la percepción y expresión sensorial de lo que significa Valencia para cada quien según familia, amistades, maestros, Escuelas, comidas, juegos, diversiones de adultos, árboles, pájaros, frutos, olores y recuerdos  que vuelven a la mente cuando se piensa, se dice o se oye la palabra Valencia.

Así que la Valencianidad, como disfrute y servicio a una ciudad, no es una categoría que se pueda aplicar sólo a una élite. Tampoco es un estrecho regionalismo. Es un sentimiento presente en todos los estratos sociales, aunque tenga variaciones de  contenido en el sur respecto al norte. 

Y aunque seamos más que memoria, no hay que ignorar  que la identidad está hecha fundamentalmente de series de recuerdos individual y culturalmente significativos. De allí la urgencia de desarrollar nuevas líneas de investigación sobre la historia regional. Líneas que nos ayuden a estimular una reflexión útil para Valencia sobre los mensajes de su pasado, sus  obligaciones del presente y sus  desafíos de futuro.

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FUENTE: >>Simón García

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1 comentario:

  1. Muy interesante ese análisis y recuento histórico sobre la Valencianidad. Gracias por tus aportes Simon.

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