En las inmundas y tenebrosas cárceles de Venezuela, se escucha un clamor silencioso que atraviesa muros y barreras.
Unos dos mil presos políticos, entre ellos niños, adolescentes, ancianos y mujeres gravemente enfermas o embarazadas, están encarcelados en condiciones que desafían la humanidad misma, por órdenes de la tirania de Nicolás Maduro.
El déspota criollo parece que quisiera ser más malo que cualquiera de los peores dictadores qué ha conocido la historia de la humanidad
Este artículo pretende dar voz a quienes han sido silenciados, retratando el infierno que viven día a día.
Las prisiones en Venezuela, bajo el régimen de Nicolás Maduro, se han transformado en terribles centros de de torturas y calabozos del horror.
Las condiciones de hacinamiento son estremecedoras; los detenidos son apiñados en celdas sin suficiente luz, agua potable o alimento.
Constantemente son amenazados, torturados y en algunos casos ejecutados sin miramientos.
Las consecuencias de esta deshumanización son devastadoras, afectando no solo el cuerpo, sino también la mente y el espíritu de quienes allí se encuentran solo por defender la democracia y la libertad en Venezuela.
Entre los prisioneros, hay niños y adolescentes que, en lugar de estudiar, hacer deportes y disfrutar de su juventud, enfrentan la brutal realidad de un sistema que no respeta su inocencia.
Las historias de pequeños cuyos sueños han sido truncados son desgarradoras.
Algunos fueron detenidos por expresar opiniones, mientras que otros son simplemente hijos de quienes se atreven a desafiar al régimen.
Varios de ellos han intentado suicidarse porque no soportan los maltratos y vejaciones.
La falta de alimentos, la privación de libertad y el miedo se convierten en su pan diario.
Las mujeres, especialmente aquellas que están embarazadas o que padecen enfermedades graves, enfrentan una situación aún más desgarradora.
La falta de atención médica adecuada puede tornar un embarazo en una condena, poniendo en riesgo tanto a la madre como al hijo no nacido.
La angustia de las familiares que esperan noticias y la incertidumbre sobre la salud de sus seres queridos en un entorno tan hostil añade una carga emocional casi insoportable.
Los ancianos, que deberían disfrutar de su retiro y la compañía de sus seres queridos, enfrentan un destino sombrío en las cárceles venezolanas.
Muchos sufren enfermedades crónicas que necesitan tratamiento constante, pero que son ignoradas en el abuso sistemático de derechos humanos.
Su fragilidad física contrasta con la dureza del entorno carcelario, donde la compasión parece haber desaparecido.
La comunidad internacional ha alzado la voz, aunque el eco de sus denuncias aún es insuficiente para provocar un cambio.
ONG y defensores de derechos humanos trabajan incansablemente para visibilizar esta crisis, pero la lucha parece lejana ante un régimen que se aferra al poder a costa de la vida y la libertad de miles de venezolanos.
Es un llamado urgente a la conciencia colectiva.
Cada nombre, cada historia detrás de estos números, es un recordatorio de que la dignidad humana debe ser defendida a toda costa.
La comunidad internacional, los gobiernos y los ciudadanos de buena voluntad deben unirse para exigir el fin de esta violación sistemática de derechos humanos.
La historia de Venezuela no puede ser contada sin incluir el sufrimiento de sus presos políticos.
Cada día que pasa en el silencio de las celdas, se pierde la esperanza de un futuro mejor.
La lucha por la verdad y la justicia debe continuar, porque en este infierno terrenal que viven los prisioneros, la única luz que puede brillar es la de la solidaridad y el compromiso por un mundo más justo y humano.
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FUENTE: >>Omar González Moreno
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