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sábado, diciembre 13, 2025

Por Qué las Buenas Intenciones No Bastan: La Razón Matemática por la que el Socialismo Falla

Muchos ven la propiedad privada como un privilegio, pero para el economista Ludwig von Mises, es el cimiento mismo sobre el que se sostiene la civilización. Imagina una sociedad donde todo es común, sin propiedad ni precios. A primera vista, la idea suena justa. Sin embargo, más allá de las buenas intenciones, existe un problema lógico fundamental que a menudo se pasa por alto: el "problema del cálculo económico". No es un fallo moral, sino una imposibilidad funcional que este artículo explorará, demostrando por qué la planificación central es, en la práctica, insostenible.

El problema no es moral, es lógico: la imposibilidad del cálculo

La crítica más devastadora al socialismo fue articulada por Mises en un ensayo de 1920 que supuso un

golpe intelectual al corazón del marxismo. Su argumento, de una lógica implacable, no se centra en la falta de buenas intenciones, sino en una imposibilidad funcional. Sin la propiedad privada de los medios de producción —fábricas, tierras, maquinaria—, es imposible que surja un mercado genuino. Sin un mercado, no pueden formarse precios. Y sin precios, un planificador central no tiene ninguna herramienta para saber si está creando valor o destruyéndolo.

Pensemos en una decisión: ¿deberíamos usar una cantidad de acero para construir un puente o para fabricar maquinaria agrícola? En una economía de mercado, los precios guían la decisión. Pero para el planificador, sin precios que reflejen la escasez y las preferencias de la gente, este "coste de oportunidad" es invisible. La decisión se convierte en una orden arbitraria. Como lo resumió Mises con una claridad devastadora:

“Donde no hay mercado, no hay precios; donde no hay precios, no hay cálculo; donde no hay cálculo, no hay racionalidad económica.”

Este punto traslada el debate desde la ideología al campo de la lógica pura. El problema no es que los planificadores sean malos, sino que están ciegos. Fracasan porque destruyen el mecanismo que permite decidir racionalmente. Es como apagar la luz y quejarse de no ver.

Los precios no son solo números: son el lenguaje de la economía

Esta imposibilidad de cálculo, identificada por Mises, se debe a un malentendido fundamental sobre qué son los precios. Como explicó su discípulo F.A. Hayek, los precios son "información condensada". Cada precio encapsula una cantidad inimaginable de datos sobre millones de decisiones, escaseces e innovaciones. Son el "sistema nervioso" de la economía, coordinando de forma espontánea el conocimiento disperso que ningún comité podría jamás poseer.

Imaginemos un artesano que fabrica cucharas de madera. Los precios le envían señales constantes: si la madera sube, sabe que escasea y debe usarla eficientemente; si el precio de sus cucharas cae, entiende que la demanda ha bajado. En cambio, el artesano de una economía planificada solo recibe órdenes: fabricar diez mil cucharas, sin saber si la sociedad las necesita o si la madera es escasa. El resultado: montones de cucharas sin uso, mientras faltan zapatos o pan.

La supresión de este "lenguaje" conduce inevitablemente al caos. En Venezuela, por ejemplo, el Estado impuso controles de precios que dejaron de reflejar la realidad, provocando desabastecimiento, colapso productivo y la aparición de mercados negros donde los bienes se asignaban según su verdadero valor. El caos no fue un accidente, sino la consecuencia lógica de eliminar el lenguaje de la economía.

El planificador central está ciego: una cirugía sin instrumentos

La analogía más potente para entender este problema es la de un "cirujano sin instrumentos". El planificador puede tener enormes volúmenes de estadísticas: toneladas de acero, hectáreas de tierra, número de trabajadores. Sin embargo, le falta la única herramienta que permite comparar el valor relativo de esos recursos: los precios. Sin ellos, ¿es mejor invertir en maquinaria o contratar más obreros? Es imposible saberlo. La planificación se convierte en un acto de fe.

Como explicó el economista Murray Rothbard, los precios son la clave del valor subjetivo que las personas asignan a las cosas:

“Los precios son juicios de valor expresados en el intercambio.”

Sin ellos, toda decisión es una lotería, un casino sin reglas. Se pretende reemplazar la sabiduría colectiva del mercado con la ignorancia concentrada del burócrata. Esta "ceguera" es la causa de las ineficiencias masivas: fábricas produciendo bienes inútiles mientras faltan productos básicos. La economía se convierte en política disfrazada de planificación, donde los recursos se asignan no por eficiencia, sino por poder.

El mercado no es una guerra, es una conversación

A menudo se describe el mercado como un campo de batalla, pero es exactamente lo contrario: un sistema de "cooperación social" y un "diálogo civilizado". Cada transacción voluntaria es un voto silencioso donde ambas partes se benefician. Como afirmó Rothbard, "en el intercambio voluntario no hay explotación, porque ambas partes ganan". El productor "pregunta" al mercado si vale la pena fabricar algo, y los consumidores "responden" a través de los precios.

Como señaló el economista Thomas Sowell, "la economía es el estudio de las compensaciones", no de las intenciones. El mercado es el único mecanismo conocido que permite gestionar estas compensaciones de forma racional a gran escala. Este sistema tiene su propia forma de selección natural: el empresario que acierta prospera; el que se equivoca desaparece. Esta "conversación" económica constante es la que impulsa la innovación y orienta los recursos hacia donde la sociedad realmente los valora.

La pregunta que lo cambia todo

La propiedad privada no es un privilegio moral, sino una herramienta funcional indispensable para la coordinación social. Es el cimiento que permite la existencia de precios, y los precios son la base del cálculo económico. Sin este mecanismo, una civilización compleja se vuelve insostenible. La historia económica no es ideología. Es evidencia empírica. Las sociedades que respetaron la propiedad privada prosperaron; las que la abolieron se hundieron en la miseria.

Quien quiera abolir la propiedad privada y los precios, en nombre de la justicia o la igualdad, debería responder primero a una pregunta: ¿Cómo sabrá si está creando prosperidad o destruyéndola?

Sin propiedad, no hay precios. Sin precios, no hay cálculo. Y sin cálculo, no hay civilización.

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FUENTE: >>Eco Francisco Sanchez

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