(Lc 13, 18-21) Francisco de Asís sembró una palabra del Evangelio en su corazón: pobreza.
En pocos años esta palabra se convirtió en un gran árbol, es decir, un gran poder sobrenatural que atrajo a miles de hombres y mujeres para seguirlo.
Todos iban hacia él porque se sentían atraídos por la humildad y por la pobreza material.
Un día Fray León (creo), hablando con él, con un toque de envidia dijo:
"¿Por qué todo el mundo viene a ti? ¡Cultural y físicamente no estás dotado de una gran cultura ni de una gran belleza!".
Mientras Fray León miraba fijamente a Francisco esperando una respuesta, exclamó: "Entiendo".
¿Qué entendió? Comprendió que la sabiduría y la belleza de Francisco venían de lo alto.
Santa Teresa de Ávila sembró la palabra "oración" en su corazón.
En unos pocos años, la semilla de la "oración" creció fuera de toda proporción.
Se convirtió en un gran árbol.
¡Cuántas vocaciones a la vida enclaustrada atrajo al servicio del Señor!
El amor es la fuerza de la Iglesia y del individuo.
El amor crece lentamente y es fecundo.
El amor sobrenatural es como la buena levadura que hace crecer la masa de harina.
Si el párroco de una parroquia fuera santo, ¡cuántas almas atraería alrededor de la mesa eucarística!
¡Si el párroco fuera santo, siempre tendría una larga fila de fieles deseosos de confesar!
Hoy más que nunca la Iglesia necesita de santos párrocos.
Por eso, en Medjugorje, Nuestra Señora no se cansa de exhortar a los fieles a rezar por los pastores.
Termino este Granito pidiendo a todos ustedes queridos lectores que oren por mí.
Amén.
Aleluya.
(Padre Lorenzo Montecalvo de los Padres Vocacionistas)
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